La Clementina desbordada

Aunque ningún censo lo ha dicho, a La Clementina le ha crecido su gente. Más de 5 000 avileños viven en esa comunidad de Baraguá que hoy sobresale en el mapa y en las agendas de autoridades que quieren espantarle, de golpe, los problemas. Pero a La Clementina también le han crecido sus problemas. Y ahora todo parece que se desborda

Rodeada de manantiales, y de turbinas que sin complejo de salidero anegan los campos, está La Clementina. Quizás por eso ahora la sequía del poblado les parezca extraña a los últimos que llegaron, y no tanto a los migrantes que desde el Oriente del país la toparon en el '80, cuando llegó a tener lo único que les importaba entonces: trabajo.

Nadie llegó buscando agua por tubería, electricidad sin tendederas u otra cosa como no fuera bodega, escuelita, consultorio y… si acaso, una placita. Lo básico, creyeron antes. Lo mínimo, creen ahora.

Después de que los platanales de La Cuba dieron salario y la empresa casas para que se asentaran, hubo quienes se anticiparon a las posibilidades y, más rápido que el tren, vinieron a esperarlas. Se construyeron algo y comenzaron a vivir de algo, mientras esperaban que algo mejor también sucediera. Pero eso fue en los 90.

Y cuando rompió el nuevo siglo, los 2 000 casi no podían con el cúmulo de los 90, más los retoques que los 80 ya necesitaban. Podría entenderse lo que dicen los más viejos, que La Clementina empezó a ponerse mala hace rato; y que si ahora todos lo saben es porque todos han ido a verla. ¿Cómo podría explicarse lo que dicen en 2021?

Ninguno es tajante en la respuesta. Lo más triste que confiesan es un “diga ahí todo lo que me pasa, pa' ver si alguien me escucha”. Lo más inteligente, “si no empujamos duro, esto no sale, porque hay mucho acomodamiento”. Lo más vergonzoso, “qué bueno que vinieron, porque gracias a eso reabrieron el servicio y hoy me saqué dos muelas”.

El de las dos piezas de menos es Roberto de la Cruz Columbié, quien confiesa feliz que todavía no puede creérselo y, al sospechar que uno tampoco podría, abre la boca para enseñar la extracción y zanjar las dudas. Y luego la abre para crearlas: “cuando Tapia vino sacaron hasta carne ahumada y ayer aquí vendieron por el Comité de Defensa de la Revolución (CDR) pollo y aceite, no dudes de que eso haya sido porque venía una pila de jefes y periodistas. ¿Y el pan?, pregúntele a Secundino, que no me dejará mentir, parece de shopping hoy. ¡Qué casualidad!”

La ClementinaEntre Roberto y Secundino (a la derecha) no hay porfía

Lo dice con ironía, pero aclara que es hombre de decir las cosas como son. A su lado, Secundino Ruiz Hernández, el dueño de la frase inteligente, no lo deja mentir, “avalado” en que durante mucho tiempo fue maestro de la escuelita y hace casi dos décadas es el delegado de una de las dos circunscripciones. Gente seria y de respeto en La Clementina. Líder, además.

Corrobora lo del pan, lo de la venta por CDR, lo de la posta médica, sin embargo, cree que todo el movimiento desembocará en algo bueno porque “se están tomando decisiones que son pa' largo”. Si algún foráneo creyera que La Clementina es un carnaval montado para que las autoridades tengan una visión menos infeliz del lugar, ahí estará Secundino para decirle que una cosa no tiene que ver con la otra.

• Lea lo que Invasor descubrió un sábado en La Clementina.

Porque desde que agosto concluyera con el recorrido del vice primer ministro Jorge Luis Tapia Fonseca, las visitas han sido frecuentes. Así andan, con un chequeo constante a la obra más importante del pueblo, el acueducto, sin dejar de impulsar otras soluciones que desde La Clementina esperaban.

Por eso, aunque hablen de trabajo comunitario integrado, la reunión que Invasor presenció tuvo el aspecto de autoridades que llegaban para resolver problemas que en muchos años no habían podido o sabido… o querido, resolver. La política seguía siendo más vertical que horizontal; en parte, por falta de autoridad y de recursos que no se gestionan ni deciden desde allí.

Directivos de Vivienda, Planificación Física, Recursos Hidráulicos, Educación, Salud, Trabajo y Seguridad Social, Comercio… y del Gobierno y el Partido dialogaban con esas estructuras de Baraguá, en presencia de los presidentes de los CDR, los delegados y el Presidente del Consejo Popular. Y mientras transcurría el encuentro no surgían problemas que “picaran en la acera de nadie”, sin que ello significara que muchos picaran donde era, y aun así se extendieran, también.

Quizás solo el de Raúl Milanés Rodríguez, el hombre de la frase más triste, siga en el limbo: una enfermedad le impide trabajar a tiempo completo y estando recluido perdió su chequera. Ahora le dieron una tierra para cultivar flores y el marabú le impone un ritmo de trabajo que él no puede seguir. Al no tener peritaje médico actualizado, la Dirección de Trabajo y Seguridad Social en el municipio no puede hacerle un expediente. En ese ir y venir, entre pandemias, falta de transporte, de especialistas y hasta de voluntad, Raúl suelta sus palabras tremendistas. Exageradas si se quiere: “a mí nadie quiere ayudarme”.

