Publio Antonio León Pereira, pailero toda su vida laboral en el extinto ingenio Orlando González, mira al otrora operador de alzadoras Álvaro Serrano Gómez, héroes del Trabajo de la República de Cuba los dos, y no puede evitar que su rostro refleje una mezcla de asombro y satisfacción al ver el cambio total el interior del central Ciro Redondo.
“Lo que están montando aquí es una nueva industria dentro de la que había hasta ahora”, comentan también dos o tres de los cincuentenarios que recorren áreas donde tiene lugar una batalla para impulsar 32 objetos de obra, con el propósito de iniciar molida a finales de diciembre.
Para los escépticos, ese empeño puede tambalearse, a juzgar por el 60 por ciento al que hoy se encuentran los trabajos, en general, y por la complejidad de tareas muy específicas como el montaje del nuevo tándem, vital para lograr que la industria asuma y procese 8 000 toneladas (t) de caña, 2 000 por encima de la capacidad anterior.
Estructuras metálicas y techado también experimentarán un cambio sustancial
Por ello no pueden haber titubeo ni imprecisiones en torno a la instalación de cinco reductores planetarios que deben funcionar con sistema de acople directo. Según especialistas, este será el primer central cubano así, pues el coloso Uruguay, de la provincia de Sancti Spíritus, solo tiene dos molinos con reductores de ese tipo.
Aunque no lo exprese, Yamilka Barrios, jefa de Capital Humano en el Ciro Redondo, es, de alguna manera, presa de un orgullo que apenas puede saborear, en medio del ajetreo que involucra a unos 400 trabajadores, entre los pertenecientes al central y los que han venido a apoyar la obra desde Artemisa, Matanzas, Sancti Spíritus, Camagüey, Las Tunas, Granma y Santiago de Cuba.
A esas fuerzas in situ habría que sumar la contribución que han estado ofreciendo talleres ubicados en varias partes del país, sobre todo en la fabricación y ensambladura de objetos de obra”, explica el ingeniero Iván Oliver Góngora, jefe de Operaciones de Construcción y Montaje en la Empresa de Servicios Técnicos Industriales (Zeti), quien se encuentra al pie de esta inversión, considerada “la más importante que ejecuta Azcuba en la nación” .
Bien lo saben Eduardo Larrosa Vázquez, todo el consejo de dirección que él encabeza y demás especialistas de la Empresa Azucarera Ciego de Ávila, no solo por los cerca de 60 millones de pesos que, en general, ha de remontar ese proyecto de mejoramiento tecnológico, sino por el referente que debe significar para que Azcuba inicie un giro de 180 grados en términos de modernización y eficiencia del proceso tecnológico, y en la creación de bases para estimular y utilizar mejor las posibilidades que ofrece la inversión extranjera.
Realidad
No son los ya mencionados cinco reductores planetarios del nuevo tándem los únicos elementos que figuran en la renovación.
Habría que añadir la tecnología de punta para el pesaje digital, desde el inicio mismo del proceso; dos viradores nuevos para el tiro directo de la gramínea, sonda muestreadora para el pago justo y diferenciado de la caña a cada productor, de acuerdo con la calidad de la materia prima entregada, así como la desaparición de los juegos de cuchillas, al entrar en funcionamiento una moderna desfibradora (primera con que contará un central cubano), capaz de preparar la caña a más del 92 por ciento.
Tan inmerso en ese mundo ha estado Jorge Félix Martín Iglesias, director de Inversiones en la Empresa Azucarera avileña, que domina al dedillo las características y el estado actual de cada objeto de obra, por eso podría disertar acerca de la moderna bomba al vacío, ya en su sitio; las dos centrífugas de alta eficiencia, que se sumarán a otras tres montadas hace alrededor de dos años en busca de más calidad en el azúcar; dos filtros para cachaza, y primeros de su tipo que instala Cuba en un ingenio; además de dos clarificadores de 34 pies, en condiciones de aumentar su capacidad de operación.
