Eslabones sueltos

Después de haber duplicado mi mayoría de edad, no se me ocurriría culpar a mi madre de la actitud que podría tener mañana a primera hora. Al menos no directamente, porque tendría que admitir que parte de lo que soy se lo debo. Por eso tampoco el gerente de una tienda cargaría con las culpas si me le aglomero en su puerta por un litro de aceite. Ni el policía, de que haya alguien a medio metro de mí. Ni un dirigente, si las medidas decretadas, son transgredidas por razones tan pueriles como todas las que ahora mismo no implican sobrevivir a un virus.

Pero admito que, del mismo modo que le debo a mi familia, hay autoridades encargadas de controlar el orden siendo testigos del desorden y perdiendo el respeto. Que hay directivos muy enérgicos en sus palabras y a veces muy tibios en sus hechos. Reconozco que las mascarillas de una sala de intensiva son también preocupación de un director y que si no se limpia una consulta dedicada a tratar síntomas respiratorios, hay responsables de ese lado y del lado del paciente que va tocándolo todo y repliega su responsabilidad individual a la (buena) de otros.

Culpar a los demás ya no es una salida tan “inteligente”: por el contrario, es de suicidas lanzarse a un mundo trastocado donde ni siquiera podríamos determinar con seguridad cómo, dónde, cuándo y quién nos ha enfermado. O si hemos sido nosotros los causantes y son otros quienes andan preguntándose lo mismo.

No tener certezas va siendo hoy el peor síntoma de un virus que padecen quienes ni siquiera se han enfermado; aun cuando conductas expuestas al contagio harían pensar que algunos sí las tienen todas y por eso campean, incluso, sin nasobuco.

Y trato de pensar cómo se ha llegado hasta aquí. Si ha sido nuestro arraigado paternalismo que, a fuerza de pensar tanto en el individuo, lo ha dañado tanto protegiéndolo de una multa, un despido o una condena y, en consecuencia, es libre de vivir sin percepción de riesgo, arriesgando a otros. No sé si de tanto repetir que el sistema de Salud es un logro indiscutible de la Revolución, nadie le discute entonces, su posibilidad de tambalearse frente a miles de personas que se aglomeran en una cola y luego podrían exponer al personal de Salud, que no solo se infesta como ya sabemos, sino que se cansa, se agota y tiene familia. Niños que viven con susto porque “papi combate un bicho que mata gente”. Así de cruenta e “infantil” puede ser la idea.

O no sé si es porque, para colmo de males, la pérdida de valores humanos se ha precipitado en el peor momento y quienes no quieren a los otros y muy poco a sí mismo, se han aburrido en casa y han salido a caminar.

Por suerte, y paradójicamente, los eslabones más fuertes, y no los más débiles, son los que pueden romper la cadena… de contagios. Los que no sucumben a las tentaciones de besos y abrazos, los que comen lo que haya o compran lo indispensable calculando riesgo/beneficio, los que salen a lo impostergable; cuestiones de supervivencia que nunca han tenido nada que ver con colonias, ollas, maltas y ventiladores. Los “eslabones sueltos” que se quedan en casa terminan por ser la retaguardia de quienes en un hospital o un campo de frijoles tensan fuerte la cadena, queriendo estrangular un virus, antes de que el enredo asfixie a no pocos.


Comentarios  
# Alina 22-04-2020 01:00
EXCELENTE Katia, como siempre. Dicen, porque yo no he ido, que en el Bullevar no parece que estamos en Pandemia por la cantidad de gente y algunos centros comerciales parecen vender o comercializar más que nunca y la gente sigue de Cola loca por cualquier cosa que saquen
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# Ana María Tejera Orihuela 23-04-2020 04:45
Muy bueno, te felicito, siempre con el, verbo acertado.
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