La dignidad de los Matamoros

Cada vez que se anunciaba la actuación del Trío Matamoros en la plaza de Ciego de Ávila, la noticia volaba como pólvora y la presentación se convertía en acontecimiento cultural a teatro lleno. No podía ser de otra manera.

A mediados de 1925, Miguel Matamoros se había unido a Ciro Rodríguez y a Rafael Cueto, dando origen al renombrado conjunto de voces y guitarras, de cuyo talento salieron clásicos como Lágrimas Negras, Son de la Loma y El que siembra su maíz.

Los especialistas coinciden en afirmar que el modo de hacer guitarrístico de los Matamoros se caracterizaba por un rayado sumamente expresivo y el “tumbao” que realizaba Cueto en el acompañamiento conseguía de esa manera una polirritmia.

Iniciándose el año 1929, durante los días 15 y 18 de enero, las dos más importantes salas de Ciego de Ávila, el Iriondo y el Principal, los acogieron con beneplácito. A finales de octubre del siguiente año, volvieron al teatro fundado por don Vicente Iriondo.

Para ese entonces, el grupo regresaba de una gira muy exitosa por los Estados Unidos de América, donde imprimieron discos para la firma RCA.

Dos décadas más tarde, y como para corroborar la letra del tango de que “veinte años no es nada”, el coliseo mayor de la ciudad, el teatro Principal, se estremeció desde sus cimientos cuando el público disfrutó y aplaudió el arte inigualable de los artistas, ya situados en el difícil escaño de la inmortalidad.

Pero todo no fue color de rosas al paso de los músicos por tierras avileñas. Ellos sufrieron aquí la injusticia discriminatoria de una sociedad racista.

Este pasaje, poco conocido y humillante, lo sacamos a la luz pública como sencillo homenaje a los brillantes intérpretes de la música popular tradicional cubana, que llenaron carteleras a lo largo y ancho de toda Isla.

Resulta que, en 1936 fueron contratados para actuar en el aristocrático Club Social del central Stewart. Los patrocinadores de la fiesta levantaron una gran campaña publicitaria, señalando que la misma se realizaba con la finalidad de recaudar fondos para la construcción de la iglesia católica de la localidad.

Antes de entrar en otros detalles, es conveniente señalar algunos antecedentes de la mencionada Sociedad de Instrucción y Recreo.

El 14 de diciembre de 1927, el periódico avileño El Pueblo publicó en su primera página y con un gran titular:

“¡Un acontecimiento!

 casa De tal puede calificarse la inauguración del Club Social del central Stewart, nueva sociedad fundada recientemente en el simpático y progresista barrio. La Casa Club cuenta con todos los adelantos modernos; un espacioso y magnífico salón de baile; una sala para recreo de los aficionados a los juegos lícitos y una nutrida y bien seleccionada biblioteca, amén de otras innovaciones que hacen de esta sociedad una de las mejores de la provincia camagüeyana. La nueva sociedad será inaugurada con un brillante baile. En la lista de socios figuran las más prominentes personalidades del poblado”.1

Tres años más tarde, el propio diario en su sección de la Crónica Social, volvía a la carga y señalaba:

“En el central Stewart ha de encontrar el viajero una capital en miniatura, donde resplandece una sociedad fina, culta y adinerada. El Club Social es una demostración evidente. Quizás en la mayor parte de los pueblos de la República conozcan este centro social, a donde acude un escogido grupo, cuyo rasgo principal se encuentra en el espíritu de distinción que lo anima y ennoblece. Anexas al Club, o mejor dicho patrocinadas por su Directiva, hallase el campo de béisbol, magníficos terrenos dedicados a este popular deporte; el de tenis, cuadrilátero cementado en armonía con la exigencia de ese acreditado sport; el rin de boxeo, el teatro y el nuevo extenso parque destinado al esparcimiento y recreo de los niños”.2

Evidentemente, solo podían disfrutar de estas instalaciones los más pudientes.

Volvamos entonces a los primeros días de marzo de 1936. Se anunciaba la realización del grandioso baile y que actuaría una famosa orquesta de La Habana, además de un show a cargo de los Hermanos Martínez, que interpretarían danza rusa, jarabe mexicano, el vals Coppelia y un baile holandés. Como hecho singular: la presentación del Trío Matamoros. La fiesta comenzaría a las 10:00 de la noche.

Ya por ese tiempo existían otras sociedades en esa demarcación, como eran el Liceo del Quince y Medio, y la sociedad de negros Mariana Grajales.

Y llegó el día del señalado festejo, que quedaría marcado como de bochorno para la patria chica. Como el Club del Stewart era solo para blancos, la Junta Directiva no permitió que, por ser negros, se presentaran en el salón principal los Matamoros, habilitándoles una pequeña tarima en el parque aledaño.

Cuando los populares intérpretes se percataron de la situación expresaron que no actuarían y que se marchaban.3

Entonces se “formó la gorda”.

“La gente corrió detrás de ellos. A ruegos de admiradores y admiradoras entonaron, fuera del recinto, varias piezas del reconocido repertorio, las que fueron recibidas con estruendosos aplausos y muestras de cariño”.4

Mientras, el emblemático salón permanecía casi vacío, a pesar de la suntuosidad de sus adornos.

Cuentan que se podía contar con los dedos de las manos las señoras encopetadas de la aristocracia local que murmuraban entre dientes y miraban atónitas lo que afuera ocurría y en espera de que la habanera orquesta de los Hermanos Martínez, una de las mas populares de la época, rompiera el hielo y comenzara el vals de apertura.

Pero la gente seguía deleitándose con el inigualable arte y sabor de Miguel, Ciro y Rafael.

Aquella memorable noche en el batey del central Stewart crecieron en el pentagrama de la dignidad humana los sencillos mulatos, que pasearon con todo éxito la música cubana por los más importantes escenarios de América y de la culta Europa. Así eran las cosas en aquel entonces.

Referencias:

1Periódico El Pueblo. Edición del 14 de diciembre de 1927. Crónica Social, p.3
2Ibídem. Edición del 7 de mayo de 1930.
3Entrevista realizada por el autor a varios socios del Club Social y testigos de los hechos: Leopoldo Álvarez, Antonio Suárez, Amaro Fernández, Manuel Caballero, entre otros.
4 Ibídem