Estas dos centrífugas suecas repercutirán directamente en la calidad del crudo
Si como explica Rubén Rodríguez Vidaurreta, del grupo de Servicios Ingenieros, a ello se agregan la novedad que significa introducir una pesa para comprobar el jugo, los filtros rotatorios que, como exclusividad, tendrá esta industria para extraer de la cachaza residuos dañinos, las naves de cal, el tanque de miel y el cuarto de compresores, es obvio que del viejo central quedará no mucho más que el nostálgico recuerdo en quienes hicieron zafra durante años o décadas.
Se perfila, en fin, algo que desearían todas las fábricas cubanas de azúcar: el llamado cuarto nivel de automatización.
Reto enorme
Vidal Martín Sarduy, director del Coloso del Centro, puede estar preocupado por un ritmo que podría demandar doble turno y hasta 24 horas de trabajo si se aprieta más un zapato que ya está bien ajustado. Puede estar, incluso, inquieto por la calidad que debe tener todo lo que se ejecute, y así evitar complicaciones ulteriores a la hora de la verdad…
Pero tal vez uno de los mayores retos que enfrentará su tropa, con la puesta en marcha, esté asociado al desempeño, en cada puesto y área de trabajo, por parte de los que siempre guerrearon con aquellos “hierritos viejos” y ahora tienen delante, o en las manos, verdadera tecnología de punta.
Habrá que habituarse, por tanto, a muchas cosas nuevas y “raras”, entre ellas a un proceso sin calderas ni turbogeneradores, porque el suministro correspondiente a ambas áreas estará a cargo de la Bioeléctrica que se construye aledaña al ingenio, “conforme al megaproyecto mutuamente ventajoso e integrado en los terrenos tecnológico y científico, mediante el cual el central le entrega bagazo y agua condensada, para recibir de ella electricidad y vapor”.
• El ritmo de ejecución en la bioeléctrica no siempre ha sido el programado. Si desea conocer más, lea aquí
Es evidente que se avanza hacia un cambio en la matriz energética. Si hasta ahora el Ciro Redondo disponía de dos turbogeneradores de cinco Megawatts, cuando eche a andar la Bioeléctrica, con bagazo que le aporte el central o biomasa vegetal a partir del marabú o de otro tipo de madera, la generación debe multiplicarse 12 veces.
Para lograrlo, desde luego, habrá que disponer de algo esencial que hoy el municipio no tiene en cantidad suficiente: la caña. Téngase presente que para moler 150 días al 85 por ciento, el ingenio necesita un millón 400 000 t de la gramínea, y en la actualidad, a duras penas, las estadísticas reportan unas 400 000 t, fenómeno que obliga a utilizar la materia prima del vecino Enrique Varona (que no molerá esta vez), para saciar el apetito que debe caracterizar al Ciro una vez que arranque con todos los hierros nuevos.
Baste decir que esa no es la mejor solución, sobre todo si se tiene en cuenta la impostergable necesidad de producir la mayor cantidad de azúcar posible, sobre la base del aprovechamiento de la capacidad en todos los centrales.
Con razón, en su reciente visita al territorio, Salvador Valdés Mesa, vicepresidente de la República de Cuba, les indicó a los azucareros avileños “sembrar caña sin mirar para alante”, en parafraseada alusión al modo en que Fidel les pidió echar piedras a quienes construyeron el pedraplén hacia la cayería norte.
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Por todo ello, la capacitación y el dominio del moderno equipamiento deviene asunto estratégico en un proceso que no dispone de mucho tiempo y que obliga a aprender, y a aprender bien, porque, de lo contrario, podrían sobrevenir desajustes en el ritmo y la rutina de producción, averías, paralizaciones, pérdida de tiempo…
“Y aquí Cuba ha puesto mucho dinero para correr esos riesgos”, opina el cincuentenario Antonio Chacón Hernández, un hombre que evoca con tristeza el centenar de centros de acopio que, según él, tuvo la provincia “y hoy queda un puñado”; defiende el uso del ferrocarril y asegura que con el poder de la nueva tecnología “será muy difícil encontrar un grano extraño en el azúcar que, a partir de ahora, produzca el Ciro Redondo”.