Espinela: festín de la consonancia

 farinas Fue Vicente Espinel (1550-1624) quien propuso la “fórmula” para una estrofa sui géneris. Al malagueño le pareció que, rimando el primer verso con el cuarto, el segundo con el tercero, haciendo una pausa para que el quinto verso encabalgue con el sexto y el séptimo, octavo y noveno compartan similar terminación, y el décimo termine lo que el sexto empezó (abbaaccddc), saldría una estrofa “redonda”, en tiempos en que la rima era la más alta expresión del dominio de la lengua.

Algo curioso ocurrió. Luego de que los más renombrados protagonistas del Siglo de Oro español —Cervantes, Calderón de la Barca, Quevedo, Góngora y Lope de Vega— escribieran en su molde recordadísimos versos, como aquel de Y los sueños, sueños son, la décima se fue desvaneciendo de las letras ibéricas, al mismo tiempo que en América se introducía, reproducía y aplatanaba.

Así sucedió en Cuba, donde esta composición de diez versos octosilábicos echó raíces profundas —al punto de reconocerse como la estrofa nacional— y no ha habido moda, extranjerismo ni invención que la saque de la cultura popular, reconocida como más autóctona, y consustancial a la cubanidad.

Viajera peninsular
¡Cómo te has aplatanado!
¿Qué sinsonte enamorado
te dio cita en el palmar?
Dejaste viña y pomar
soñando caña y café
y tu alma española fue
canción de arado y guataca
cuando al vaivén de una hamaca
te diste a El Cucalambé.

Rimaría Jesús Orta Ruiz, El Indio Naborí, uno de los más grandes exponentes ya no solo de la escritura, sino también de la improvisación poética en Cuba —esa otra vertiente caudalosa en la que se da la décima, acaso su forma más compleja y meritoria— destacando la impronta de Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, El Cucalambé, a quien se le atribuye la expresión más acabada del vínculo entre lo dicho (improvisado) y lo escrito, y cuya obra fue hecha para ser cantada.

Con tan fuertes basamentos históricos y literarios, parecería que la historia de la décima en la Isla está escrita sobre piedra y a salvo de olvidos. Pero el empuje de lo contemporáneo, de las mezclas inevitables que trajo la globalización, de la estética del reel y la fugacidad despreocupada del post, sí invitan a pensar cómo mover a la décima del rincón “folclórico” y rural, que la definió en sus inicios, y traerla a las nuevas generaciones sin coloretes, pero rejuvenecida.

De eso hablaremos en estas páginas. Dialogaremos con “viejos” y “nuevos” cultores, gente que va por la vida jugando con las palabras, contando sílabas y buscando rimas, incluso las imposibles. Gente que se deja poner pies forzados, porque no teme a la picardía y confía en que la lengua no irá más veloz que el pensamiento, dando tiempo a que el laúd y la guitarra marquen el tiempo acompasado de un guateque o una peña citadina.

A la décima, Invasor
un Suplemento dedica,
y en estas letras predica
su ejemplo de surtidor.
La décima, con candor
de muchacha zalamera,
juega a ser la primavera,
la novia de la campiña,
y uno, aquí, se encariña
en la ciudad, ¿o es amor?