La memoria de los abuelos trenzada desde la raíz

El proyecto Anglocaribe: El barrio y sus Tradiciones, fue una de las 10 experiencias finalistas en el concurso nacional del Centro de Intercambio y Referencia Iniciativa Comunitaria. Porque al arte aficionado han sumado la custodia de la tradición, celebramos en diciembre la fiesta de agosto, con todos los colores del Caribe

Alrededor del mástil se entretejen las cintas de colores como la vida misma. Una sobre otra —las cintas— y uno detrás de otro —las mujeres y los hombres— arropan la desnudez del enhiesto acero y, para cuando terminan, no puede quien observa sino preguntarse cómo en desenfrenada danza han trenzado tan rápido y tan bien, pero, sobre todo, cómo no han errado el orden lógico de los acontecimientos.

Cuentan que Esther Hower dejó Barbados, su tierra natal, para seguir a los suyos hasta otra isla del Caribe. Venían buscando trabajo, una manera honrada de ganarse la vida y alimentar a la retahíla de muchachos que le nacerían después. La “mudanza” iba a ser por poco tiempo; nadie nunca pensó que sería para siempre.

Entraron por el oriente, pero siguieron rumbo al occidente. Debieron ser los frondosos cañaverales de Baraguá y el central de enormes ruedas dentadas las que motivaron la parada, primero, y el asentamiento, después.

Cuando casi se celebraba el centenario de la conformación del Barrio Jamaicano en Baraguá, Henry Parris Jordan, nieto de aquella barbadense, me mostró el inmueble donde vivió la abuela. “Y aquí viven unas primas, esta es la casa de las tradiciones, porque es la que mejor conserva la estructura y los muebles de la época”, decía mientras saludaba a las mujeres que miraban, con cierta dosis de expectación.

Era agosto de 2015 y yo asistía por primera vez a la fiesta que cada día 1ro. desempolva la raíz anglocaribeña de aquel rincón de tierra roja y pieles negras, hermosas, cubanas a pesar de apellidos y hasta acentos.

Ya no sobrevive ninguno de los que dieron lugar al Barrio Jamaicano de Baraguá, nombrado de esa manera casi que injustamente, pues los barbadenses, por ejemplo, eran más en número. “Fueron los cubanos los que lo llamaron así”, explicaba James Willisthom Phillips, director del conjunto músico-danzario La Cinta, “para ellos todos éramos iguales, todos jamaicanos”.

Puede que todavía haya quien hale del árbol genealógico y diga que no es lo mismo una isla que otra, pero el arraigo y la intención de no dejar morir la cultura traída por los abuelos, unen más que cualquier otra cosa.

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De las Antillas trajeron el cricket, el calipso, danzas y comidas nunca vistas por estos lares, como un arroz con coco que, no lo pude comprobar, sabe a gloria. Las dos últimas matriarcas, expertas en hornear los black cakes y preparar el saril, fallecieron en 2014, Mrs. Hunt y Celia Jones, centenarias ambas, y cierto sentimiento de orfandad podría suponerse, aunque nadie lo diga.

A veces, solo durante la zafra y el 1ro. de agosto, el pueblo está en las noticias. Si no fuera por la producción y refino del azúcar, y la fiesta, aquel sería un rincón macondiano, sepultado de una vez por el polvo rojo. Mas, el Ecuador pita y se estremece la tierra, cual recordatorio de que no está muerta y de que es, precisamente esa fábrica y su llamada, lo que la mantiene viva. Eso y la obcecada necesidad de volver, año tras año, a la raíz.

En la raíz están la cantina, a un costado de la plaza del batey. Después del desfile, serpenteando a golpe de bombo las callejuelas del barrio y con el burrito por delante, los niños miden fuerzas en juegos donde gana el más veloz o el más fuerte. Mientras, el resto del pueblo que no tiene sangre anglocaribeña en las venas, pero que comparte el mismo espacio existencial, se da a la algarabía del festejo que, como tantos otros en la geografía avileña, se ha desdibujado con el tiempo, la desmemoria y la escasez, ha perdido algunas de sus esencias, pero se resiste.

Posted by Grupo Cultor La Cinta on Sunday, August 7, 2022

En la noche se completa la veneración a los ancestros. Anunciados en inglés y español, bailan sobre la plazoleta los niños, confirmación de que, al menos la danza y los ritmos gozan de buena salud. En el cierre, Calypso Boys obliga a Matilda a devolverle su dinero y se hace la magia del tejido de las cintas alrededor del mástil cuyos colores recuerdan la Bandera Cubana.

Sobre el azul del cielo, el rojo de la sangre y el blanco de la pureza, La Cinta hilvana los matices del Caribe con la misma habilidad, cadencia apresurada, sudor sobre la frente y sonrisa amplia de sus abuelas. Como bailaron alguna vez Mrs. Hunt y Celia Jones, o Esther Hower, quien nunca regresó a Barbados porque se quedó aquí a tejer la memoria.