Ya casi nadie mira hacia arriba. Caminan apurados, pensando en el trabajo, concentrados en la pantalla del celular, en apretar las manos de los niños para cruzar la calle, o en escurrirse del sol.
Por eso no reparan en los pedazos de historias que les rodean. Gigantes de concreto que acogen, dan sombra y atestiguan épocas que no vivieron, en las que otros transeúntes andaban quizás también pensando en el trabajo y huyéndole al sol.
Eclécticos, neocoloniales, modernos, emperifollados con molduras de yeso, con balcones improvisados o las entrañas al descubierto, sobreviven a las lluvias, los ciclones, los derrumbes... Transmutan de propósito y de visitantes. Se alzan ante la melancolía de los suyos. Pero permanencen bellos sin dudas, los remodelados y los intactos, como si se sostuvieran porque saben que regalan a una ciudad agitada como un hormiguero el romanticismo suficiente para no olvidar.
A veces parecieran respirar, asemejan estar vivos, edificios como ancianos llenos de remiendos: ventanas tapiadas, vitrales cubiertos, nuevas puertas, humedades, huellas de pinturas de cualquier color.
Las regulaciones urbanísticas los protegen, y declaran inalterables sus fachadas e imprescindible su conservación, pero la realidad es que muchos han subsistido gracias a las tablas improvisadas que cubren persianas rotas y los parches de cemento que poco a poco subsanan lo que el tiempo destruye.
Casi ningún maestro de obra de los que los proyectaron hubiera sospechado que tres décadas después hubieran mutado tanto. Que el cuartel se hiciera escuela; el liceo de los ricos una casa para la cultura popular; el nuevo teatro un renacer entre las cenizas del teatro abuelo; o el hotel de noches de alcurnia, un edificio multifamiliar.
Pero estarían orgullosos de que mantengan el espíritu, de que el viejo hospital aún proteja vidas, que la pequeña librería de pueblo conserve el orgullo, y la terminal su majestuosidad, de que cada edificio enfermo sea un desgarro para su gente, y, cada edificio restaurado, una alegría.
El viejo y concurrido Hotel Ritz hoy contiene 32 viviendas, remodeladas hace poco tiempo
La iglesia episcopal, construida con arena de mar junto a una escuela de monjas convertida hoy en la ESBU Benito Juárez
El museo Caonabo, que reúne piezas arqueológicas de valor, funcionaba, antes de 1959, como banco
La imprenta de la ciudad, aún activa, sostiene numerosos apartamentos en su segunda planta
El cine teatro San Carlos, locación de eventos como Boleros de Oro y el festival Silencio Azul
La librería La Moderna Poesía, segunda en antigüedad en el país
La Casa de Cultura Haydeé Santamaría Cuadrado funcionó como liceo en el siglo pasado
La Terminal de Ferrocarriles de Morón solía ser el nodo más importante del Norte de Cuba
El Ayuntamiento de la vieja ciudad, actualmente ESBU Alfredo Álvarez Mola
La iglesia católica, sita en el mismo lugar desde la fundación del hato de Morón y reparada recientemente
Ayer fungía como cuartel de la tiranía, y hoy acoge el IPU Roberto Rodríguez
Construido a mediados del siglo pasado, este inmueble es parte de la red de Casas de Cambio del país
El hotel Perla del Norte, casi centenario, espera un proyecto de restauración para 2020