¿Para qué?

Ese día anunciaron que no habría déficit de generación, que no sufriríamos por apagón alguno; que, si sucedía, sería seguramente por la madrugada. Una noticia de esas es un bálsamo para el espíritu, es la seguridad de que tendrás un día sin sobresaltos y de que correrás menos procurando terminar a tiempo.

Actúas entonces como si nunca hubieras vivido la falta de electricidad, como si la dificultad energética del país estuviera resuelta, como si los apagones no pendieran como espada de Damocles sobre todos. Y te puedes omnibular tanto que olvidas que durante el día no necesitas todas las luces encendidas, que puedes apagar la televisión si no la estás mirando, que no debes refrescar la habitación para cuando vayas a dormir.

Sientes que vives en una vecindad llena de vida, de alguna música a todo volumen, del ruido de turbinas y otros motores; en un sitio donde, al unísono, se conectan todos los bombillos a cargar, y los ventiladores, teléfonos y baterías de bicicletas y motorinas; y, si a alguien se le ocurre sugerir que no derrochen, recibiría como respuesta que deben aprovechar.

En tales escenarios, antes del tiempo previsto, se hace la oscuridad. ¿Pero no sería por la madrugada, si era necesario?, se preguntan también al unísono. Sí, si no hubiera déficit; si, quizá, nos diéramos cuenta de que el tema del ahorro pasa por la comprensión del verdadero problema que representa generar la energía que se necesita, de que ahorrar no es una obligación de la gente que carece, no es un indicador de que somos desvalidos; de que nunca alcanzaremos a cubrir todas nuestras necesidades de comodidad, y el ahorro no nos aleja de lo que soñamos, muy por el contrario, nos ayuda a alcanzarlo.

En tiempos de bonanza se habla de consumir lo que en realidad necesitamos, de no desperdiciar energía en el hogar y el trabajo, de crear una cultura del cuidado por lo que puede faltarnos después, pero no falta quiénes pregunten ¿para qué? Porque no son pocos los que dicen abiertamente que no pasarán necesidad cuando te quitan la corriente eléctrica y también cuando la tienes, que en ese tiempo aprovechan porque sí y porque ellos la pagan.

¿Acaso no es verdad que si, cuando nos ponen el fluido eléctrico lo consumimos todos, con austeridad, podremos disfrutar de él por más tiempo, porque el déficit será cada vez menor? ¿No es cierto que si, cuando todas las centrales eléctricas estén funcionando y exista el combustible necesario, no nos olvidamos de que los apagones siempre nos llegan como un trago muy amargo, y ahorramos esa cuota que tanto nos cuesta aceptar que no necesitamos, tardará más tiempo en volver la oscuridad?

Sin embargo, en eso no siempre pensamos, o, mejor dicho, casi nunca; porque, no sé por qué será, pero los humanos, desde que tenemos algo, tenemos tendencia a olvidar que puede volver a faltarnos, que todas las fuentes pueden agotarse, que estamos sujetos a muchísimas variables que debemos recordar, y es encargo de todos preservar aquello que por ser de tanta utilidad no queremos que nunca se agote.

¿Y cómo pretender que eso no suceda? ¿Cómo, a estas alturas, no hemos aprendido? ¿Cómo algunos piensan que es un capricho que tengamos que pasar por este estado de necesidad?

En medio de circunstancias agobiantes, de condiciones verdaderamente duras de enfrentar, si nos anuncian que no habrá déficit, que podremos quizá pasar un día sosegado, lo más coherente sería que cada uno prescindiera, en su casa y en los centros laborales, de aquella cuota de energía innecesaria; que nadie se pregunte para qué tiene que ahorrar, que nadie ponga la nota discordante; y que no olviden que en tiempos de emergencia energética, cuando menos lo esperamos se hace la más profunda oscuridad.


Escribir un comentario


Código de seguridad
Refrescar