Ráfagas de un virus

180 minutos de observación no alcanzan para ilustrar la pandemia que asedia la ciudad. No, cuando con 312 confirmados y 11 muertes después del rebrote, la situación se complejiza y una periodista y un fotógrafo apenas recorren una fracción de su Norte y su Sur. Aun así nos aventuramos a la instantánea del momento, con ráfagas que irían revelando la imagen de la ciudad de Ciego de Ávila, ese viernes y a esa hora.

Inadvertidos íbamos por la calle Maceo hasta que la gente empezó a posar para la cámara porque el lente dejó de ser indiscreto y alguien sugirió el montaje con más dureza que la corteza del pan de 5.00 pesos: “caballero, despénguense que nos están tirando fotos pal periódico y miren como estamos”.

Entonces nos regalaron el antes y el después, con fracciones de segundos que casi ni alcanzan para que los policías, que no tienen el don de la ubicuidad, fueran del Banco hasta la panadería; de una cola a la otra, a imponer el orden y “¡arriba, vamo a tomar distancia!”, les decían, como si los avileños cuarentones que allí se arremolinaban fueran niños ingenuos que solo encienden la televisión para ver muñequitos. Como si ninguno supiera que las sospechas del virus desbordan los centros de aislamientos que una vez nos quedaron grandes; que en Camagűey se nos acumulan los ingresados; que el rebrote nos acecha al ser contactos de aquel contacto que, a su vez, fue contacto… y así, por los cientos de los cientos.

Pero no todos a esa hora obedecían a ese contexto: mientras la cola de El Nuevo Trópico insinuaba que otra moneda establecía marcadas diferencias puertas afuera (y sus clientes se jactaban de la prudencia geográfica), dos cuadras más al Sur, en el patio del Mulato Acelerao, un improvisado punto de venta de gas hacía estallar la idea de que la necesidad engendra molotes.

 personas bulevarA las puertas de El Nuevo Trópico, otra realidad el viernes 18 de septiembre

El día antes, confesaron, eso no había estado así y un inspector llegó y quiso multar a los responsables del punto porque la gente no guardaba distancia, y ellos dijeron que apenas daban abasto para anotar en la tarjeta y mover las balitas de gas, y aludieron a la responsabilidad individual fuera del muro. Entonces la cosa fue porque nadie echaba los desinfectantes y alegaron, otra vez, a la responsabilidad individual, pues tampoco alcanzaban para estar en la puerta. Al final la multa fue porque no tenían el agua jabonosa y ahí ya no pudieron “escudarse” en nada ni nadie.

A Eddys Fonseca Montalvo, el jefe, le impusieron una multa de 150.00 pesos y aunque ahora la enseña para que veamos que ni fecha tiene y que tal error podría exonerarlo del importe, aclara que aprendió la lección. Allí no entra nadie sin pasar las manos por cloro, jabón y agua.Tres, de tres.

venta gasVenta de gas licuado. Allí los responsables aseguran que nadie entra sin desinfectarse

venta gas licuadoA la espera del gas, no debe evaporarse el distanciamiento social

No obstante, cuando ese punto estaba en la calle Maceo, entre Cuba y Ciego de Ávila, cuando en esa cuadra no se había muerto nadie y las cintas no cortaban el paso, el rigor allí no se imponía de ese modo. Triste lección, admite.

Por el oeste, bordeando esa dirección, no han llegado a lamentar semejantes sucesos ─si es que las muertes podrían enlutar solo a sus cuadras y limitar el dolor a calles y entrecalles─. Sin embargo, el miedo se ha esparcido con una intensidad que cala a Belkis Rodríguez Rodríguez, y no porque viva “pared con pared” de la vivienda que registrara dos casos positivos, sino porque hacía ya 10 días del hecho y las autoridades sanitarias no habían vuelto.

