En el aniversario 34 de fundada la compañía Teatro Primero, estrenó su versión de El zapato sucio, original del dramaturgo avileño Amado del Pino (1960-2017)
Cincuenta y cinco minutos después de empezar la puesta en escena, en el teatro Abdala, ya uno quería, de alguna forma, que esa historia terminara. ¿Motivos? El nuevo montaje de Óliver de Jesús de la pieza El zapato sucio —texto del avileño Amado del Pino (1960-2017)— carece de grandes movimientos escénicos y prefiere apoyarse en un solo elemento: la actuación.
Esto, más allá de ser algo provechoso, se convierte en un arma de doble filo, porque no se trata de un monólogo, sino de una obra para dos actores. Uno tiene que sacrificarse en función del otro. Y sobre ese otro, pareciera descansar el interés del espectador.
Giraldo Alfonso Pérez es un actor emblemático ya en Teatro PrimeroEn este caso el actor que encarna a El viejo es Giraldo Alfonso Pérez, Babirusa, y su actuación es tan lineal que funge como contrafigura. El Hijo lo interpreta Marcos Etian Carvajal y en él se concentra todo el peso dramático.
Desde mi no tan ingenua apreciación, la tensión dramática gana en equilibrio y la trama avanza por los primeros 25-30 minutos. Hasta que la repetición de los recursos actorales de Marcos, la voz engolada, los agudos, la sobreactuación, la contención por momentos, movimientos exagerados, parecieran aletargar el montaje.
También me recuerda, por mucho, a los distintos personajes que encarnara en el monólogo En una gruta. Asunto que se vuelve delicado, porque un actor, por muy joven que sea, necesita evitar caer en ciertos vicios y muletillas que, a la larga, lo llevarán a la repetición de sí mismo sobre las tablas.
Por ello, mientras lo veía interpretando a un funcionario, una mujer, y a un borracho, asesino, mujeriego, el hijo, el perdedor, el frustrado de la vida, me remonté al momento iniciático de su vida actoral.
A pesar de que El zapato... está diciendo cosas profundas, contundentes; verdades que van directo al corazón y a la memoria vivencial de cada cual, la crudeza, tantas veces repetida, cansa o molesta. Ahí es donde el director y su grupo de actores deben aportar en dinamismo y soluciones escénicas.
Marcos Etian Carvajal, un joven actor que prometeTampoco el clímax de la obra emerge a su posición más alta debido, en parte, a que ya los picos de actuación han sido dados, y no hay uno que sobresalga por encima del otro. Por lo tanto, el momento cumbre pareciera pasar inadvertido.
Además de que el montaje pudiera enriquecerse con más movimientos escénicos y un empleo más grandilocuente de los elementos sobre el escenario. Las sillas pudieran servir más que como útiles de apoyo. Ser parapetos de guerra, medios de transportes, bestias de carga, mecanismos de defensa.
La tumba de la madre, ¿y la de ellos?, pudiera emplearse más como escenario desde donde se discursa, servir de cama, de diván para el psicoanálisis.
La soga, tan rica en definiciones, podría haber sido usada con mucho más poder y significación, y ser el cordón umbilical que se rompe, el látigo con que se reprime y autoreprime, la serpiente del pecado.
En fin, son algunas cosas que se me ocurren como espectador. Subjetividades.
Es cierto que el texto original, del año 2000, tiene todo muy bien definido y la historia es pródiga en matices, subtramas, conceptos. Nos ofrece el clímax como algo inevitable en esta relación desvanecida entre padre e hijo.
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La situación vivencial del hijo es, de tan caótica, aborrecible. El padre, imbuido en su propio vivir, concentrado en los esfuerzos para olvidar el pasado, apenas lo comprende. El hijo no encuentra otra salida que la muerte.
Esto lo aprovecha muy bien Óliver para montarse sobre la idea de que están en un camposanto y se llegue a la conclusión de que todos han muerto. Pero, también, tuve la impresión de que se trataba de un delirio.
El montaje empieza con la luz cenital que va abriéndose en un bulto de sábanas blancas. De abajo de ellas, sale el padre. La luz lo llena todo como de cierta magia. Y agranda los contornos.
Luego, emerge el hijo, como de ese mismo sueño. Y así concluye la pieza, 55 minutos después. Ambos bajo las sábanas blancas.
No he visto otros montajes de esta obra como para poder hacer paralelismos y la tan necesaria comparación. Pero sí he visto todas las obras de la compañía y puedo decir que esta es, a mi entender, la más sufrida. La más elaborada a manera de oficio. Y que más trabajo les diera.
A lo largo del montaje sufrieron muchísimos reveses que dieron al traste con la idea original que Óliver tenía esbozada. “Siempre quise montar esta obra, pero con más mesura. La considero muy atinada, muy vigente. Fíjate que a pesar de estar escrita desde el 2000, de merecer el premio Virgilio Piñera en el 2002, y otros, no ha perdido actualidad en ninguna de sus lecturas. Y la quise montar ahora porque necesitaba demostrarle a la gente que el buen teatro nunca muere”.
Y es que Amado del Pino habla en su argumento de tantos temas universales, para todos los tiempos y épocas. Sobre todo, de la lucha generacional. Y se enriquece con problemáticas actuales de la sociedad cubana que nunca han dejado de existir. Solo han mutado de formas y obtenido otros matices en disímiles escenarios.
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Si Óliver no la hubiera actualizado en su contexto, el drama no hubiese perdido ni un atisbo de contemporaneidad.
La pieza ya está estrenada. Teatro Primero sigue dando batalla. Soy de los optimistas que cree en el perfeccionamiento humano y de la obra artística.