Ahora, mirando de frente a la pandemia del siglo, desde Ciego de Ávila, además, una sabe que aquel temor de que leyeran mis secretos en un diario era solo un miedito
Claro que lo primero es el miedo.
Te pasas 16 meses escribiendo sobre la COVID-19, los síntomas, los riesgos, los cuidados, las vidas que se lleva por delante y los que viven para contarla, pero el miedo no se quita. Por el contrario. Estás mirando que los números se van de control y sabes, además, que los números no lo dicen todo.
El miedo, en realidad, ya estaba ahí. Lo confundías con la oscuridad, los ruidos de los bichos, el minuto antes de entrar a un examen, una fiebrecita después de una vacuna. Por eso cuando el pequeño hisopo va y te raspa en lo profundo de la nariz, y Vitico, con la habilidad de haber hecho miles de test rápidos, lo pone dentro del frasquito, batuquea, y de ahí al sensor, tú entiendes que el miedo es otra cosa.
Habíamos regresado de Baraguá el sábado, después de que Tapia alertara, con esa forma tan suya, que parece más regaño, sobre los peligros de no hacer ahora todo lo posible por frenar el contagio. En realidad, sí era un regaño, pa´ qué voy a decir otra cosa. Tiene la filosofía de que es mejor ponerse rojo una vez y no rosado a cada rato, y va por ahí sacando los colores de la vergüenza en el rostro. Como debe ser.
Llegamos a la casa bajo agua y, a la media hora, Eric empezó a toser. Después fue la congestión nasal. “Estás cogío”, le dije. Enseguida puso mirada de carnero, esos ojos temerosos y preocupados, medio vidriosos, que son la antesala del miedo. Dormimos separados porque manteníamos la ilusión de que, a esa altura, podríamos evitar lo inevitable. Lo inevitable fue Vitico confirmando que estaba más positiva que un protón.
El domingo pasó como un domingo bastante normal. Aburrido y caluroso, con la procesión por dentro. Eric quería sentirse bien y yo quería que fuera verdad. Desde que les dije a la familia y a las muchachitas que vivíamos bajo la sospecha, empezaron a llover consejos, manuales de procedimiento, alertas. También se organizó la cadena puerto-transporte-economía interna y empezaron a llegar los “insumos”: hojas de eucalipto, guayaba y copal, aspirinas, plátano burro.
Ahí es cuando te das cuenta de que el miedo no es tuyo. El miedo se transforma en una llamada telefónica a las 7:30 de la mañana y de ahí en adelante cada media hora. Vamos, que estás de ingreso domiciliario, pero tienes horario de hospital. El miedo es un chat de Messenger o Whatsapp siempre encendido y gente que te quiere preguntando, queriendo saber. ¿Abruman?, sí. Pero si todo el agobio se tratara de exceso de atenciones habría que cambiarle el nombre…, no sé.
El lunes en la tarde la COVID-19 me sacudió el cuerpo con decaimiento y una tos seca que duele en el pecho, como si tuviera un seboruco aplastándome el tórax. Ese día se confirmó el test de Eric. “Vas entrando o saliendo, porque la segunda línea del test no es tan fuerte, pero sí estás positiva”, fue lo único que me dijo Vitico el martes al mediodía. Di media vuelta, me monté en mi bicicleta y fui directo para mi casa.
Desde aquí escribo, pero no esperes que te ponga esa cursilería de “querido diario”. Nunca me dio por eso, en parte porque tenía miedo a sincerarme y que después esas confesiones cayeran en las manos equivocadas; siempre hay secretos.
Ahora, mirando de frente a la pandemia del siglo, desde Ciego de Ávila, además, una sabe que aquel era solo un miedito.
Te deseo o les deseo a todos que se recuperen pronto y que todo salga bien.. saludos