Masculinidad y estereotipos: molde de papel

El feminismo reconoce que la sociedad patriarcal no es injusta solo con el género femenino: el papel de los estereotipos en el libre desarrollo de la masculinidad pesa a la hora de tomar decisiones de vida que repercuten en ambos sexos

Al niño no le gustaba la pelota, pero correteaba todas las tardes y llegaba a la casa con las medias llenas de tierra, así su papá estaba tranquilo de que no fuera a salirle “flojito”. En la Primaria escondió sus lágrimas cuando le salía sangre de las rodillas, se cuidó de no tener la letra muy bonita ni las libretas bien forradas, y de no ser de los preferidos de la maestra.

“¿Ya tienes novia?”, le preguntaban los abuelos. Y no, no tenía. A él le gustaba la niña del pelo más largo y los ojos más lindos del aula, pero ella no miraba a los que preferían dibujar, sino a los grandes, los de Secundaria que ya habían tenido tres o cuatro novias. Así que él creció aprendiendo otras técnicas de conquista.

Trataba de imitar a los famosos más machos, y a los chiquitos más populares, que cambiaban de pareja como de peinado, para que ninguna de ellas se creyera especial.

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Fumó en alguna que otra fiesta disimulando la tos, fue al gimnasio por las tardes para ponerse fuerte, bebió a sorbitos los vasos del alcohol más amargo, y se aprendió los estribillos que resaltaban sus atributos sexuales.

Al llegar la Universidad, descartó sin pensarlo las posibilidades de estudiar Enfermería, Educación Infantil o alguna carrera de letras. Protestó mucho en la casa, porque papá daba por sentado que los hombres van a la Universidad a hacerse ingenieros, y mamá quería un médico.

Vinieron el amor, el matrimonio, el trabajo, el sueldo que no alcanzó para vivir todo el mes, y entonces él, que no podía desentenderse de llevar un plato a la mesa, tuvo que “luchar”.

• La vida laboral para las mujeres también supone malestares añadidos.

Le tocó hacer los repellos, cambiar las lámparas, arreglar las tuberías. Le tocó ir de pie en las guaguas, aunque estuviera cansado o enfermo, no por darle el asiento a una anciana o a una embarazada, sino a cualquier muchacha que se suponía, por hembra, más débil que él.

En el amor, su rol fue regalar flores, tener dinero para pasear y tomar la iniciativa en las relaciones íntimas. Le tocó que los vecinos lo culparan de la “desfachatez” de su esposa cuando ellos mismos piropeaban sus shores cortos.

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Le tocó que lo miraran raro por no gritar con un partido de fútbol o por cambiar los pañales de los hijos. Tuvo que regañarlos fuerte y verlos solo de visita después del divorcio.

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Le tocó cargar a él solo con los bultos y pedalear siempre en lugar de ir, de vez en cuando, en la parrilla de la bicicleta. Le tocó preferir el ron por sobre el vino, y el pelo corto por sobre el largo. Le tocó jugar dominó en las fiestas, por no ser “cazuelero” al meterse en la cocina a freír chicharrones, y levantarse a medianoche por un ruido, sin confesar el miedo.

• En la salud, el machismo también supone riesgos según el texto Morir de hombría.

Le tocó enseñarle a su hijo a respetar a las niñas, pero, también, a sobrevivir en la misma jungla que él creció, sin parecer muy distinto. Le tocó decirle a su hija que se sentara con las piernas cerradas y se cuidara de los más grandes, que cambian de novia como de peinado.

Le tocó camuflarse por gustarle a la niña linda, por contentar a papá, por evitar el bullying, porque mamá estuviera tranquila, por no ser menos, porque los vecinos no lo vieran mal. Le tocó meterse en un molde que habían cortado otros, hacerse hombre como quería todo el mundo, menos como quería él.


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