El jonrón de una colorida historia

Un estudio del investigador Leslie Hardy Robinson identifica la ruptura del racismo, en el estadio de béisbol de su municipio, Venezuela

Investigadores del Patrimonio Cultural fueron convocados por el Museo Provincial Coronel Simón Reyes Hernández, en su vigésima edición de cobertura provincial, para un nuevo encuentro; resultó exitoso debido a la diversidad de temáticas culturales a favor de la identidad avileña y su reconocimiento, casi al término del mes de septiembre: un viernes, 26. Aportó al evento la calidad de ponencias, aunque la cuantificación de estas no alcanzó la treintena.

Valiosa fue la capacidad de convocatoria desplegada por el equipo de trabajo de la institución cultural porque, estuvo en correspondencia con los avatares de “los tiempos que corren”, especialmente, la amplitud de modalidades, para erigirse como plaza difusora del patrimonio cultural.

La presencia de investigaciones relacionadas con la vida de las comunidades del territorio avileño, no faltó. Por ello, ponencias sobre diferentes aristas, así como expresiones culturales, tales como historia local, deporte, arquitectura, arte culinario, entre otros.

Pero la exposición de un trabajo en el que se integran componentes culturales en un mismo espacio y, sobretodo, deportivo, llamó la atención en el concierto de la integración identitaria. Esbozo histórico del estadio de béisbol Fidel Rangel Nápoles del municipio Venezuela, es resultado de las indagaciones de Leslie Hardy Robinson, quien atrajo con su aporte, al identificar los valores culturales expresados en aquel sitio.

Su exposición atendió relevantes datos aspectos concernientes al desarrollo económico territorial asociado al azúcar, pues con este ámbito productivo se concertaron encuentros deportivos.

Según el investigador, en aquel lugar “se jugó la Liga Interprovincial de Béisbol (1944-1960), y la Liga Azucarera (1951- 1960)”; jugaron allí, los Cubans Sugar Kings, equipo mixto que visitaba las comunidades captando peloteros, con el propósito de incorporarlos a su equipo, motivados por el deseo de una franquicia en las Ligas Mayores estadounidense; se fundó una Liga Infantil llamada Los Cubanitos, integrada por tres equipos: Cuba, Stewart y Simón Reyes, que se jugó desde 1958 hasta 1960.

Cuando el estudioso presentó el área deportiva en cuestión, apuntó: “un sitio abierto cubierto por alamedas y cedros cercado de esa propia madera a partir de 1915, oficializado como estadio. Nombrado primeramente Stewart Park, en franca alusión a la fábrica azucarera anexa”.

También consta que en dicha locación se celebraron espectáculos de compañías circenses tales como El Santos y Artigas, Rasore, Montalvo, y unos más pequeños llamados “Ripieras”.

Pero no fue la práctica del béisbol, y, menos aún, el circo, lo más atractivo del estudio de Hardy Robinson, sino la manifestación del componente racial.

A pesar de los atractivos relacionados con la vida deportiva y cultural del territorio, vestigios del “látigo de la esclavitud” acuñaron la exclusión como norma de conducta, evidenciada en una sociedad estratificada racialmente.

El cruel y despiadado trato a los habitantes de ese lugar, convertido, hoy, en una triste página de la historia, es más complejo de lo que parece.

El contexto socioeconómico estaba “concebido” por un comportamiento racista que permeaba la época con estigmatizaciones cristalizadas en reconocidas sociedades, las cuales con un “criterio racial” que,visto desde la óptica actual, condicionaba una regresión social.

La Sociedad de Blancos era asumida por las “concepciones” de sus miembros como “pura” y, reunía, como advierte esa palabra, solo, a los de “color puro” (blancos).

Por otro lado, la llamada Sociedad de Gente de Color estuvo conformada por seres humanos clasificados “en materia de raza” o, “racialmente”, como “no pura”, o “impura”.

Pero en el caso de la “Gente de Color”, la Sociedad en la que se juntaban los “de color”, incorporó otras “tonalidades intermedias” entre aquellos “de color”, pues se hallaban no solo los mal llamados “de color” (negros), sino, también, mestizos, o sea, aquellos oscilantes entre los “de color” (negro) y los pertenecientes al supuesto “color puro” (blanco), en correspondencia con el “color” de su piel.

A raíz de los “bandos de colores” establecidos en dichas “sociedades”, el resto de la población no acudía a ninguna de ellas, porque, en ambas, no eran aceptados, “bien por su origen o, por razones económicas o sociales”, afirma el investigador.

Para facilitar la comprensión de este lastre de la humanidad, agrega que “los moros y otras presencias humanas no encajaban, incluso, los blancos pobres 'carecían de pureza', tampoco contaban con los requerimientos para la Sociedad, porque, la pobreza, como indicador, atentaba contra el insoslayable factor económico, lo cual incidía en la 'blanca pureza'”.

Para bien, la Iglesia Católica, a unos escasos cien metros del estadio, y su Casa Pastoral —aún más cerca—, de una forma u otra estuvieron asociadas a la ruptura del racismo en el mencionado enclave deportivo.

El detallado análisis confirma: “Este sitio se distinguió porque el componente de discriminación racial fue soslayado: primero, a la hora de ocupar los puestos para el disfrute beisbolero, este no era relevante.

El hecho que lo impulsó fue la celebración de la primera misa católica con el bautizo de un niño negro: Emilio Contreras Cabrera, en 1935, y el anuncio del matrimonio de dos parejas negras, las cuales recibieron la anuencia del Padre que ofició ambos actos”.

Exalta, también,cómo los jugadores de béisbol negros eran admirados por su talento, por eso “no se distinguía el valor entre José de la Caridad Méndez (El Diamante Negro) —evidente el seudónimo— y Adolfo Luque, luminarias de aquel béisbol que se enfrentaron en duelos de pitcheos memorables”.


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