Hazañas de una época distante

En el transcurso del período republicano (1902-1958) nació y creció una historia atlética, no solo beisbolera, que hoy se erige en valioso antecedente en el devenir deportivo de la provincia de Ciego de Ávila. Tendida la mirada sobre los estadios de entonces, pueden advertirse noticias que hoy lo siguen siendo

 equipoTomada del Diario de la MarinaHasta el Diario de la Marina destacó el inesperado triunfo del elenco femenino del Lawn Tenis Club de Ciego de Ávila en el Campeonato Nacional Junior de baloncesto de 1935Alguien exageró en un periódico local cuando escribió que medio Ciego de Ávila viajó hasta el sur de la región, pero no era para menos: varias de las estrellas del béisbol nacional iban a vestir y defender la chamarreta del central Jagüeyal en casa del vecino Stewart. Era tal la constelación de portentos que hasta se afirmó que la novena visitante reunía aquel domingo del distante 1918 al mejor elenco de Cuba.

Entre los ilustres nadie como él atraía a la afición. A los 28 años, quién que siguiera la pelota desconocía al señor Adolfo Luque, El Habana Perfecto. Cuatro años atrás había debutado en las Grandes Ligas y el anecdotario de aquella polémica figura, criollo de la cabeza a los pies, al que también identificaban como Papá Montero, trascendía lo puramente deportivo.

La Región de la Trocha mantendría en el transcurso del período republicano contactos determinantes a la hora de concertar desafíos beisboleros, por lo general, se pactaban con unos siete días de antelación y con la mira situada en el venidero fin de semana. Sobre todo, era un mecanismo organizacional que involucraba a las fábricas de azúcar, con participación de las administraciones o mánagers, o ambos, inclusive.

Como ha destacado el historiador del deporte Oreidis Pimentel Pérez, “…era usual esta relación, porque gracias a las redes de ferrocarril podían moverse los equipos siempre que se conviniera, por teléfono o telegrama (…)”. Una prueba de tales coordinaciones puede encontrarse mediante la verificación de los días en los cuales acontecían los sucesos más relevantes del deporte local; casi siempre partidos de pelota, además de peleas del boxeo rentado y otros hechos, que acaecían en jornadas dominicales, y en menor proporción, sabatinas.

Muchos de los protagonistas de sucesos representativos de casi seis décadas del panorama deportivo de la entonces nombrada Región de la Trocha, habían arribado atraídos por la posibilidad económica que representaba poder jugar como parte de alguna novena de la pelota azucarera, o de otros conjuntos que en la zona gozaban de prestigio y respaldo financiero; el caso del club Deportivo avileño constituye, quizás, el ejemplo más representativo.

Lo cierto es que en la geografía de esta parte del país confluían los negros y mestizos que no tenían cabida en la llamada Liga Nacional de Béisbol Amateurs, de marcado sesgo racista; los blancos que fuera de temporada en sus respectivos circuitos incursionaban por estos predios, a más de los novatos que probaban fuerzas con el ánimo de escalar peldaños en el escalafón criollo del deporte de las bolas y los strikes.

Mencionemos a algunos, de una extensa relación de los ilustres que recalaron alguna que otra vez en los estadios y terrenos de casa. Los extraordinarios José de la Caridad Méndez, El Diamante Negro, Martín Dihigo, El Inmortal; big ligers como Luque, Armando Marsans, Roberto Tarzán Estalella, Rogelio Limonar Martínez, Julio Jiquí Moreno, Santiago Ulrich, y otros del rango de Clemente Sungo Carrera, Gilberto Chino Valdivia, Juanito Decall, Agapito Mayor, Antonio Dinamita Rivero y Pedro Formental.

Asimismo, en más de una ocasión, arribaron conjuntos con prestigio en disímiles circuitos del país, los profesionales del Almendares, el Santa Clara de Alejandro Oms, el Hershey de Natilla Jiménez, el Teléfonos…, sin obviar a las novenas camagüeyanas que le tomaban el pulso a la pelota avileña en concurridos espectáculos.

La amplia actividad que generaba el cultivo, corte y procesamiento industrial de la caña de azúcar y la posterior comercialización del grano dulce, procesos en los que se hizo patente la inversión de capitales estadounidenses, se erigió en el factor esencial de un crecimiento económico visible a ojos vista, que estimulaba, además, el traslado a la llanura avileña de familias e individuos provenientes de disímiles puntos del país, y desde zonas del Caribe y Centroamérica. “El fomento de la industria azucarera propició un intenso movimiento de inmigración —interna y externa—, y si en 1907 el territorio tenía 3,83 habitantes por kilómetro cuadrado, al iniciarse la década del 30 esta relación era de 19,79” , afirman los autores de la Síntesis histórica provincial.

