El fuego de las antorchas

Para Heráclito, el filósofo griego, el mundo surgió de una gran llamarada. A costa de su propio hígado, Prometeo robó el fuego a los dioses y lo regaló a los seres humanos. En la oscuridad de las cavernas, su brillo dio luz a las noches del hombre, y sus brasas ayudaron al progreso de la civilización. La Inquisición, por su parte, hizo arder en la hoguera a caciques, brujas, infieles y científicos, y retardó unos cuantos siglos ese mismo progreso.

A pocos meses de iniciada la guerra de independencia en Cuba, los vecinos de la ciudad de Bayamo, liberada del control español, la quemaron antes de que las tropas colonialistas pudieran recuperarla. Y en su avance al Occidente de la Isla, los mambises llevaron consigo la chispa de la tea incendiaria.

Un siglo después, ese mismo país resistió las amenazas del fuego enemigo, cuando este cayó del cielo en forma de bombardeos; cuando llegó de los mares con la invasión; cuando estalló en los hoteles, sembrado por terroristas… Incluso, cuando un huracán de llamas nucleares pudo haber arrasado con todo, la nación asumió la herejía como estandarte, miró al miedo de tú a tú, y ganó la pulseada.

Para bien o para mal, el fuego es parte de nuestro ADN, y su fuerza ígnea marca los caminos de la patria. Cada 27 de enero, cuando las antorchas rasgan con su lumbre la noche, me pregunto cuál de todas las llamaradas posibles arderá en ese momento, y cuánto se parecerán estos rostros jóvenes a los que brillaron, hace 71 años, iluminados por las ideas martianas.

“La prudencia puede refrenar, pero el fuego no sabe morir”, dijo el Maestro. Y hoy, a la altura de 2024, uno tendría que preguntarse cómo mantener encendido el fuego de la rebeldía, avivarlo e incubar en su calidez volcánica los sueños y las expectativas de las nuevas generaciones.

Mientras el pueblo desfila por las calles, para que nunca muera el más universal de los suyos, toca cantar, reír, gritar, y pensar —sobre todo, pensar— cuánto puede hacer cada uno de nosotros para que José Martí irradie con su obra los derroteros de la patria.

Algunos pensarán que caminar a la luz de las antorchas es una pérdida de tiempo, fruto de una costumbre caducada. “Felices los normales”, contestaría, con indiferencia, el poeta. La marcha de cada 27 no solo resulta un tributo a quienes ya no están, sino que recuerda, insistentemente, que las revoluciones siempre surgen de pecho joven y que el fuego irredento da más lumbre cuando arde para los pobres de la Tierra.

 martiQue José Martí irradie con su obra los derroteros de la patria

 martiUna instantánea para el recuerdo

martiPor eso creo en ti y no en los misereres

marti Relevo de antorchas

marti Las revoluciones siempre surgen de pecho joven

 marti Cuánto se parecerán estos rostros jóvenes a los que brillaron, hace 71 años, iluminados por las ideas martianas

marti Cada 27 de enero, las antorchas rasgan con su lumbre la noche

marti La noche de las antorchas siempre es precedida por el día del Martí niño

 marti Los niños debían juntarse una vez, por lo menos, a la semana, para ver a quién podrían hacerle algún bien, todos juntos


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