Durante mucho tiempo quise tener una escribanía. Quería escribir, para otros, cartas de amor y de amistad, dedicatorias, despedidas, declaraciones amorosas, esquelas pidiendo oportunidades de reconciliación.
Se llamaría “Escribanía Mina” —Mina es la protagonista de uno de mis cuentos, una escritora que no podía escribir porque tenía mal de amores y estaba segura de que sus musas llegarían si lograba encontrar una máquina igual que aquella en la que Hemingway escribió El viejo y el mar.
Quería recibir en mi casa a seres enamorados que me contaran aquello que sentían y me pidieran que les escribiera una nota, unos versos, pequeñas líneas, o extensas cartas en las que mostrar su alma al desnudo.
Yo hablaría entonces de la esperanza fina que es el amor, de lo duro que puede ser vivir sin el ser amado, de cuánto padece el corazón y el cuerpo por el amor perdido, por el que no aparece, o simplemente el que hemos tenido latiendo a nuestro lado sin darnos cuenta apenas.
Hubiera sido cursi, porque no le temo a las cursilerías, y hubiera escrito para alguien lo mismo “atrapaste mi corazón” que “no puedo vivir sin ti”.
Podría ser intensa y pedir “vuelve, si no me muero”, o, simplemente, con una levedad de flor, hubiera dicho “todavía te espero”.
Quería escribir en hojas dibujadas, agregarle perfume de flores de galán de noche y entregarlas en sobres con pequeños ramitos de nomeolvides.
Miraría la cara del enamorado o enamorada mientras leyera la encomienda y siempre al final le pediría me dijera si era exactamente eso lo que quería que su ser amado leyera.
En mis declaraciones nunca hubiera faltado la promesa de un amor sincero, único y leal; la certeza de que la felicidad no faltaría, de que el tiempo o la distancia pueden ser grandes pretextos para que se apacigüe el temblor del amor, pero que es, en definitiva, un pretexto, porque hay amores que resisten el dolor y las penas, las luchas del quebranto, no pueden matarlos ni las plagas ni el frío, pueden sobrevivir el paso de los siglos y sorprendernos siempre de múltiples maneras…
Por mucho tiempo quise tener una escribanía, y todavía ese deseo a veces me visita; sueño con tener frente a mí a enamorados pidiéndome que les escriba un recado para alguien que aman, una súplica para que regresen, o que les cuente cómo han sido sus días desde que no están.
Todavía quisiera que alguien me pida que le diga esto o aquello; o, simplemente, que se ponga las manos en el pecho y me diga que escriba lo que quiera, porque lo que siente allí dentro no hay modo de explicarlo.