16 años son una vida, y ya la profe Lennabel ha tenido dos. Hay momentos en que se abren encrucijadas del amor frente a la gente buena. Ella nos cuenta de la suya
Lenna viene a recibirme a la puerta de la Escuela Elemental de Arte Ñola Sahíg Saínz con aires de muchacha. Tenis y vestido a rayas, un pelo afro que no parece haber sido domado jamás por los químicos, y una sonrisa blanca y grande.
Nos vamos al aula donde en apenas un rato ya tendría clase, para conversar en paz. Empieza por el nombre larguísimo que —reímos al respecto— tanto trabajo le debió dar en la escuela: Lennabel Rafaela Pulzán Videaux. “37 años”, agrega a la presentación. No los aparenta en absoluto y luego sabré que es por los últimos 16, que no le han hecho mella. Como si hubiese puesto la vida en pausa.
A veces, cuesta oírle entre tantos ensayos individuales, lo mismo en las aulas de al lado que en el jardín o los pasillos, a los que ella parece estar más que acostumbrada. No es para menos, si desde que llegó a esta provincia esa escuela es su casa.
“Enseñar es mi vida. Vivo en la escuela, y los niños y los demás profesores son mi familia. No puedo decir que sea fácil, pero, sin dudas, es una experiencia muy bonita”.
Al centro de Cuba llegó Lenna con apenas 21 años, sin haberse separado jamás de su madre, a cumplir el servicio social tras graduarse en la Escuela Nacional de Arte. El clarinete, al lado suyo, vino con ella.
Por allá por La Habana, donde la añoran y la reclaman todos los días, a todo el mundo le corre la música por las venas. Papá era contrabajista en el Gran Teatro de La Habana, la hermana trombonista, la tía pianista y profesora... “Somos clásicos todos, sin embargo, oímos desde Beethoven hasta Kelvis Ochoa con la misma pasión. Cuando niña, los fines de año, por ejemplo, eran siempre de jazz y del Festival de Ballet”.
El clarinete llegó en algún momento, casi sin proponérselo. A propósito de un dúo de su tía. Pero como, además de artista, era también claramente asmática, se quedó a modo de terapia de respiración y al final eso es. Una cosa sin la que no se puede vivir. “Es muy completo, puede incursionar en cualquier género”.
A ella la ha traído hasta ser jefa de la Cátedra de Viento-Madera en la escuela, cosa que le encanta porque tiene, por necesidad, que aprender de todos los demás instrumentos.
—¿Y las clases? ¿Es fácil enseñar a adolescentes?
—Es difícil por varias cosas. Primero, están casi todos becados aquí, son niños aún y les cuesta separarse de su familia, de sus casas. Además, las clases son de uno a uno, de mucha atención y concentración. Y no se trata solo de enseñarles música. Deben aprender también a ser independientes, responsables, a no tenerle miedo al instrumento. Muchas veces me han tocado niños deprimidos. O tienen problemas con otras asignaturas, como el piano, por ejemplo, porque no han podido practicar antes de venir a la escuela. Entonces ellos me confían esas cosas, me piden ayuda, y yo hablo con los demás profesores. Como yo estoy aquí las 24 horas, también me ven más cercana, y hasta las madres me llaman para cualquier cosa.
A los muchachos hay que motivarlos mucho, porque esta provincia carece de una propuesta cultural sistemática y ellos no ven claras las perspectivas
Le ha tocado ser casi una madre a ella, sin hijos, y que aún duerme en literas, como si fuera adolescente. La casa y la vida se las ha construido en un “cuartico”. Sus peluches, su televisor, su modesta colección de zapatos —que le encantan—, sus libros. “Cuando me vaya —porque en el fondo sabe que viene siendo hora—, no sé cómo voy a llevarme todo eso. Esta es mi casa. Ciego de Ávila es mi casa”. Y su vida es la paradoja de tener un hogar aquí sin tener casa.
“Ya en La Habana me quedan pocos amigos. Porque llevo años aquí, y cuando voy intento pasar todo el tiempo posible en mi hogar. Aquí me dicen que soy como un medio básico de la escuela —se ríe—. Y no puedo decir que estoy sola. La dirección de la escuela y todos los trabajadores están ahí para lo que yo necesite. Asimismo, para sorprenderme en los cumpleaños. Aquí hasta me operé y tuve lugar donde recuperarme”.
—Y en el tiempo libre, cuando Lenna no está dando clases, o trabajando con los alumnos, ¿qué hace? ¿Trabajar más?
—Pues sí. Pertenezco a la Banda Provincial, que dirige Juan Carlos Corcho, y eso también me ocupa tiempo. Es como una escuela para mí. Cuando de verdad estoy libre aprovecho para estudiar música, o inglés. O para leer.
Entre una cosa y otra siempre está ella. Alumnos y libros, trabajo y pasión, La Habana y Ciego. Entre los dos grandes dilemas y los dos grandes amores de su vida.
El primero, que mamá la sigue viendo como la niña que está lejos. Y le apremia su vejez. “Todos los días tú me oyes al teléfono: ‘estoy bien, estoy comiendo bien. No te preocupes por mí’”. En ocasiones le da la razón y piensa que ya es hora. Que ella deberá formar una familia, vivir en una vivienda, tener una vida normal. Celebrar los cumpleaños cuando toca y no cuando puede ir para la comida familiar.
En cambio, hay otro amor muy fuerte. “Cada vez que me quiero ir, cada vez que digo ‘ya, este año, debo irme’… Siempre llega un niño más”.