“Desafió mil veces la muerte y quemó alegremente su vida”, una metáfora que no pudo ser más realista para entender la existencia de este ser extraordinario
Archivo No olvidar la Historia, volver a ella, tratar de entender lo que ocurrió y por qué, salvando las distancias y los contextos, siempre nos traerá nuevas enseñanzas. Así volvemos sobre ella, para hablar del joven revolucionario Rubén Martínez Villena, nacido en Alquízar, actual provincia de Artemisa, el 20 de diciembre de 1899.
Antes de formarse como abogado en 1922, ya hacía mucho tiempo que escribía versos. Tenía una obra reconocida a los 21 años, en la que se entremezclan el tema amoroso y lo patriótico, en sonetos apasionados y vibrantes.
Durante los primeros veinte años, en que predominó el sentimiento de frustración en el pueblo cubano tras la intervención de Estados Unidos que dio el fin de la Guerra de Independencia, cuando el país pasó de colonia a neocolonia del imperialismo norteamericano, Villena padeció los desvaríos de toda índole heredados de una República asfixiada y de los trastornos de posguerra, en lo que Juan Marinello llamó “década crítica” (1923-1933).
Percibió la necesidad de un salto cualitativo que el gobierno de Alfredo Zayas, ni el de Machado después, se harían responsables de proporcionar. Como otros jóvenes artistas e intelectuales, buscaba también dentro de sí el sentido de la vida.
Se convirtió en un destacado intelectual, martiano, marxista, líder del movimiento obrero y comunista cubano. Fue siempre fiel a la patria y la amó incondicionalmente, lo que se refleja en su pensamiento: “…patriotismo es amor a las bellezas naturales del país de nacimiento, interés por sus habitantes y costumbres, veneración por sus grandes hombres, gusto por su música, recuerdo amable de la niñez, afectos de familia. Y así lo comprendemos y hasta lo sentimos”.
Vincularse al gabinete del Doctor Don Fernando Ortiz, le afianzó el espíritu antiimperialista y su compromiso por la emancipación cubana. Rubén se paseaba por las calles de La Habana con un sombrero de pajilla al que teñía de carmelita como protesta por los altos precios del artículo.
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En poco tiempo se consagró como uno de los poetas más importantes de su generación y su obra intelectual resultó reconocida por sus contemporáneos e intelectuales de generaciones posteriores y de distintas filiaciones políticas como una de las figuras de la cultura más significativas de esa etapa.
Su talento le hubiera asegurado una brillante carrera como escritor y poeta, pero fue capaz de renunciar a ella. En él prevaleció su compromiso con la emancipación de su patria, reflejando en unas palabras que escribió en carta a un colega: “Yo destrozo mis versos, los desprecio, los regalo, los olvido: me interesan tanto como a la mayor parte de nuestros escritores interesa la justicia social”.
Su vida política fue un remolino en ascenso, librando una batalla constante contra el tiempo. Villena fue el líder de la llamada Protesta de los 13, una de las acciones más representativas de la etapa realizada por un grupo de jóvenes valientes el 18 de marzo de 1923, cuando en una ceremonia de la Academia de Ciencias, se manifestaron contra un corrupto alto funcionario del régimen de turno, quien fue interrumpido en su discurso por el joven revolucionario para echarle en cara su falta de autoridad moral.
Lo encarcelaron ese día por desacato y ofensa y, desde la cárcel, compuso el Mensaje Lírico Civil. El mismo poema patriótico que decía: “Hace falta una carga para matar bribones/ para acabar la obra de las revoluciones (…)”, encendidos versos que fueron recordados por el líder histórico de la Revolución, Fidel Castro, el 26 de julio de 1973, cuando reconoció a Villena como uno de los protagonistas de la única Revolución cubana, iniciada en la Demajagua y afirmó: “El 26 de Julio fue la carga que tú pedías”.
En pocos años el pensamiento revolucionario de Villena se radicalizó y durante la lucha contra la dictadura de Gerardo Machado fue, junto con Julio Antonio Mella, una de las figuras más destacadas del movimiento comunista, no solo por sus extraordinarias cualidades teóricas, sino también por la decisión y valentía que demostraba a diario, como cuando se enfrentó directamente al dictador Gerardo Machado, y le fijó un epíteto en defensa de Julio Antonio Mella que ha quedado impregnado en la Historia de Cuba como una de las más invocadoras, fuertes y ejemplarizantes palabras revolucionarias y valientes: asno con garras.
Sin tener un mínimo de conocimiento sobre aviación, ni las condiciones físicas más adecuadas para pilotear una aeronave, se preparó como piloto en Estados Unidos para, desde ese país, bombardear instalaciones militares machadistas; plan frustrado por las autoridades estadounidenses que incautaron el avión e interrumpieron la preparación que ya recibía en la Florida.
En 1926 redacta el folleto Cuba, factoría yanqui, que se convirtió en un insuperable artículo donde describe toda la situación de miseria y explotación en la que el gobierno norteamericano tenía sumida a Cuba desde inicios de la República. Al año siguiente ya era militante del Partido Comunista, luego integró su Comité Central y tras la muerte de Julio Antonio Mella dirigió la organización. Fue asesor legal y líder de la Confederación Nacional Obrera de Cuba. Estuvo entre los fundadores de la Universidad Popular José Martí.
Entonces sus pulmones insistieron en hacerlo desfallecer. Muy lejos de La Habana, a más de 10 000 kilómetros, en un sanatorio del Cáucaso, en la ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, el poeta de 33 años, enfermo terminal de tuberculosis, recibió la noticia de sus médicos de que su padecimiento era incurable y que solo podría alargar más su vida si permanecía en dicho centro.
No obstante, decidió dejar atrás el tranquilo lugar, renunciando a todo elemental sentido de conservación y regresó de forma clandestina a la convulsa y peligrosa Habana. Dirigió, desde su lecho de enfermo, en su condición de líder natural del Partido Comunista, la Huelga General de agosto de 1933 que coadyuvó a la derrota de la dictadura de Gerardo Machado.
La tos y los murmullos en rojo que salían de su boca, fueron haciendo desaparecer el ímpetu de hombre firme. La tuberculosis lo ató a una cama que sabía a final. Se consumió su pupila insomne y sus sueños; perdió la última batalla contra la enfermedad el 16 de enero de 1934, con casi 35 años, pero su energía se disgregó en cada hombre que, más tarde, siguió el ejemplo del revolucionario del que su compañero de lucha Raúl Roa dijo: “Desafió mil veces la muerte y quemó alegremente su vida”, una metáfora que no pudo ser más realista para entender la existencia de este ser extraordinario.