La bondad no se coagula

La sangre “rara” de Osmel Herrera salva vidas en Morón.

Osmel HerreraAmanda Tamayo Rodriguez Quien lo ve por ahí con su imponente estatura y la barba que lo caracteriza a sus más de cincuenta años, no sospecha que tiene una rima graciosa para cada persona que visita su negocio, o que alimenta una pequeña colonia de gatos que le ha crecido en el patio, con el pretexto de que lo libran de los ratones.

Se llama Osmel Herrera, y vive en la calle Sergio Antuña de Morón, a pocas cuadras del hospital, y, a diferencia de su dirección, que es muy conocida, a Osmel casi nadie lo llama por su nombre.

Vecinos y clientes se sorprenderían de verlo pasear al nieto después de recogerlo en la escuela en el mismo triciclo del trabajo. Como a él no le gusta mucho contarlo, tampoco se imaginan que ese gigante bonachón es capaz de regalar hasta la vida misma.

De eso último me enteré de casualidad, un día que fui a comprarle tomates, o probablemente pimientos, para alguna incursión culinaria. La conversación de la cola cayó de pronto en el banco de sangre y él comentó, quitándole importancia, que regularmente una aguja le extraía una bolsa de O negativa.

• Lea aquí la información de Invasor sobre el reciente estado del Banco de Sangre en la provincia.

Que su sangre es muy rara, y que no le gustaría que fuese su familia la que careciera, explicó a la pequeña cola de gente apretujada en el estrecho pasillo de su casa.

Me escogió los tomates (o los pimientos) más lindos, me preguntó por mi mamá y me propuso unas cebollas, mientras yo sostenía la jaba abierta y pensaba todavía en la aguja y en el desprendimiento de dar no solo plasma, ni leucocitos, ni eritrocitos, sino un latido que se duplica en otro corazón.

Por si fuera poco, guardó la noticia más importante hasta el final, para satisfacer mis ojos bien abiertos y mi actitud de asombro. En lo que buscaba las cebollas que finalmente accedí a llevar, agregó a su historia que ya había salvado dos veces la vida de una muchacha que, por su enfermedad, lo reclama a menudo, y, gracias al gesto, le llama a él papá.

Yo pensaba que quizás lo excepcional de su sangre también está en la manera en que sonríe ante las típicas quejas de las colas, en que desatiende el negocio por ir a comprarle galleticas a los niños de la casa, o en que aconseja con franqueza: “estos frijoles están buenos para congrí, porque no se ablandan mucho”, o “esta sazón le da un gusto rico al arroz amarillo”. No le deja de fluir por las venas la calidez del corazón.

• Invasor escribió sobre el homenaje a donantes reconocidos.

Cuando todo el mundo se había ido, saqué de un bolsillo los billetes estrujados, casi escribiendo en la cabeza. Le confesé cuánto lo admiraba y recogí mis provisiones. Todo eso en lo que ya se olvidaba del tema, porque su nieto le pedía un caramelo del vendedor ambulante, y él, al pequeño niño de ojos azules, no le sabe decir que no.


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