Ahorrar no es dejar de hacer

Volvemos a la carga con esta suerte de “misión definiciones” para dejar claro de una vez que ahorrar no implica dejar de hacer

mano apaga interruptorSayli Google, ese ya no tan novísimo oráculo postmoderno que se jacta de tener todas las respuestas en tiempos de wifi y datos móviles, emplea 58 segundos para devolver 66 millones de resultados si le preguntamos por una simple palabra: ahorrar. Menuda eficiencia la de ese poderoso motor de búsquedas, podríamos decir.

Sin embargo, hay de todo en esa prolífica viña. Desde recomendaciones más empíricas que científicas para gastar menos dinero, al estilo 100 mejores consejos para ahorrar dinero en el 2020 o las tres únicas cosas que tienes que hacer para ahorrar; artículos publicados con todo el rigor exigido por las revistas científicas sobre temas económicos; hasta noticias que dan cuenta, en el ámbito nacional y provincial, de entidades con una voluntad y capacidad ahorrativas dignas de estudio y generalización, en caso de que se tratara efectivamente de reservas halladas.

Pero si la semana pasada insistíamos en que sustituir importaciones no es, digamos, sembrar los frijoles planificados ―y no hay más mérito que el de cumplir lo previsto―; volvemos a la carga con esta suerte de “misión definiciones” para dejar claro de una vez que ahorrar no implica dejar de hacer.

La economía doméstica es un excelente polígono de pruebas: los ahorros que permitirían, por ejemplo, un fin de semana en un campismo popular o hacerle frente a un imprevisto, no pueden ser resultado del impago de servicios como la electricidad, el agua, la telefonía, los medicamentos o la compra de la canasta básica. Si dejamos de pagar la corriente, a fin de mes tendremos ese dinero en la cartera, quizás, mas estaremos a oscuras. Entonces no habrá valido de nada.

Por eso no hay cómo creer al pie de la letra cuando el entusiasmo por responder a las coyunturas cuantifica en litros de diesel o megawatts los supuestos ahorros de entidades que apagan sus maquinarias y detienen producciones o de un servicio de transporte público disminuido en rutas y frecuencias. Eso no es ahorrar. Más bien es austeridad.

Ahorrar sería si, con un turno de trabajo en lugar de dos, la misma entidad puede cumplir sus planes y no deteriorar sus indicadores, manteniendo en números positivos los ingresos, el salario y la productividad, por ejemplo. O si con menos guaguas lográramos mover igual cantidad de pasajeros. O si cada auto ligero transitando por la provincia aprovechara el viaje para transportar al que lo necesita, algo a lo que hemos llamado solidaridad y sentido común, pero que tiene un trasfondo económico también.

Es, por ejemplo, que en 2019 se lograra transportar toda la canasta básica con menos del 70 por ciento del combustible demandado, resultado explicable únicamente si hablamos de organización y aprovechamiento de las cargas, de rutas óptimas calculadas con precisión y eficiencia en la cadena logística. Una eficiencia que, dicho sea de paso, tendría que ser de todos los días y no coyuntural.

Ahorrar no puede ser apagar las luces y que la oscuridad de los locales obligue a detener el trabajo o las clases, o en su defecto hacerlos más lentos y menos productivos, ni que la falta de acondicionadores de aire vuelva insoportable mantenerse en lugares concebidos para la hermeticidad y las puertas abiertas impidan ofrecer un servicio de calidad.

Si en el horario en que se apaga todo se deja de crear bienes y servicios estaremos consumiendo menos energía (y por ende menos dinero en la compra del combustible), sí, pero eso no se traducirá en eficiencia.

Cuando la máxima autoridad del país recalca en lo perentorio del ahorro, a continuación indica cumplir lo planificado, porque entiende ―y así debíamos entenderlo todos― que sin lograr el segundo no se puede hablar del primero. Y no se trata de “la coyuntura”. Hace más de una década el Primer Secretario del Partido, General de Ejército Raúl Castro Ruz, insistía en que el ahorro es la principal fuente de recursos de la economía cubana, entendido como gastar en lo verdaderamente necesario.

La pregunta que deberíamos hacernos al leer o generar titulares sobre “el ahorro” es, obviamente, si en verdad lo es.

Un No por respuesta mataría el debate en el mismo minuto de su nacimiento y convocaría a llamar las cosas por su nombre, a sabiendas de que las palabras necesitan hechos.

Un Sí llevaría dentro, como una matrioska de cuatro años, una retahíla de cuestionamientos elementales: ¿cómo se logró el ahorro?, ¿cuál es la base para el cálculo del consumo de portadores energéticos por nivel de actividad?, ¿por qué ante la contingencia se ahorra y en tiempos “normales” no?, ¿se afectó la eficiencia? Solo para empezar.


Comentarios  
# vasily 27-02-2020 09:36
De excelencia, como siempre por esta periodista. Me anoto en esta opinión porque no difiere para nada de la que tengo.
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# barbaro martinez 02-03-2020 04:15
Y hacer mas con menos !!!!!!!!!!!

brmh
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