Si yo tuviera un negocio…

Pensaría más en ofrecer un buen servicio que en obtener solo ganancias. Claro, sabría primero cuál es mi don o mi talento, y sopesaría luego los pros y los contras de ofrecerlo al público.

Podría ser bueno contando chistes o haciendo reír a los amigos con mis ocurrencias, organizando días de locos, y eso no sería un servicio a ofrecer. Sin embargo, prepararme para animar fiestas y cumpleaños de niños, o como animador de espacios públicos, podría ser lo más adecuado.

O quizás el don personal está en lo que menos sospechamos, en lo que siempre evitamos hacer o en lo que otros ven en nosotros que siquiera alcanzamos a vislumbrar.

Primero tendría en cuenta el lugar donde establecería mi local y haría un pequeño análisis de los otros negocios que por allí hubiesen.

De nada sirve que sea bueno haciendo meriendas, establecer una cafetería, con otras cinco en mi vecindario. Aunque la competencia es necesaria y podría hasta hacernos más bien que daño, no siempre es bueno competir a la ligera, sin tener los pies sobre la tierra.

Además, si somos parte de un barrio desde que nacimos, prácticamente, se podría ver como que estamos obstaculizando el negocio de nuestros vecinos. Y se sabe que, por la memoria de todo lo vivido, cada cual se merece nuestro respeto o consideración.

En caso de que no haya más remedio y mi don sea el de preparar comidas y refrigerios, ¿por qué mejor no tratar de asociarse con los dueños de los locales ya existentes y crear así una especie de sucursal? ¿O conversar, ponerse de acuerdo, siempre en el sentido más humano posible?

Después pensaría en un buen nombre para identificarme e identificar lo que haré, siempre teniendo en cuenta el servicio que he de prestar. No haré caso omiso a lo estipulado en la presentación de mi proyecto, cuando aclare que pondré un cartel lo suficientemente grande como para que lo vean los de cerca y los de lejos.

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Mientras más gente sepa que puedo ayudarles a resolver su problema, pues mejor para todos. No me importarán los impuestos mensuales sobre esta ardua tarea de promocionar lo que hago. Y si seguimos con la idea de tener un negocio, y que este sea de vender lo que otros me vendieron, nunca pondría “oídos sordos” al regateo. Sería convincente en caso de no poder aceptarlo y benevolente cuando se pueda. No me dejaría llevar por la apariencia del otro. No siempre el que tiene la cartera llena de dinero lo posee en abundancia los 365 días del año, ni el que fanfarronea con sortijas y prendas es el más rico del mundo. Lo que nunca puedo perder de vista es el servicio por el que me pagarán. Y debo ofrecerlo con dedicado respeto.

Digamos, por otra parte, que mi don es vender artículos de uso casero no fabricados por mí. Jamás se me ocurriría venderlos a un precio mucho mayor del que me costó. Les sacaría mis ganancias, claro está, pero siempre escuchando a mi decente “yo”. Y el asunto sigue su propia lógica. ¿Si no lo produzco, por qué tengo que venderlo a un precio muchísimo más alto del que me propone quien sí lo produjo? ¿Qué tuve en cuenta para querer ganarle el doble y hasta el triple?

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Voy a tener en cuenta la ley de precios y todas las leyes que se han creado para beneficio del trabajo por cuenta propia, porque no soporto ni los adulterios ni la mentira. Con honestidad haré mi declaración jurada cada año y pagaré todo lo que deba pagar con tal de que mi conciencia esté tranquila. Sin olvidar que, si estoy tranquilo, mi familia también lo estará.

Si tuerzo el camino dejándome llevar por las malas influencias, recibiré castigo y perderé todo lo logrado. Habrá gente que lo lamentará y, quizás, hasta más que yo. Nunca he de olvidar que a ellos me debo, porque tienen necesidades que yo, con mi talento, les puedo satisfacer. Por eso jamás les vendería un producto que no haya probado antes.

Y sin disposición de ser abducido por la “filosofía callejera” de “nunca hagas lo que no quieras que te hagan”, pondría mucho cuidado en recomendar algo de lo que no esté del todo convencido. Están en juego mi veracidad y honestidad. Venderles un producto de muy mala calidad o en mal estado, no solo es estafarles, poner en peligro su salud, incomodarlos, buscarme problemas, sino que, también, es echarle tierra a mi persona moral.

Junto a ello, también estaría dándoles el ejemplo a mis hijos y, de esa manera, contribuyendo en lo posible para que, en un futuro, la sociedad se llene de negociantes de buena fe


Comentarios  
# Roberto 02-04-2021 16:18
El problema es que no hay recursos para la población, entonces cómo van a existir para cualquier negocio gastronómico? Sería bueno saber quién abastece con productos nacionales como refrescos, o internacionales incluso a las paladares de la Habana! Así se daría un ejemplo de como emprender un negocio a los del resto del país.
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# Pepito 03-04-2021 00:19
En verdad o usted no sabe de negocios o no pone los pies en la tierra. Solo con los impuestos que debe pagar basta para que todo lo que usted dice se valla,abajo. Por dios seamos razonables a los TCP los exprimen
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# Barbaro Martínez 03-04-2021 03:28
El gobierno debe ser el primero en estimular e incentivar el trabajo por cuenta propia, y por cierto la prensa darle visibilidad.

Brmh
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