“¿Habré tocado la baranda del portal, alguien de la cuadra habrá pasado y hecho lo mismo?, no sé. Aquí nadie ha venido a pesquisar y tenemos, solo en esta cuadra, 10 diabéticos”, comenta desde la franja que aisla a Fernando Callejas, entre C y D, con la doble función de ser ella quien impide el paso hacia la zona roja. La custodia.

Y contrario a lo que pensábamos, Belkis asegura que allí la lucha es por evitar la entrada y no la salida de la gente, que son los de afuera quienes quieren visitar familiares o traer alimentos, y que gracias al mensajero, que va hasta la placita y trae de todo lo que llega (que no es poco) y a que les vendieron tres libras de carne de cerdo por casa, y a que una vez un camión se parqueó cerca, vendiendo dulces, papas y mermeladas… han podido cumplir la restricción. Que no es que allí tengan de todo, pero sí tienen. Y lo que más tienen, repite insistente, es miedo. Un miedo a que luego sea tarde… o simplemente, a que sea.

No alcanzamos a consolarla un poco porque a Yamilé Gutiérrez Rosabal el azar no las puso delante, en las cuatro esquinas que anuncian el barrio de Korea y para entonces las calles A, B, C y D simulaban el Norte, amén de que colindan casi con el policlínico Sur donde los tres pomos de rigor permanecían solos, a la espera de que los pacientes (con más o igual responsabilidad que el encargado) se desinfectaran ante el desconcierto.

No supo Belkis que todas las cuadras no son la suya y que existen Yamilés que dominan cifras y quehaceres y te cuentan de su enfrentamiento con la facilidad de un viejo estribillo: “en el consultorio 4, en Korea, tengo 48 casas y 123 personas, y en el 12, de Lugones, 59 viviendas y 169 habitantes. Y paso todos los días, hasta los domingos”.

Sin detenernos la seguimos, nos ha asegurado que en sus barrios podemos verificarlo y además creemos que merece una de nuestras ráfagas. Mientras nos dice que dirige una cátedra en la Dirección de Deportes y que el domingo se irá a limpiar el hospital, que ya le prestaron hasta unas botas de goma (aunque allí le darán protección), confirmamos la suerte de poder retratarla.

pesquisaYamilé en su pesquisa habitual, con la disciplina de una deportista

Y si bien no posa sintiéndose la excepción, tampoco cree que sea la regla. Tiene en su cátedra quienes le han dicho que no se sumarán a la higienización o al pesquisaje y le han preguntado qué les pasaría por negarse. Ella rememora su respuesta a favor de la voluntad y en contra de las cosas que se hacen por cumplir y que no cumplen objetivo al hacerse mal… y solo cedemos a su perogrullada.

Por eso también, a sus 72 años, con su diabetes, su hipertensión y su presidencia del CDR, Caridad Víctor Zeida asombra tanto sentada en su casita, tan al Sur de Fernando Callejas que puede verse el final. Por las mañanas, a eso de las siete, sale a recorrer sus casas, (el posesivo es de ella), de lejos pregunta cómo están todos y escribe en un papel el parte del día, como ella le llama. A la menor incidencia, “estoy llamando al consultorio y a quien sea”.

Para Caridad, por supuesto, hubo un espacio en nuestro lente. Y hasta tanto volvamos a salir, nos quedamos con que sea ella nuestra última impresión. O acaso, la mejor.

yamile y caridadCaridad y Yamilé, un par que combate la epidemia


Comentarios  
# barbaro martinez 23-09-2020 05:49
es tan dificil señalizar en el piso con pintura de cal las distancias que se debe mantener ?
la prevencion es la unica vacuna y hay que hacer todo lo posible por que la gente se lo "meta" en la cabeza.
cambiar habitos es lo mas dificil en el ser humano.

brmh
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# Julio Víctor 23-09-2020 10:36
En el 1917 V. I. Lenin dijo que es más fácil construir el comunismo, que cambiar la siquiera de las personas.
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