Este mundo anda al revés, me comenta un conocido ante la actitud incomprensible de muchas personas que en determinada situación se ponen en contra de toda lógica y apoyan al infractor en vez de al que actúa en defensa de la ley.
La opinión vino a colación de un hecho reciente, cuando uno de los coches de transporte de pasajeros que cubría una de las rutas de la ciudad, era conducido por un adolescente de apenas 15 años. Cuando una de las que viajaba a bordo llamó la atención al joven por lo peligroso de esa acción y la repercusión que podría tener, el resto de los viajeros, lejos de apoyarla, lo defendió acaloradamente, con argumentos tales como “lo hace mejor que muchos mayores” o “todos tienen derecho a trabajar”.
Defender a ultranza una violación de la ley que salta a la vista, que lleva detrás la conducta negligente de un padre y puede provocar un accidente de graves consecuencias, por desconocimiento del código vial, sería digna de análisis para los sicólogos, pues reprender a un niño, apenas, que se aventura en el tránsito de una de las calles más concurridas, con casi una decena de pasajeros, es, cuando menos, cosa de sentido común.
Pero casos similares he apreciado en otros sitios, cuando los inspectores populares de comercio han tratado de imponer una multa por violación de las normas establecidas, dígase alteración de los precios, ocultar mercancías, error en el pesaje, entre otros, y las propias víctimas del hecho se han puesto de parte del que infringe la ley y agreden verbalmente a los que tratan de proteger los derechos de la población.
Contra toda lógica, actuar a la inversa de lo que se debiera, parece imponerse en diversas aristas de la vida cotidiana, como suele ser, por ejemplo, la respuesta ante un señalamiento o una crítica que tenga que ver con un proceder social.
Ya sea en el plano personal o colectivo, el “atrevido” que se aventura a señalar una mancha a un organismo o institución, recibe sobre sí una lluvia de insultos, amenazas y cuestionamientos, cuando lo que debiera mediar, primero, sería un análisis del planteamiento para darle solución al problema.
Excepto honrosas excepciones, se trata, por la vía del descrédito, de restarle importancia a la crítica, de desconocer el derecho ciudadano establecido en la Constitución de la República de Cuba, en su artículo 54, que suscribe: “El Estado reconoce, respeta y garantiza a las personas la libertad de pensamiento, conciencia y expresión”.
Todos queremos una sociedad más justa y equitativa, donde prime el cumplimiento de la legalidad, pero ella no se construye sin el esfuerzo y la participación de todos, con aportes mayores o aparentemente insignificantes, como lo es el comportamiento cabal en todos los momentos y lugares.
La solidaridad inadecuada, la falsa empatía con un infractor, solo conlleva a generalizar el caos, a la desobediencia social y a crear un clima de indisciplina y anarquía.
Que el combate de uno contra lo mal hecho, encuentre el apoyo de muchos; que la autocrítica nos defina para atacar a tiempo las deficiencias que padecemos. Que las frases “tu opinión cuenta” y “con la verdad somos más fuertes” no sean solo eslogan de campañas de paso, sino que formen parte de la conducta diaria de los ciudadanos para que nadie se asuste ni nos ataque cuando hagamos uso de ellas.