Ilustración: José Luis Fariñas El carácter performativo de la improvisación poética —interacción entre poeta y público, participación del receptor en el proceso creativo del poeta—, es una de sus características intrínsecas y diferenciadoras, algo que hace de este arte una de los más complejas y dinámicas manifestaciones de la poesía oral contemporánea.
Y dentro de las variantes más populares de la improvisación, la conocida como el pie forzado es, sin duda, la más curiosa para el analista, la más pintoresca para el receptor y una de las más difíciles para el ejecutante.
El pie forzado, tan curioso y pintoresco como importante para entender el proceso creativo de los improvisadores de décimas, subsiste en la actualidad como una variante tradicional de la improvisación de décimas, un arte que tiene en el ámbito hispánico varios siglos de existencia. Es, en definitiva, el pie forzado, una actualización del antiguo lexaprem griego, recurso creativo presente desde tiempos remotos en los cantares populares del medioevo europeo, en las tensones y recuestas, en el canto de ganchillo árabe y en otras manifestaciones poéticas orales.
Según algunos estudiosos, el pie forzado tuvo su origen en el zéjel arábigo, y dio lugar, entre otros géneros, a la glosa, que tanto se cultivó en la literatura áurea y en la poesía popular de España e Hispanoamérica durante los siglos XVIII y XIX.
En tierras americanas el pie forzado y la glosa, junto a otras manifestaciones poéticas, gozaron de gran acogida tanto en la literatura escrita como en la oral, sobre todo como divertimento creativo y material de competencia. Es decir, que el pie forzado emigró a América, evolucionó y, sobre todo, sobrevivió, convirtiéndose en los últimos años en una de las más vitales y vistosas variantes de la improvisación de décimas, fundamentalmente en países como Cuba y Puerto Rico, aunque cada vez se abre camino con más fuerza en México, Chile, Panamá, Colombia, Venezuela, Argentina y otros países hispanoamericanos, manteniéndose también su cultivo en las regiones españolas de Murcia y Canarias (por cierto, únicos lugares de España en los que se conserva la décima como estrofa para el canto improvisado).
Pues bien, conocedores de la vitalidad y el crecimiento del cultivo del pie forzado entre los improvisadores de Iberoamérica, en el año 2010, aprovechando que la feria discográfica más importante de Cuba, Cubadisco, estaba dedicada a la música campesina y al repentismo, y tenía como invitados de honor a “todos los repentistas del mundo”, creamos un nuevo concurso de improvisación, un concurso sui géneris, lleno de sorpresas: el primer campeonato mundial de pies forzados. Improvisar con pies forzados es algo común, pero improvisar con pies forzados según las variantes que nosotros creamos para este campeonato fue toda una novedad, y una gran sorpresa para todos.
• Tipos de pies forzados en competencia
Pie forzado final
Es el más tradicional y simple (sin perder la complejidad que supone improvisar una décima que termine con un verso ajeno): al poeta se le impone un verso ajeno y tiene que improvisar una décima que termine con este.
Esto, por supuesto, no quita méritos al poeta ni “aparatosidad” y “pintoresquismo” a esta modalidad creativa, que es, como se comprobó en el campeonato, una de las favoritas del público y una muestra clarísima de interactividad y espíritu colaborativo, es decir, de carácter transmedia.
Pie forzado inicial
Ocurre cuando el verso ajeno ocupa el primer verso de la estrofa, no la última, y es menos habitual entre los repentistas, aunque suele usarse en un tipo de controversias que se ha ido haciendo familiar en los últimos años en Cuba, cuando fortuitamente surge un verso (a veces un simple sintagma, y entonces lo llamamos “pie forzado inicial sintagmático”) que agrada y acomoda a los poetas contrincantes hasta tal punto que estos comienzan todas (o casi todas) sus décimas con el mismo verso. Lo novedoso aquí, entonces, es el carácter impositivo de ese verso inicial, el forzamiento en sí mismo.
Técnicamente hablando, el pie forzado inicial es, en nuestro criterio, un poco más difícil que el final, ya que el poeta se lanza al vacío, sin red, es decir, sin tener preparados los versos finales de la décima, el hacia dónde, el apeo, el hachazo. Esta sensación de improvisación “cuesta arriba” (yendo cuesta abajo) es muy significativa, porque cambia todo el esquema creativo del poeta. El improvisador, con un pie inicial, sabe de dónde sale, pero no a dónde llegará, y el receptor está en la misma situación, por lo tanto, las expectativas son mayores y la emoción es también mayor cuando se logra llegar bien a puerto (a buen puerto).
