Ella es una de las entonces jóvenes avileñas que vistió el uniforme de las brigadas Conrado Benítez, hace ya varias décadas. Su nombre: Eida Mendoza Hernández
Jesús Rojas La invito a recordar partes inolvidables de la epopeya que fue, para bien de Cuba, la Campaña Nacional de Alfabetización. Ella fue una de los miles de cubanas y cubanos que poblaron la campaña llevando hasta el confín más recóndito el pan de la enseñanza a aquellos que no sabían leer ni escribir.
Eida Reina Mendoza Hernández tiene ya 80 años y posee una memoria maravillosa. Accedió a la entrevista con rapidez, la misma que utilizó para dar respuesta sobre esa etapa de su vida en la que la Patria llamó a su puerta.
Nació en Iguará, Sancti Spíritus. De origen campesino, muy humilde, su familia vivía de lo que producían en el pedacito de tierra. A los siete años sus troncos paternos decidieron probar suerte y se mudaron para Ciego de Ávila, y en esta fértil llanura construyeron su futuro. Aniceto y Estrella querían para su prole un porvenir más digno.
Los impulsó el hecho de la lejanía de la escuelita rural, el mal estado de los caminos y la inestabilidad de los maestros, entre otros factores. Sus hijos, Eida y Erenio, merecían algo mejor. Eida rememora que fue su madre quien la enseñó a leer y a escribir, pero con tesón y valiéndose de sus deseos de aprender, llegó hasta la medianía del noveno grado.
Sonríe levemente. Entreteje sus dedos. Fija la vista en un punto lejano. “Yo hacía ese grado en la escuela que funcionaba en el antiguo local del escuadrón de la Guardia Rural. Uno de esos días —normales para mí— citan a una reunión. Necesitaba la Revolución maestros para convertir en victoria la Campaña de Alfabetización. Yo di mi disposición, recogí las planillas para que mis padres firmaran la autorización. Me autorizaron no solo a mí, sino también a mi hermana Erenia. Las clases se terminaron antes de lo programado y en abril nos incorporamos. La Patria me estaba llamando”.
Precisa Eida que fueron a parar a Varadero. “Allí, durante una semana —días más, días menos—, nos preparamos: entrega y arreglo de uniformes, entrenamiento en el farol, familiarización con la cartilla y el manual, además de recibir varios consejos sobre como tratar y ayudar a los vecinos del lugar que nos asignaron.
“Nos dieron un pase corto de dos o tres días. Luego nos llevaron para Camagüey, de allí a Santa Cruz del Sur. Específicamente en ese lugar, nos ubicaron en el barrio llamado De la Vega, donde estaba la sede de la granja Javier de la Vega, mártir de la Revolución. Mi grupo, al igual que el resto, fue ubicado en casas de campesinos”.
Eida tuvo una buena ubicación. “Sí, la suerte me acompañó, pues los dueños de la casa, Victorino Rodríguez y Pastora Romero, eran miembros del Partido Socialista Popular (PSP) y su hijo era alfabetizador. Ellos me acogieron como una más de la familia. Criaban ganado y tenían una tiendecita en que vendían de todo”.
La joven alfabetizó a personas de ambos sexos. Acota que, al principio, algunos se negaban, aduciendo problemas con la vista, o con las manos; otros ponían el pretexto del trabajo. Pero poco a poco cedieron e, incluso, atendían por la tarde-noche o en horario nocturno a los que no podían estudiar a otra hora.
“Entonces les impartíamos los conocimientos y luego ellos nos acompañaban”.
Ella atendió a un campesino que le pidió lo enseñara a leer y escribir; buscó el tiempo y en menos de un mes aquel hombre se sentía el más feliz del mundo.
“Déjeme decirle, que había un guajirón alto y fuerte como un roble, llamado Virgilio, que también nos cuidaba, pues la contrarrevolución había echado a rodar rumores de que iban a interrumpir la campaña, y por supuesto, teníamos miedo. Pero él nos decía: no se preocupen que aquí estamos nosotros para acompañarlas y cuidarlas”.
Todas las personas que Eida alfabetizó hicieron las cartas de agradecimiento dirigidas a Fidel, máximo impulsor de la campaña. “Eran pequeños mensajes, de su puño y letra, lo mismo en letra de molde que de corrido. En esas misivas le daban las gracias por haberlos enseñado a leer y escribir”.
A la joven alfabetizadora le llamó mucho la atención el hecho de que muchas personas de la zona llevaban el apellido Sánchez. Cuando preguntó, le respondieron que era porque se casaban primas con primos, o viceversa, y cosas por el estilo. Entonces ella les explicó a varios grupos que esa consanguinidad no era buena, que eso “les podría traer problemas genéticos en el futuro”.
La campaña tocaba a su fin. Buenos eran los resultados. A la hora de la despedida, claro que hubo de todo; besos, abrazos, lágrimas, promesas de visitas de una y otra partes; lazos de amistad y solidaridad que permanecieron luego en el tiempo.
Eida no puede olvidar a Victorino y Pastora. “Ellos, su familia, son inolvidables para mí y para mi familia; han estado en mi casa, y yo en la de ellos, a veces llaman, otras escriben. Me enseñaron a ver distinto la vida, sus costumbres. Ellos y los demás vecinos del Barrio de la Vega se amontonaron y nosotros también.
“Recogimos los bártulos, otra despedida, besos, apretones y las dos o tres paradas, llegamos a La Habana, a prepararnos para la gran reunión con Fidel en la Plaza de la Revolución José Martí. Lleno total. No cabía un alma más. Fidel contento, elogiando los resultados y nosotros, a viva voz; Fidel, dinos qué más podemos hacer. Él muy contento, nos reclamaba, en reiteración: Estudiar, estudiar, estudiar. La Patria volvió a llamar. ¡De nuevo a las aulas!
“Y volví a llenar las planillas y mis padres a firmar autorizo, porque ahora la escuela estaba en La Habana, el Instituto Tecnológico Mártires de Girón. Yo pedí Química y me gradué en 1966 de Técnico Medio en Química. Y me ubicaron en la Termoeléctrica Raúl Martínez, de mi provincia, como responsable del tratamiento de agua para las calderas”.
Más adelante, Eida decidió seguir su superación y matriculó Ingeniería Agronómica, carrera en la que hizo los tres años finales en el Instituto Superior Agrícola de Ciego de Ávila, antiguo ISACA, en el curso para trabajadores.
En la Universidad permaneció los últimos 25 años de su vida laboral. Allí fue, entre otras ocupaciones y responsabilidades, especialista principal en el laboratorio de investigaciones agroquímicas.
“Pero —y la decisión destila sano orgullo— siempre he estado vinculada de una manera u otra a la educación. A eso me enseñó la alfabetización. Por ejemplo, en la Universidad he estado de frente a los alumnos ¿cómo? Pues fui asesora de tesis relacionadas con mi especialidad, oponente y en otras oportunidades tutora, también he integrado tribunales… Estar con estudiantes es lo más lindo que pude hacer en ese tiempo de mi vida laboral”.
El diálogo concluye. Eida respira profundo. El recuento ha tocado fibras muy sensibles para ella. El recuerdo de sus padres y del esposo, que ya no están; las imágenes de sus hijos y nietos, y la retrospectiva de los llamados de la Patria, cumplidos con todas las fuerzas de su corazón.