Matrimonio adolescente: jugar a las casitas

Desde hace un tiempo la vida es tender sábanas, barrer el polvo y preguntarle recetas a la señora de al lado. Parece que era ayer cuando alimentaba muñecas lloronas y fregaba platos de mentiritas.

Pero eso no pudo prepararle para lo que vendría tras el umbral de la puerta que cruzó con prisa. Es de esperarse que no sepa hacer potajes ni planchar camisas, porque, aunque parece una mujer “hecha y derecha”, según la ley, el sentido común y su carnet de identidad dicen que es solo una niña de 16 años.

“Hacerse mujer”, en casos como el suyo, cuando se empieza una relación marital siendo menor de edad, es un concepto tan simple que solo contempla haber tenido la menarquía y saber “hacer de todo en una casa”, encasillamiento que suele pesar después de años de trabajo doméstico.

Las bodas entre adolescentes y adultos fueron bien vistas en la Cuba de las abuelas de hoy, y en el contexto de 2020 se mantienen a contrapelo de premisas aceptadas como la escolarización hasta duodécimo grado, la protección de los menores, y la educación para la salud y los derechos sexuales.

Solamente en 2018, el Anuario Demográfico contabilizó en todo el país 419 adolescentes varones, entre 14 y 18 años, que contrajeron matrimonio formal. Sin embargo, para las muchachas, la dimensión es superior, al esbozar una cifra de 2 225 uniones legales. De allí se deduce, también, que el esposo es, en la mayoría de los casos, un hombre adulto.

Las causas de la prisa suelen ser los embarazos no planificados, el no consentimiento de los padres para las uniones consensuadas y el ideal de “felices para siempre” que se une a los impulsos del amor pueril.

En lo que no se piensa cuando se obedecen los sentimientos más empedernidos es en las responsabilidades propias del hogar, que demandan tiempo y esfuerzos; en la solvencia económica; en la realización personal, casi siempre coartada; y en los conflictos de pareja, factores que engrosan las estadísticas de divorcios en Cuba y el mundo.

Otras manifestaciones del fenómeno se observan en los números que ilustran los embarazos precoces y el inicio de las relaciones sexuales en las muchachas.

En Ciego de Ávila, a principios de 2018, según reportó Invasor en esa fecha una de cada cinco embarazadas se encontraba entre los 12 y 20 años de edad, mientras que se demostró una tendencia nacional en el inicio de la vida sexual activa dos años después de la primera menstruación (que suele ocurrir entre los diez y los catorce años).

La soltería en ese rango de edades es regulada por el Código de Familia, en el Artículo 3, que permite el matrimonio solo en casos especiales y con la autorización de los padres o tutores legales a las mujeres mayores de 14 años, y los hombres mayores de 16. Esta clara diferenciación, que coloca al sexo femenino en desventaja, debería ser corregida por el próximo cuerpo de ley, por lo desactualizado del vigente.

La pregunta que se dibuja, más allá de la legalidad, es la capacidad de la psicología adolescente para enfrentarse a relaciones de pareja estables y complejas. Es vital que entiendan sus derechos de igualdad y autodeterminación, y lograr que estos les amparen de la sobrecarga doméstica, la dependencia económica y otros aprendizajes machistas que la obligan a ella a quedarse en casa, y a él a trabajar para “mantenerla”.

Bien saben mamá y papá de los riesgos físicos (infecciones de transmisión sexual, embarazos precoces, violencia física), mentales (depresión, violencia psicológica) y económicos (abandono de los estudios, insolvencia) que puede generar la inmadurez en las relaciones de pareja. Son conceptos comunes en la escuela la salud sexual, la igualdad de género y la planificación familiar.

Pero las clases y los regaños parecen implusar al amor joven a burlar cualquier advertencia. ¿Será porque no se puede impedir que pase, si se les dejaba dormir juntos quince días después de haberse conocido? ¿Si se les enseñó que ellas eran para la casa, y ellos para la calle? La respuesta es clara, porque cuando no se educa para ser independientes, los niños, más tarde o más temprano, se van a jugar a las casitas bajo otro techo.

• Profundice en el trabajo doméstico femenino como fruto de la herencia cultural.


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