A ti:
Espero que al recibo de esta carta sigas lavándote las manos cuando llegas a casa después de regresar de la calle. Sí, ya sé, seguro te preguntas cómo es que siendo periodista no se me ocurrió un mejor comienzo, pero ya me ocuparé de encontrar otra manera menos pasada de moda para empezar las misivas.
De antemano te pido que apenas me leas, respondas en otro mensaje las preguntas. Te advierto, serán unas cuantas. Si aún no sabes escribir, pide ayuda a algún adulto y trata de que, a pesar de las repeticiones de palabras, no te cambien amiguitos por coetáneos, cantar una canción por entonar una melodía, o “gozar la papeleta” por divertirse. Quiero leer tus pensamientos tal y como te salen de la boca, sin filtros.
Explícame con detalles cómo has podido aguantar seis meses sin salir de la casa, prácticamente. ¿A qué juegan los niños de ahora cuando están solos? Antes, teníamos a las cuquitas, a los pistoleros, a los yaquis. ¿Acaso sabes de lo que te hablo?
¿Cuántas veces te has probado el uniforme para comprobar si todavía te sirve? Y si no te queda bien, qué más da. Si a pesar de toda la cuarentena y la ansiedad que esta generó fuiste feliz, las libras no importan como tampoco tu estatura, aunque la camisa quede por encima del ombligo, las medias cortas y los zapatos apretados.
Cuando regreses de tu primer día de clases cuéntame, por favor, cómo se abrazan los amigos sin causar una aglomeración, cómo jugar a distancia, de qué forma conversas con tu compañero de mesa si ahora deben estar en el mismo puesto, a varios centímetros de separación.
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Háblame de los demás y de sus experiencias, de la piscina improvisada para engañar al calor o de las teleclases con profesores muy buenos, sí, pero desconocidos.
Dime si extrañaste cantar a coro el Himno Nacional y si se escuchó bien alto. Así debería ser siempre.
Creo que ahora no mirarás la marca de las nuevas zapatillas o la calidad de las mochilas; el tema de conversación ha de ser los nasobucos. Me los imagino: “mi mamá los encargó de todos los colores para combinarme con la ropa”; “la costurera me los hizo con tiras para amarrar detrás de la cabeza porque las ligas me echaban las orejas para adelante”. “Ay, como te extrañé”, dirán unos. “¿Quién eres tú? Quítate el nasobuco para verte la cara”, les responderán.
Quiero que me escribas sobre tus profesores y maestros porque sé que los extrañaste. Asumo que serás mejor estudiante, levantarás la mano, pedirás permiso y no hablarás alto. Harás las tareas todos los días y evitarás las faltas de ortografía.
Por cierto, ¿sigue en el aula aquel mural pequeño donde se ponían en azul y rojo los vocablos de difícil escritura? Seguro tu profe tiene preparadas en un papel las palabras asintomático, coronavirus o COVID-19. Palabrotas, diría yo, pero aún así debes escribirlas bien, sin efectos secundarios, postpandemia.
Uno de mis deseos es saber que vas a la escuela y te interesas por todo. Por el nombre de la auxiliar de limpieza, aunque la veas poco, por recitar una poesía en el matutino con todo el sentimiento del mundo, por no presumir, incluso, por no envidiar.
Preocúpate si algún amigo entra a la escuela sin desinfectarse las manos a la entrada y, mucho más, si comienzas a actuar del mismo modo. También hazlo por aprender algo nuevo cada día, eso incluye los productos y los valores humanos, que no son iguales a dos por dos, pero se multiplican.
Te aseguro será un comienzo diferente. Luego, cambiarás el color de tu pañoleta, serán otras las asignaturas en tus libretas. Tú, sé responsable. Ah, quiero que sepas que, al recibo de estas líneas, me las he ingeniado para empezar de otra forma mis cartas.
Atentamente, Lisandra