Precisamente, por esa mirada personal e intransferible de asumir y juzgar la Revolución que se ha desbordado en La Clementina, no podría hablarse de un proceso que se “importa” desde la capital provincial; o al menos no llega sólo desde allí, sino que habita en la gente de la comunidad.

Y en La Clementina con-viven de todo tipo: están los que regalan agua de su pozo, aunque por eso tengan que pagar más caro la electricidad que consume su turbina; y están los que les roban turbinas a sus vecinos para venderlas a 10 000.00 pesos, que pudieran ser los mismos que robaron los bloques del local que protegerá la turbina de mayor potencia, que ahora sí le dará agua a todo el pueblo. La elevará hasta el tanque y de ahí se conducirá por mangueras que ya están enterradas en una parte de la localidad.

Cuando llueve y las zanjas que aún no tienen mangueras se llenan de tierra y fango, hay gente que escarba para agilizar la obra y gente que solo se queja del fanguero… y de la falta de agua. Viven allí quienes trabajan en lo que sea, y quienes aluden a lo que sea para no trabajar. Vecinos preocupados por el matorral que ha crecido en la parte de atrás de la escuelita, que la deja desprotegida de la vigilancia nocturna, y vecinos que solo miran para su patio. Y están los que cogen el machete. Jóvenes que construyen y otros que destruyen.

Hay personas decepcionadas por falta de explicaciones, y otras que, si se las dan, no pueden entenderlas. Era el caso de las madres con niños menores de dos años que esperaron durante horas la vacuna antigripal que ese día no llegó. Solo traerían la Abdala y una parte de la Soberana, rayando las 11:00 antemeridiano, cuando la enfermera ya no sabía qué decir.

Dirían luego las autoridades de Salud que no había transporte ni combustible para traerla antes (ni ese día ni otros en que llegó muy tarde también). Y lo dirían al lado de más de 10 carros que esa mañana llegaron a La Clementina para revolucionarla integralmente.

La ClementinaEl día que Invasor visitó La Clementina, las madres y sus pequeños se sometían a una larga espera. Muchas se irían sin vacunarlos

Las alianzas, la autogestión, el trabajo comunitario integrado… son, a veces, palabras que no se practican y sucede entonces que un carro de Acopio llega vacío todos los días a cargar plátano de La Cuba, y desde La Clementina, a un kilómetro de desvío, se quejan de que no haya transporte en qué traer enlatados u otras ofertas del Comercio. Las enfermeras de la vacunación pueden almorzar el arroz con picadillo que llegará tarde desde la distante Pesquería, pero a cinco metros del consultorio queda un restaurante que podría elaborar algo a tiempo y mejor. Y ese “descubrimiento” viene de arriba, de “afuera”.

Como desde el Gobierno llegarán recursos para mejorar las casas que hoy se debaten en términos legales, pues alrededor de la mitad de las que se levantaron no tienen hoy estatus legal. De 562 familias, sólo 161 habían emprendido sus trámites. Las autoridades pretenden acortar la distancia entre La Clementina y Baraguá, porque en dos años (pandemia mediante) únicamente 60 completaron su documentación.

Y de esa legalidad dependen recursos, decisiones que corresponderían a una empresa o a una institución. No es tan fácil el camino —coinciden todos—, solo parece que ahora hay intenciones de recorrerlo sin desvíos.

Hace 10 años parecía que algo así también le sucedería a La Clementina y El Purial, otra comunidad con desventajas. Y el periódico Juventud Rebelde lo relataba con entusiasmo:

"El Purial y La Clementina son dos comunidades de campo. Ambas están rodeadas por una interminable llanura de color sangre. La primera se halla cerca del poblado de Ceballos, en el municipio de Ciego de Ávila, y la segunda en el de Baraguá. A diferencia de El Purial, en cuyos alrededores crecen las nuevas plantaciones de naranjas, en La Clementina lo que a ratos domina el paisaje son los campos de plátanos, pertenecientes a las cooperativas de la zona y a la empresa de cultivos varios La Cuba.

"Hace poco, en esos asentamientos un movimiento de pueblo y organismos de la provincia, liderados por el Partido y el Gobierno, se empeñaron en darle un golpe de muñeca al historial de dificultades acumuladas por el período especial y que, por momentos, parecieron eternas a sus habitantes.

"Durante semanas, y en jornadas de trabajo que terminaban con la puesta del sol, obreros de distintos sectores se hermanaron con los pobladores para eliminar las filtraciones en los techos de edificios, colocar las nuevas ventanas, solucionar los viejos salideros que ya parecían normales, reparar y embellecer la escuela o construir el nuevo parque de recreo.

"Ahora, cuando el bullicio ya terminó, no queda más remedio que meditar en lo mucho que se puede solucionar sin grandes recursos, con el pensamiento puesto en la racionalidad. El Purial y La Clementina son también dos ejemplos de cómo espantar ese acomodamiento que nace de las mentalidades centralizadas, esos criterios de que «esto nos toca y más nada porque la situación está difícil», y que se puede escuchar en los contactos más disímiles".

Diez años después vemos que el “golpe” de 2011 en La Clementina parece haber sido leve. Que el tiempo perdona muchas cosas en esta vida, pero el inmovilismo no es una de ellas. 


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