Pies forzados extremos
En esta modalidad el poeta tiene que improvisar una décima con dos pies forzados, el primero como pie inicial (verso 1) y el segundo como pie final (verso 2). La décima improvisada con pies forzados extremos es también una invención nuestra, a partir de los ejercicios creados para el trabajo formativo metodológico en las escuelas de repentismo. Es este un ejercicio en el que, fundamentalmente, se ejercita la edición, el ensamblaje de la décima, y sirve para reforzar el trabajo de coherencia textual.
Técnicamente, esta es, sin duda, la modalidad más compleja y difícil de la competencia, donde el azar puede jugar en contra de la creatividad del poeta. Aquí el improvisador está sujeto más a las habilidades que a la creatividad, está más en función del espectáculo que de la poeticidad. El trabajo de edición es fundamental para garantizar la coherencia de una estrofa improvisada, y, por lo tanto, su eficacia.
Pero convengamos y confirmemos, nosotros también, que amén de las habilidades del poeta, el azar puede ser un escollo enorme en este juego-ejercicio. No es lo mismo intentar unir en una misma décima dos ideas tan “cercanas” como “a dónde van los difuntos” (verso de José Martí) y “descansan bajo la tierra” (verso de Antonio Machado), que dos ideas tan “distantes” como “al negro de negra piel” (verso de Nicolás Guillén) y “te morderán los zapatos” (verso de Federico García Lorca). Podría darse incluso el caso —que no se dio por puro azar— de que hubiera una clara incongruencia entre los tiempos verbales o las personas gramaticales de un verso y otro, lo que obligaría al repentista a hacer malabares sintácticos, más que semánticos y más que lingüísticos.
En fin, la décima con pies forzados extremos fue una de las modalidades más pintorescas y mejor recibidas por el público, no así por todos los poetas.
Pie forzado móvil
En esta modalidad se selecciona un pie forzado de la lista general y una vez seleccionado se tira el “dado forzado” (o “dado poético” o “dado forzado”), y el número que salga identifica el número del verso en la décima donde el poeta debe poner el pie forzado móvil. Tenemos que aclarar aquí que el dado poético, no es un dado común, sino un dado creado exclusivamente para este ejercicio y esta competencia, un dado en cuyos lados los números que aparecen no fueron seleccionados al azar, sino tomando en cuenta aquellos versos de la décima en los que un verso ajeno puede “hacer menos daño”, donde el forzamiento sintáctico puede ser menos violento.
Así, por ejemplo, se excluyeron los números 3 y 7, versos con función esencialmente hilativa, de enlace, versos-puente, versos para “abrir” y “llegar-buscar” la idea principal, definitiva.
Técnicamente hablando, el pie forzado móvil es complejo, pero no difícil, dependiendo, claro, del número que salga en el dado poético.
Los grados de dificultad varían mucho entre que el verso caiga en el numero 1 o 10, a que caiga en el 5 o el 6. Tampoco es muy difícil en el verso 4, final de la primera redondilla.
Este es otro de los aspectos técnicos y extrapoéticos que inciden en el improvisador: ya no solo debe concentrarse y preocuparse de la factura textual y poética de su décima; ahora también debe llevar la cuenta de los versos para colocar el pie allí donde debe. Esto parece poco complejo, pero sí lo es, y mucho, si tenemos en cuenta que los poetas repentistas, mucho más a este nivel, jamás piensan en la estructura de la décima, algo que ya tienen tan aprendido y aprehendido como el resto de los hablantes las estructuras gramaticales del habla común. Ningún hablante normal del español piensa a priori que un adjetivo debe ponerse junto al sustantivo, simplemente lo pone. Se convierte, entonces, el lugar donde poner el pie, en una dificultad añadida a la ya compleja improvisación de décimas.
El pie forzado y el público
Los niveles, grados y tipos de dificultad de un pie forzado pueden ser varios, pero el fónico, el fónico-rimal, es el único que desmerece el ejercicio en todos los sentidos. La dificultad puede ser sintáctica, cognitiva, semántica, psicológica, sociológica, psico-sociológica, pero nunca del tipo “vocablo fénix” (palabras sin rimas consonantes).
También falta, y es perentorio, una educación del público. En la medida en que los oyentes seleccionen y dicten mejores pies forzados, se improvisarán décimas de mejor factura, a la altura de lo que exigen las expectativas y las tradiciones.
Y este proceso de re-educación comienza en los mismos repentistas, que deberán ser capaces, al menos en cierta etapa, de no temer al tono didáctico, instructivo, que deberá primar, rechazando incluso, sin complejos, aquellos versos chuscos, vacuos, que ya por la rima, ya por el mensaje, estropeen la estética de tal ejercicio creativo.