Ni siquiera la llovizna y el cielo gris de este diciembre ahuyentó Las Malas Palabras de la librería, ahora Ateneo, La Moderna Poesía, en la ciudad de Morón.
Invasor encontró las altísimas puertas abiertas de par en par y un grupo heterogéneo sentado en U alrededor de Claudette Betancourt Cruz, anfitriona, e Ismael Cruz Parada.
El café llegó con el tema del día, escogido por votación dentro del grupo de WhatsApp del taller juvenil Ibrahim Doblado: el microcuento o microrrelato.
“Es un género muy relevante hoy en día, porque es un formato interesante para las redes sociales. Logra mantener la atención del lector y además exige que el lector sea activo”, exponía Claudette a los presentes, jóvenes aficionados y también músicos y veteranos
como el escritor Servando Carvajal.
De vez en cuando se escucharon temas propios de Daniel Yamilkason, miembro de la Asociación Hermanos Saíz, que también inaugura un espacio propio los primeros viernes de cada mes en la Casa de Cultura Haydée Santamaría Cuadrado.
Después, las muchachas del taller y su profe Ismael Cruz leyeron los suyos.
La gestora del taller, Marilú Cruz Hernández, aprovechó para hacer públicos los reconocimientos y premios que han obtenido sus muchachos en los concursos organizados por la Haydée Santamaría, el Corazón de Poeta y el Encuentro-Debate de literatura. “Hacía años que en estos eventos no participaban los jóvenes, y esta vez obtuvieron premios donde antes ganaban solo los escritores más maduros”.
Tras los aplausos, el café, la música, la presentación del boletín Caballo Salvaje, y la cortesía de regalar el tabloide La letra del escriba, todo el mundo se fue contento y hasta extendió en conversaciones y lecturas el tiempo pactado inicialmente.
Otros espacios fijos le nacerán a La Moderna Poesía, llevados por el escritor Llamil Ruiz González (para niños, segundos sábados del mes) y por el realizador José Ángel Guevara Tamarit (los terceros sábados), según compartió con los presentes Miguel Ángel Lanz Rivero,
administrador de la librería.
• A continuación, Invasor reproduce algunos de los minicuentos elaborados en el seno del taller:
EL ERROR (María Karla García Menéndez)
El elevador se tambaleó de repente, las luces se apagaron y el silencio reinó en la soledad de su interior. Noté aquella presencia a mi lado y no la reconocí hasta sentir su respiración gélida en mi cuello. Temblé, hasta percibir aquellas garras clavándose en mi piel, acompañadas de
susurros ensordecedores: “ven”. Sí, de nuevo era él. De un chasquido el elevador comenzó a caer, y mientras expulsaba gritos de pánico por mis labios, me di cuenta de mi error. Había tomado otra vez el elevador equivocado.
TULIPANES ROJOS (Gabriela Catalá López)
Incluso desde la penumbra podía verlo. Su mano horrorosa pintaba tulipanes rojos en el lienzo. Seguiría yo. Los quejidos de dolor a su lado no lo perturbaron. Se había acostumbrado. El dolor hacía que el color de la sangre fuera más intenso.
PEQUEÑOS PASOS (Roselaine Rodríguez Leyva)
La voz de Elena me da fuerzas, no la veo, pero escucho sus gritos.
—¡Dale, tú puedes, estoy contigo!
Tengo miedo. Me apoyo en la pared, me duelen las piernas, no me atrevo a caminar, pero su voz es mi fuerza.
Así que doy pequeños pasos. Uno, dos, tres, caigo.
Veo mis sesos mezclados con sangre en el suelo y escucho una voz calmada.
—¿Viste?, el suicidio no fue tan difícil.
EL MENSAJE (María Karla García Menéndez)
El frío de la madrugada me acompañaba y, aún despierta, sentí el escalofriante chirrido de la puerta. Caminé aterrada por el suelo con los pies descalzos hasta alcanzarla. Miré dentro y observé el sangriento mensaje con gotas deslizarse por el espejo: “Corre”. Mis piernas no respondieron, sabían que ya no quedaba tiempo. El viento sopló y trajo consigo sus silbidos. Estaba aquí. A lo lejos vi su sombra acercarse mientras me mostraba su cuchillo con una sonrisa enfermiza. Solo recuerdo que esa noche conseguí escapar, o tal vez no.
EL ESPEJO (Juliette Betancourt Cruz)
El frío anestesiaba mis piernas. Acerqué los muslos al torso sin conseguirlo. Fue cuando sentí el horrible estruendo como de vidrio quebrado. Un impulso pétreo recorrió mi cuerpo. Luego vino el temblor fino e incontrolable. Una risa macabra se acercaba, supe que debía correr, calculé el perímetro en mi mente, pero solo se movieron mis ojos, mis músculos estaban en cautiverio, entonces pude ver su silueta en el espejo roto. Por suerte desperté. Aterrorizada corrí a lavarme la cara. Para mi sorpresa, el espejo estaba destrozado.