En el marco de la jornada por la no violencia contra la mujer, Invasor se acerca a los retos que tenemos como sociedad, para proteger a las víctimas
Primero reconocer, luego, denunciar y acompañar. Ilustración: Michel MoroCasi 50 personas fuimos cómplices. Un viernes aciago, a primera hora de la mañana, en la “luchita” de las guaguas.
─ Quítate, Susana, que yo en esta “molotera” no me voy a quedar. ¡¿Tú no me oyes?!
La amenaza del “Serafín” anónimo hacia su esposa (les nombro así por la canción infantil y porque no puedo imaginar ninguna situación de afecto entre ellos dos), ni siquiera soy capaz de teclearla. Ella intentando montarse en la guagua, haciendo caso omiso de sus gritos, en franco desafío. Él, “desquitándose” con ella su frustración por el transporte. Mi susto fue tal que so lo atiné a velarles cuando ya se iban. A Susana quise decirle tantas cosas…
En la parada, casi llena de mujeres, nadie se quedó indiferente. Con treinta años menos que Susana, un trabajo estable, estudios y una familia que te apoye, todo se ve fácil: “Es culpa de ella, porque eso yo a mi marido no se lo permito”. “Si eso es en la calle, ¿qué pasará cuando estén solos?”. “Uno no puede defenderla, porque al final, ella tiene que irse con él, y mientras más ‘encabronado’ esté es peor”.
Los comentarios son siempre los mismos cuando se habla de violencia de género. Desde la posición de quien nunca ha sido acosado, golpeado y maltratado sistemáticamente por una persona que le llama a eso “amor”, se suele cuestionar a la víctima con más frecuencia que al victimario.
Para la psicóloga avileña Katya Roldán Contreras, promotora de temas de familia y género, no somos una sociedad lista para apoyar a las víctimas en todo momento. Parte de las causas está en que hemos naturalizado formas de violencia simbólicas, sutiles, como los piropos, el control y los celos, los gritos, las prohibiciones, los insultos entre cónyuges, familiares y de padres a hijos.
La pirámide de la violencia empieza por ahí. Desde lo que no se ve. Como privar a la esposa y ama de casa de objetos o dinero porque “no trabaja”. Como tocar y acosar en plena calle. Y poco a poco, detrás de las cortinas y las puertas de las casas, detrás de las sonrisas y los post de Facebook celebrando los años de matrimonio, va escalando desde el control, los maltratos, los golpes, hasta acabar, alguna que otra vez, en atentar contra la vida.
Cada 25 de noviembre, se dedica, en todo el mundo, a promover la reflexión acerca de la violencia de género, pensar y exigir políticas que protejan a mujeres y niñas en situaciones desfavorables.
En Cuba, la legislación avanza a favor de reconocer muchas formas de violencia y formar a especialistas, juristas y autoridades para la atención efectiva de casos como estos. Ya es posible, por ejemplo, gracias al Código de Familias, asegurarse de suspender la responsabilidad parental de una persona por ejercer malos tratos, aunque no sea hacia los hijos; o establecer procesos de liquidación de la comunidad matrimonial por violencia de género (con perjuicio para el cónyuge violento, desde el punto de vista de la división de bienes).
Se dispone también que todos los asuntos en materia de violencia familiar tienen que ser de tutela judicial urgente para que Susana no tenga que denunciar a su esposo y volver a casa a esperar la reprimenda.
Está probado. Ninguna víctima de violencia decide acabar con su situación por sí sola. No tienen recursos psicológicos y materiales para eso. ¿A dónde puede ir una anciana sola si se va de la vivienda conyugal? ¿Cómo vive? ¿Cómo se convence a sí misma de que no merece eso?
La otra tarea de cada noviembre está en educar a las personas cercanas a las víctimas. Y en eso me quedé pensando aquel día. Susana debe tener hijos adultos. Al menos un sobrino o sobrina. Alguien que pueda acogerla, buscar asesoría legal, asistencia social… Alguien que le explique que los malos tratos la eximen del deber de cuidar de su esposo, aunque se enferme. Que tiene tanto derecho a la casa como él…
Todas las cosas que yo quise decirle y que, sin una mano extendida, no le servirían de nada.