El reencuentro con la maestra

Hacía años le había perdido el rastro. Tantos años que ni siquiera esperaba volverla a ver, aunque las enseñanzas de aquella maestra de su tercer grado todavía le acompañasen como cuando la escuchaba en el aula y se sentía el más afortunado de los alumnos. Luego le siguieron otras, igual de buenas; nadie logró superarla, y tendría que hacérselo saber un día.

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Esa mañana, cuando se la encontró bajo aquel portal, olvidó al incrédulo que solía ser y creyó con todas sus fuerzas en el destino. Entonces solo alcanzó a decir “¡Profe!” y con eso bastó para que ella le reconociera, si bien ya empezaban a aparecer algunas canas que les recordaban cuánto había pasado desde la última vez que se vieron.

Aun así, esa cara no se le despintaba a la anciana. Muchas alegrías y dolores de cabeza que le había dado en su momento cuando apenas era un niño que todo se lo cuestionaba. Dicen que el tiempo no perdona, pero al menos a su memoria se la había dejado pasar porque si algo recordaba bien eran sus años frente a los pizarrones.

Con tanto por decir, no logró encontrar cómo empezar y par de lágrimas se le escaparon por culpa de la emoción, por más que todavía digan por ahí que los hombres no lloran. Ella rompió el hielo y sus palabras dejaron escapar la dulzura de una voz que, a pesar de la vejez, seguía sonando igual.

Hablaron de todo un poco. De la familia, la salud, el trabajo y de Elena, con quien compartía mesa y a la que no había vuelto a ver. ¡Hasta de eso se acordaba la profe!

Él aprovechó y le contó de su hijo, que acaba de empezar el primer grado y al que no hacía mucho le había relatado par de anécdotas que la involucraban. Si la hubiera tenido en el aula, entendería por qué papá siempre hablaba de la maestra Maricela.

“¡Qué exagerado eres!”, le reclamó la señora, que no había perdido una gota de humildad. Sin embargo, luego de tanto tiempo tenía que agradecerle, pues en su etapa de estudiante no hubo otra como ella, que esta vez acabó siendo la emocionada ante tamaña declaración.

Una selfie inmortalizó el momento para la posteridad. Lo invitó a su casa para que viera la foto del grupo que, de tan añeja, ya se había vuelto amarillenta, guardada en la pequeña caja que albergaba lo mejor de sus recuerdos. El exalumno prometió visitarla, no sin antes dejarle saber lo feliz que le hacía aquel encuentro.

Luego publicaría la instantánea en el grupo de Facebook que reunía a los compañeros de esa etapa. “No lo van a creer, pero hoy me encontré a la profe Maricela”, y con eso bastó para que llovieran los comentarios.

Y es que más allá de diciembre, una jornada y el aula, el reencuentro siempre será grato, porque cada quien guarda su propia historia de ese maestro que un buen día, sin proponérselo, llegó para quedarse.


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