Dado a expresar su opinión sobre los más diversos tópicos, el cubano es capaz de entablar un debate hasta con un experto, dígase en béisbol, economía o política. Y acorde con ese espíritu cuestionador, no hay nada que le resulte ajeno ni escape a su ojo crítico.
Pero ese juicio, hacia el quehacer social de organismos e instituciones, ¿se hace siempre desde el conocimiento y la razón? ¿Está en correspondencia con el aporte propio para contribuir al bienestar común?
Sobre este asunto intercambiaba con algunos colegas, a pocas horas de concluir los festejos populares que, entre el primero y el cinco de mayo, se celebraron en la ciudad cabecera provincial, los cuales generaron más de una crítica por considerarlos inadecuados para el momento.
No es la primera vez que un emprendimiento para mejorar la imagen citadina o proporcionar el disfrute estético y visual de los lugareños genera el dictamen acusador de una minoría, que alude a la falta de recursos, el mal empleo de los fondos públicos u otros argumentos, sin conocimiento de causa para ello.
Muchos recordamos, en los días en que se construía el bulevar, en el 2009, cuántos referían que era prácticamente un sacrilegio emplear cemento en esa obra, ante la necesidad de edificar viviendas; y cómo el tema salía a relucir nuevamente, en fecha más reciente, cuando se establecieron las rotondas Este y Oeste, que, además de proporcionar una mejor visualidad a la entrada de la ciudad, constituyeron una solución vial importante.
Acerca de los festejos de marras he escuchado críticas tan disímiles como que no merecían llamarse Carnaval de las Flores, porque no se ajustaban a las características originales, los precios poco asequibles y hasta algún “experto” molesto porque no fue invitado para dar su opinión en la organización.
Si vamos al concepto de la crítica en sí misma, veremos que no es más que un modo de mostrar las emociones que determinados hechos o cosas nos generan y, en muchas ocasiones, esos sentimientos están permeados por el resentimiento, o por seguir la corriente en determinado espacio —por ejemplo, las redes sociales—, para llamar la atención u ocultar nuestras propias debilidades.
A favor de la decisión de hacer unas fiestas populares, habría que decir que, Invasor aclaraba, al anunciar su celebración, que se retomarían por primera vez después de la pandemia de COVID-19 en las áreas de las plazas Máximo Gómez y Camilo Cienfuegos, y en la pista La Guajira, y no se trataba de una reedición del Carnaval de las Flores, como en etapas anteriores, atendiendo a las limitaciones de recursos y de combustible.
Días después, al volver sobre el tema, refería la afirmación de las autoridades del gobierno local de que “se trabaja para ofrecer un esparcimiento sano a la población”, pero con diferencias en comparación con aquellos carnavales anteriores a la pandemia de coronavirus, en tanto la provincia y el país atraviesan un período complejo en la economía.
Es decir, que sobre la base de la difícil situación existente, se apelaba a la contribución de los organismos del territorio para ofrecer opciones de esparcimiento a esos jóvenes y familias, que anhelaban revivir aquellos días de jolgorio tradicional.
Y hay que reconocer que, a pesar de cualquier inconveniente o tropiezo particular, las fiestas cumplieron su objetivo y de ello dan fe los miles de avileños congregados en la plaza para disfrutar del concierto de Arnaldo y su Talismán, y los que, haciendo caso omiso a la lluvia, no se perdieron la presentación de Dayani Gutiérrez.
Por eso, creo que a la hora de ejercer ese hábito, tan arraigado en nuestra sociedad y forma de vivir, de opinar sobre todo, es mejor cuidarse de hacerlo a priori y sopesar mejor los pro y los contra; es decir, informarnos mejor para no pecar de tontos.
Es lógico que los problemas objetivos de hoy nos generen actitudes subjetivas y queramos influir en el modo de resolverlos; pero no andemos por la vida como francotiradores juzgando con estereotipos, para que el ejercicio del criterio no se convierta en un bumerán que nos conduzca a un estado de insatisfacción crónica, a la desatención de los problemas propios o a la baja empatía en las relaciones personales.