¿Será tan difícil que los bajos de Los Elevados vuelvan a ser ese terreno ideal de confluencia para la sana competencia de niños y adolescentes?
Quienes ascienden en su auto la elevación de la Carretera Central tendrán a ambos lados, por par de segundos, un mirador de la ciudad de Ciego de Ávila, sin imaginar algunos que a esa instantánea la sustenta un basurero. Un basurero enorme de concreto, despintado; con bancos y columpios rotos. Y un señor encorvado, de piernas cruzadas, aburrido en un asiento, con un mocho de tabaco que parece no va terminar de fumarse jamás.
Los desechos sólidos de los vecinos cubren el final de las cuadras de los bajos de Los Elevados. Bolsas y bolsas que no se acumulan ni en uno ni dos ni tres días y que agravan la situación higiénica cuando llueve. Es un iceberg que, desde arriba, no deja ver la realidad de abajo. Pero como iceberg al fin, todo el mundo sabe que lo importante es lo que “no se ve”.
De la insalubridad, no es menos cierto que la mayor parte de la responsabilidad recae en la Dirección Municipal de Servicios Comunales, que ni por el complejo momento que atraviesa, a causa del déficit de combustible, debería justificar esa circunstancia en el centro de la ciudad ni en ningún otro sitio, así sea periférico, incluso rural.
Pero es una verdad también que la actitud de las personas es igualmente criticable. La peste que producen el orine y las heces de humanos —y de otros animales, habida cuenta de que la indisciplina social ha convertido este espacio en baño público y a cielo abierto— causa arcadas en cualquiera que no pueda evitar el tránsito por ahí.
Lo de menos, ante una escena tan grotesca, parecería ser la incontable cantidad de vasos desechables, botellas de plástico y de vidrio, las cajetillas y colillas de cigarro, náilones, papeles sucios que se echan al suelo “por no haber cestos” y terminan siendo indeseable alfombra en el camino. Claro que lo de menos siempre es lo de más.
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En unas columnas se puede conocer en qué se empleaba el espacio antes de que volviera al estado calamitoso actual, después de aquella revolución de 2009. La primera permite leer que se practicaban juegos deportivos como básquet, voleibol o lo que hoy es el béisbol 5, pero entonces le conocían por pelotica a la mano. Pon, trompo, yoyo o damas, ajedrez, parchís, y en otros juegos tradicionales y de mesa jugaban los niños.
Irresponsable sería hablar en presente de un proyecto deportivo-cultural que debería ser líder en cuestión de recreación, pero sobre las mallas inexistentes no se remata ni se lanzan balones al único aro en pie, al menos no con la asiduidad y la organización posibles. Las mesas de tenis están inutilizadas, igual que el gimnasio biosaludable, que funciona sin que lo hagan funcionar.
Mirando de frente al problema, surgen lógicas preguntas: ¿Será tan difícil que los bajos de Los Elevados vuelvan a ser ese terreno ideal de confluencia para la sana competencia de niños, el lugar donde no correrían el mismo peligro que en las calles o donde encontrarían divertimento más allá de los celulares y tabletas? ¿Por qué no pudiera concebirse como subsede habitual de entrenamiento de basquetbolistas o voleibolistas pioneriles, para impartirse o desarrollarse algunas clases y pruebas de Educación Física?
Devolver a esas áreas la vitalidad que un día tuvieron constituiría una victoria para los niños y adolescentes; una victoria que todos celebraríamos.
Hace un lustro, en esta propia columna, publicábamos que el proyecto sociocultural de los bajos de Los Elevados nació el 1ro. de noviembre de 2009 y que, con el paso de los años, perdió su polivalencia (presentaciones de libros, espectáculos culturales, exposiciones de artes plásticas, educación vial…), víctima de las indisciplinas, la falta de pertenencia y empuje, de la ausencia de promotores in situ, seguridad y de “pasarle la mano”. La espera, ya más que desesperar, se ha vuelto desoladora costumbre.
Mucho antes, el lugar había sido una especie de agromercado en el que proliferaban actividades ilícitas, la violencia pública y escaseaba la educación formal, según una investigación de la socióloga Lissete Arzola de la Rosa, de 2015. Problemáticas erradicadas en un momento y que podrían recuperar el terreno perdido si entre todos no lo impedimos a tiempo.