Tomás Jiménez, promotor del ajedrez en Ciego de Ávila y padre del multicampeón nacional y Maestro Internacional del Juego Ciencia Eleazar Jiménez, y los hermanos Cheo y Baby de la Paz, dueños de fajas profesionales sobre los encerados, instalados en la Ciudad de los Portales, eran nativos de Trinidad; Caballón y Jota Jota Álvarez nacieron en Camagüey, pero se asentaron definitivamente en el central Violeta, terruño al que representaron sobre los diamantes y después del inevitable retiro de los estadios, en calidad de preparadores y directivos; la familia más cercana del cátcher Julio Mandarria Trujillo, quien guiaría en el transcurso de un decenio los envíos de Conrado Marrero en el Cienfuegos de la Liga Nacional Amateur, lo acompañó desde Cárdenas hasta otra fábrica de azúcar, el ingenio Stewart, y desde Quivicán, cargó con sus humildes bártulos la del negrito José Valdés, notable boxeador profesional, al que el diario El Pueblo identificó como Mano de Hierro en su etapa de esplendor.

equipo beisbolFoto: Semanario Deportivo LPVEl poder ofensivo de Caballón Álvarez también fue apreciado cuando militó en el equipo Mulos de Nicaro, ganador del trofeo de la Amistad Inter Antillanos en Puerto Rico, 1957

Igualmente relevantes en el devenir deportivo de la provincia resultaron los movimientos migratorios externos. Marina Samuel, hija de progenitores anglocaribeños asentados temporalmente en una colonia cañera de Punta Alegre, heredó de ellos piernas veloces que dictaron pautas en el campo y pista cubano y allende las fronteras patrias; algo parecido pudiera decirse de las virtudes atléticas de los baragüenses Pancho Parris y José Jorge (algunos afirman que este último era nativo de Jamaica), también descendientes del Caribe invadido y colonizado siglos atrás por Inglaterra. Agreguemos a peloteros como Homero Leblanc o El Haitiano González, para advertir otras oleadas nutricias.

Los hechos más significativos de la etapa prueban la existencia de una historia deportiva precedente (no solo béisbol) para el caso de un territorio aún muy joven, que solo se erigió en provincia del país a partir de 1976. Se trata de “(…) una historia que en parte fue olvidada o secuestrada (…)” , términos que el Doctor en Ciencias Históricas Félix Julio Alfonso utiliza cuando con sentido crítico valora el discurso predominante en la historiografía beisbolera nacional y que el autor de estas líneas comparte y hace extensivos a la evaluación de los contenidos predominantes que abordaron hasta el momento el devenir de los deportes en Cuba y desde Cuba.

Me refiero a un corpus teórico-conceptual palpable en publicaciones periodísticas, investigaciones y libros, en el cual predominan lamentables omisiones, de modo que se tachan casi todos los antecedentes, quizás con el afán de sustentar en blanco y negro el cambio radical que propició la aparición y desarrollo de un movimiento deportivo sólido, al calor de las transformaciones revolucionarias a partir de 1959. Pero la buena intención bien puede conducirnos por los despeñaderos de la desmemoria, o a la simplista negación absoluta del pasado, cuando abundaron individualidades y equipos que, a no dudarlo, se insertaron desde una perspectiva nacionalista e identitaria, en el acontecer sociocultural del país.

Si se pretendiera incurrir en el craso error de negar a ultranza toda expresión deportiva en Ciego de Ávila anterior al 1ro. de enero de 1959, ahondaríamos ese despeñadero, esquemático, anti dialéctico, que pretende mostrar lo nuevo sin sustento ni vínculo con el pasado. Privaríamos, además, a las generaciones futuras, de justipreciar la grandeza de quienes, a su modo y en contextos diferentes, pusieron tan alto como pudieron el orgullo y el amor de ser parte de esa “porción de la humanidad que vemos más de cerca, y en que nos tocó nacer” , al decir del Héroe Nacional cubano.

Las contribuciones de Silverio Almanza, Antonio Ñico García y Alejandro Alvariño, mostraron a partir de 1979, a través de las ediciones impresas del periódico Invasor, parte del universo deportivo de la provincia en el período republicano. A la firma de estos buscadores fervientes, y a las de otros que también integraron el Equipo Provincial de Historia del Deporte, debemos un legado de inestimable valor para atar los hilos de una madeja que empieza a advertirse desde los albores del siglo XX y se complejiza y amplía en la medida que la línea del tiempo se acerca a la actualidad.

Reitero que no se trata de hechos exclusivamente beisboleros. Incluye títulos y otras actuaciones de relevancia en el boxeo rentado y el baloncesto, rubricados por nativos o residentes en predios de la Tierra de la Piña, récords nacionales absolutos en el campo y pista, e incursiones precursoras en disciplinas como el softbol que luego tendrían mejores resultados.

Tendida la mirada sobre los estadios de entonces, pueden advertirse noticias que hoy lo siguen siendo, si reparamos en ellas; tal es el caso de aquel inolvidable triunfo de la novena Trinidad y hermanos que, en representación de Ciego de Ávila, se tituló en la final de la Liga Nacional Juvenil de béisbol el 2 de febrero de 1936, nada menos que en el Algodones Park, una instalación a la que por entonces concurrían los pobladores de Majagua.

Aquel domingo el lanzador Oscar Fernández, el receptor y cuarto bate Elías Acevedo; José Miguel Gallego Padrón, paracortos y quinto en la alineación; el tercera base Julio Jaubert, primero en la formación regular; y el jugador de cuadro Antonio López, sobresalían entre los felices ganadores de la novena timoneada por Rigoberto Colina Pérez que venció en tres de cuatro choques a la escuadra habanera de la Casa de Beneficencia y Maternidad, en el tope decisivo iniciado días antes en la capital.

beisbolArchivo de Ñico García Reyes de Cuba en el nacional juvenil beisbolero de 1936


Escribir un comentario


Código de seguridad
Refrescar