Carta inocente al 2023

Entre lo que soñamos y lo que merecemos, hay un 2023 justo, armonioso y fértil, que pedimos como niño que espera un juguete, con la misma ilusión

Hay un dilema de las fiestas de fin de año que no falla en las familias cubanas. Los niños empiezan su carta (a Santa Claus, Papá Noel o los Reyes Magos) dando parte de lo bien que se han portado este año, de cómo hicieron las tareas cada día y no se pelearon con sus amigos, y hasta ayudaron a fregar. Justifican así el regalo que merecen y entonces empieza el momento “de terror” para mamá y papá: “quiero una muñeca que llore y tenga tres vestidos”, “quiero un tablet”, “quiero un carrito de control remoto”.

Mamá y papá ya tienen comprado el jueguito de cocina artesanal o los carritos normales y corrientes, o un juego de ajedrez… A esa hora hay que pensar cómo justificar a esos seres de leyenda por su “desliz”. No hay solución, los niños sueñan. Y, ciertamente, a los ojos de los padres, se merecen todo lo que piden.

Lo más curioso es que, aun siendo adultos, no hemos perdido la costumbre. Cuando termina el año rememoramos doce meses de trabajo y esfuerzo, asistimos en un instante a la película de nuestras vidas. Se suceden imágenes de cómo cumplimos planes laborales y “mantuvimos” la casa en francos malabares; cómo ayudamos a los niños a hacer tareas, cocinamos, limpiamos y lavamos la ropa; cómo saludamos a los vecinos e hicimos favores, fuimos amables y considerados…

Papeles protagónicos y secundarios se mezclan. Ya a mamá y a papá somos nosotros quienes debemos darles los gustos, sin que ellos sepan, como mismo hicieron antes, cuánto nos cuesta. No tenemos a quién pedirle, pero empezamos a soñar el año venidero… tal cual en nuestra niñez.

Entonces, es una divinidad, una energía, el destino o el karma quien “nos escucha”. Y tomamos papel y lápiz para una inocente carta que llegue a tiempo.

Querido 2023: no quiero unión en la familia porque todo el mundo sabe que estamos mejor en nuestros caminos y espacios, pero sí quiero armonía, ayudarnos y querernos como si viviéramos en la misma casa, recordar que seguimos siendo hijos y hermanos aunque tengamos familias propias.

Quiero que tengamos más calma y más momentos sin el teléfono. Que hablemos y comamos sentados a la mesa. Que la niña o el niño sepa que puede confiar en mí, siempre, aunque crea haber “metido la pata”. Con suerte, perderé menos la paciencia y dejaré de pelear y de gritar, si encuentro el modo de que todos tengamos responsabilidades y comprensión. Tendremos postre y comidas familiares todos los domingos, porque en definitiva el mayor alimento es estar juntos.

No quiero dinero. Quiero prosperidad, que es muy diferente. Prosperidad es trabajar por algo y recibir sus frutos. Ayudar a otros. Dar un buen servicio. Que me respeten y me sigan por mi trabajo, y que sea mi trabajo quien me permita vivir sin siquiera rozar el límite inferior de la honradez. Y bueno, ya que estamos, lo mismo quiero para mis vecinos y para mi país, que se nos ordene y se nos enderece la economía.

Querido año nuevo: no estaría mal un par de días de vacaciones, pero de las de verdad, no descansar del trabajo para ponerme a arreglar la casa. Llevar a los niños a la playa, tomarme un trago en paz. Tener a dónde ir por las noches, algo sencillo, un concierto, una comidita. Poder ver una película sin dormirme del cansancio. Preocuparme menos y hacer menos colas, que no son lo mismo, más se parecen…

Pero sobre todo eso, anota lo más importante: estos días de fiesta, vas a ver que le sirvo primero a mis padres, para que no coman tarde. Es porque quiero que me duren muchos años.

Verás cómo juego con los niños y les mantengo ilusionados. Es porque quiero que nadie me les rompa la inocencia y crezcan a su propio paso.

Verás besos y abrazos, quiero mucho de eso todos los días. Y cuando estemos todos juntos sentados a la mesa, entenderás: mi mayor deseo es congelar ese momento.

A lo mejor el 2023 ya nos "compró” los regalos que nos tocan y, como los niños, intentaremos aceptarlos, aun cuando no sea exactamente lo deseado. Pero no dejemos de soñarlo.


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