Correr la bola

En momentos de desesperación, cuando en medio de la casi total oscuridad sufríamos porque era inminente que muchos cubanos tendrían que enfrentar un huracán; algunos, desde ambas orillas, se enseñoreaban en difundir falsas noticias, sembrar el miedo, y hasta el odio, entre los que merecían y necesitaban estar acompañados y tranquilos.

Las imágenes que llegaban y siguen apareciendo, por desgarradoras, nos mueven a la compasión más profunda, nos hacen replantearnos la existencia misma, y nos muestran que muchos seres, desconocidos, sin más fortuna que la sensibilidad, están dispuestos a tender la mano, poner el hombro, salvar muchas vidas tan naturalmente como el acto mismo de respirar.

También, por desgracia, están las manchas que parece nunca dejarán de deslucir cualquier esfuerzo humano. La insensibilidad aflora también en medio de la desgracia; los comentarios dañinos, cuando se necesitan las frases de consuelo, la disposición para la ayuda, el recogimiento y la calma, también asomaban su pata peluda en un escenario donde el dolor era la carta de presentación.

A esa hora no faltaron los memes del más crudo humor negro y del total irrespeto al quebranto ajeno, las ofensas a quienes desde las redes sociales de Internet pretendían mantener alertas a todos, con detalles veraces de lo que sucedía. No faltaron la mofa y el chiste fuera de contexto, el desprestigio a aquellos que iban llegando en las más impensadas condiciones a esos lugares que provocaban miedo nada más de mirarlos en imágenes, a cientos de kilómetros.

Crecían los ríos, subían las aguas arrastrándolo todo; el pavor también se desbordó en medio de la oscura madrugada. Y quienes perdieron sus posesiones hoy agradecen no haber perdido a un ser amado o su propia vida, porque se perdieron algunas vidas que no dejan de angustiar ni con el paso de los días, la salida del sol o con la mano amiga arreglándolo todo.

Los voceros del desaliento anunciaban que aquellos cubanos estaban solos, a su suerte; que la presa se había ido de sus niveles y arrasaría con lo que había quedado, que los niños morían de hambre, que eran cientos los desaparecidos. Y algunos, por miedo y desconocimiento; otros, por maldad, amplificaban las tristes noticias sin detenerse a mirar el daño que provocaban.

Echar leña al fuego, hacer leña de árbol caído, pueden ser maneras muy criollas de expresar lo que ellos hacen, o intentan, porque siempre existen muchos que no ven otra salida que el amor más puro contra el odio; la calma contra las ansias de envalentonar y poner hermano contra hermano; sensibilidad contra un reducto de barbarie que no es posible desterrar ni con el paso del tiempo, la voluntad más férrea o con los intentos más supremos por el crecimiento humano.

Nuestra Cuba amada, tantas veces sufrida, no es esa simple figura en el medio del mar, que algunos dicen venerar desde lejos, a la vez que desprecian a la Cuba real, que no es otra que todos sus hijos, todos esos cubanos que, en medio de la oscuridad más triste, con los movimientos más sublimes del alma seguían intentándolo todo, aferrándose a aquello con lo que no podrá arrasar ni la subida del agua, ni el más visceral odio, ni miles de influencer de pura pacotilla: El amor por los otros.


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