Sin otro fin que la convicción perpetua de que se tiene que escribir, cantar, bailar, tocar, pintar, actuar… para darle vida a ese nudo que a veces está en la garganta y a veces en el estómago, comienza alguien a creer en la utilidad (primera) de lo que hace. Es para sí. Para exorcizar esa inspiración extraña que lo lleva a ser lo que, aparentemente, todavía no ha sido: artista.
Aficionado le dicen, como si la afición no fuera la razón más pura de una pasión que va henchida haciéndose libro, canción, cuadro, teatro…, hasta convertirse en la estética de la emoción. Va ese alguien moldeando sus dotes sin presagiar un final, quizás reconocible en la alta academia de las artes, donde la cátedra le pone técnica al sentimiento.
Y va su amor por el arte oxigenándole las venas y sangrando cada minuto del desánimo que suele merodear el preludio artístico en pequeñas y apartadas barriadas. Porque todavía muchos creen en la superioridad de los circuitos, las carteleras, los escenarios y las luces de neón, como si solo allí se cultivara el buen arte.
Pues hubo una vez en que las casas de esos barrios se nombraron felizmente Casas de Cultura y los aficionados llegaron a ser considerados un movimiento —casi telúrico— en la modorra de las comunidades que solo podían contemplar el arte en la pantalla de la sala, si tenían una, por entonces.
Posted by Casa de Cultura "José Sirio Inda Hernández" Ciego de Ávila Cuba on Friday, December 9, 2022
En vivo fue transmitiéndose el asombro y los aficionados, por amor al arte —nunca mejor dicho—, se fueron consagrando a esa vida sin remuneraciones y acumularon su única fortuna: la de saberse afortunados.
Perpetuaron tradiciones en rojo y azul, en bailes de cintas foráneas que terminaron fusionándose a tal punto que lo africano, lo haitiano, lo español, lo árabe, lo chino… serían el congo y carabalí de cada cubano asentado en su patrimonio.
Tantas veces sin violines, sin bongós, sin acrílicos, sin zapatillas, sin instructores allanando el camino dentro de una casa que, de vez en vez, exponía su mejor obra: los artistas que la (re)componían. Casas a veces desvencijadas en cuerpo, aunque nunca en alma.
Culminando el Festival la presentación del multipremiado Conjunto Artístico Músico Danzario Telón Abierto con una...
Posted by Centro Provincial de Casas de Cultura Ciego de Ávila on Thursday, December 8, 2022
Casas de Cultura que no serían antros de perdiciones y tampoco vitrina de todo lo cultivado en un aula primaria. Términos medios gestándose desde el talento y la fuerza de los empedernidos que barrían cortapisas y dejaban la casa limpia, reluciente, para la nueva presentación. Fueron norias alimentándose de todo el que quisiera empujarlas por amor al arte. Así, solo por placer.
La semiótica las salvaría de cualquier sesgo, porque la lectura del público enriquece siempre, y lo sublime aquí puede ser lo pedestre allá. De manera que, casas al fin, han albergado de todo en la convivencia de sus artes. En ellas ha aflorado el talento más genuino y la copia infiel de lo ajeno, también.
Pero, sobre todas las cosas, la afición de los aficionados nos ha legado el valor de la supervivencia. Han sido ese callito del dedo que intenta sostener un Fa en la guitarra, mientras la cuerda se resiste. Nos han cultivado el alma, y regarla, asistiendo a su crecimiento artístico, va siendo lo único con que podríamos pagarles.