Enseñar es como labrar la tierra

Breve diálogo con una educadora moronense que sabe que la enseñanza siempre da frutos

 xiomaraXiomara Quincoses/Facebook A Xiomara Quincoses Morell nada la iba a apartar de su destino como maestra. Ni siquiera aquel día, después de graduada, en que por no tener los 18 años cumplidos le impidieron comenzar a ejercer la más grande vocación de su vida. “Una amiga de Florida, Camagüey, y yo escribimos cartas pidiendo que hicieran una excepción”, y la tarde en la que le notificaron que tanta insistencia había valido la pena daba saltos de júbilo, como la chiquilla que era.

Desde entonces han pasado 43 años. Ahora Xiomara, profesora de Español-Literatura en la Secundaria Básica Roberto Rodríguez Fernández, de Morón, mira a sus pupilos y, casi siempre, se encuentra en el ímpetu de unos y la alegría de otros.

Dice que el único momento en el que se ha sentido nerviosa frente a un aula fue aquella vez en la que le tocó darles clase de español a un grupo de estudiantes chinos que vinieron a Cuba a formarse como médicos. “Fue difícil porque no sabía cómo comunicarme con ellos, no podía hablarles en inglés, a pesar de yo conocer ese idioma, pues todo tenía que ser en español. La comunicación empezó a fluir pasados 8 o 10 días.

“Cada semana las clases eran evaluadas de 2 a 5 puntos y, para obtener la máxima nota tenían, que saber decir, al menos, una oración en español. A pesar de la dificultad, todos se graduaron y actualmente son médicos en su país. Me siento orgullosa de ellos, porque Medicina es una carrera complicada y no la estudiaron en su idioma”.

A sus estudiantes se dirige de forma respetuosa y los corrige con mucho cariño. Presume de una memoria prodigiosa, al punto de recordar o reconocer a cada uno de los muchachos y muchachas que han pasado por sus manos de maestra.

Tal consagración le ha valido medallas, condecoraciones y reconocimientos, acaso la medida exacta de una larga carrera de entrega sin límites en Morón y en el extranjero, que la sitúan como referencia para el resto del claustro, todavía más porque después de jubilada regresó al lugar de sus amores.

—¿Por qué regresó?

—Porque a pesar de mi edad me siento fuerte y amo mi carrera, además, puedo apoyar y disminuir el efecto del déficit de maestros. Volví en 2018 y estaré aquí hasta que haga falta.

—Entre todas sus vivencias, ¿cuál recuerda con más cariño?

—Estando en El Salvador, en 2016, no pensé que iba a hacer una amistad tan fuerte y duradera con nadie. Sin embargo, la vecina de al lado de la casa donde yo residía como parte de la misión educativa, cuando ya tuvimos confianza, me dice un día “vamos al mercado”. Al llegar y chocar con las diferencias culturales e idiomáticas, aquello fue un show. Allí las viandas y hasta los animales tienen nombres completamente distintos. Al plátano burro, se le dice majoncho, a las habichuelas se le dice ejote, al guanajo, chumpe. Y yo solo pensaba “Dios mío cómo me voy a aprender todo eso”.

“Pero bueno, ya ves, sí aprendí. Compartí con los salvadoreños su cultura, religiones y costumbres, lo mismo iba a la iglesia bautista con ellos que compartía en la iglesia católica.

“En su forma de hablar utilizan mucho la jota y un buen día estaba dando una conferencia y me dicen los promotores: ‘licenciada, nosotros queremos que usted nos dé una conferencia sobre el correcto uso de la jota’.

“Perfecto, les dije, y me eché a reír. En esa reunión estaban el coordinador y el gerente del programa, y cuando termina la conferencia, después de los aplausos, uno de ellos se acerca y me dice: ‘licenciada, ya que usted terminó, tal día a las jocho (8:00) nosotros vamos a realizar una actividad’. Aquello se vino debajo de la risa, ¿cómo era posible que cometiera el error después de la conferencia? ‘¡Ay!, discúlpeme’, me dijo. Y yo le respondí que no se preocupara, que el vocabulario no cambia de hoy para mañana”.

—¿Qué huellas ha dejado en usted la profesión de educadora?

—Muchísimas. Primero, logré mi objetivo, que era hacerme maestra. Creo que enseñar es como labrar la tierra, los maestros somos como el campesino que siembra y al final recoge su cosecha, Así he hecho yo, he podido recoger mis frutos en mis alumnos.

Los que han tenido el privilegio de ser sus estudiantes también la recuerdan, no solo como la profesora de Español-Literatura, sino como una consejera de vida, compartiendo sus experiencias y la sabiduría que la caracterizan. Su mayor recompensa es ser recordada con cariño por sus alumnos porque para ellos trabaja.


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