Ciego de Ávila transforma su semblante

Con beneplácito, muchas personas comentan por estos días el giro que, en sentido positivo, está adquiriendo el Parque de la Ciudad de Ciego de Ávila, sobre la base de una voluntad gubernamental del territorio para rescatar servicios que en ese lugar fueron verdaderamente referenciales, e incluso, ampliarlos.

Parece que, por fin, nos hemos vuelto a percatar de que allí tenemos el espacio, las instalaciones y las posibilidades que anhelarían casi todas las provincias del Archipiélago, para asegurarles a sus habitantes la satisfacción de necesidades no solo alimentarias por intermedio de una gastronomía que incluye desde pequeños kioscos hasta restaurantes al estilo del enclavado dentro del avión o del que flota sobre las aguas del lago natural conocido como La Turbina.

El complejo de unidades gastronómicas y recreativas puede volver a competir, además, con cualquier otro similar, en términos de sosiego, seguridad, belleza.

Su reanimación no es, sin embargo, la única acción que realizan las Asambleas Provincial y Municipal del Poder Popular, con los organismos correspondientes, para devolverle a Ciego de Ávila el esplendor que en otros tiempos prevaleció.

Ese empeño tiene en cuenta también a los principales parques del perímetro urbano, a establecimientos como El Jupuro, legendario por su sello en jugos de frutas naturales; la caza y remate de huecos y salideros en calles, el reacondicionamiento de locales para asentar instituciones como la Biblioteca Provincial Roberto Rivas Fraga  y destinar su sede actual a lo que otrora fue el Instituto de Segunda Enseñanza, equivalente ahora a preuniversitario.

•Lea lo que Invasor publicó acerca de la reanimación en parques avileños

Se añaden, además, labores en un inmueble llamado a concentrar a pacientes que deban ser aislados y tratados de forma diferenciada en caso de algún brote epidémico con peligro de propagación.

Con la particularidad de llegar cada sábado a más instalaciones y objetivos, como el hogar de ancianos o el restaurante Colonial, el programa no se sustenta en fondos especialmente asignados por el país, sino en la capacidad del territorio para utilizar mejor los recursos de que dispone y la contribución de sus propias empresas a favor del bienestar y del progreso locales.

Obvio resulta, por tanto, que siempre hay formas de continuar haciendo, avanzando, incluso cuando el contexto económico y financiero parecen clavar un stop ante la pupila de escépticos y pesimistas.

Pero Ciego de Ávila necesita también el verso de lo popular en el reverso de esa moneda. De nada o de muy poco valdría dicha voluntad transformadora si ciudadanos indolentes siguen atentando contra los bancos y luminarias de los parques, contra los depósitos plásticos situados para recoger desechos sólidos o se empecinan en continuar echando la basura en el primer lugar que se les antoja, creando, de hecho, una imagen antihigiénica de la ciudad y condiciones “idóneas” para que proliferen la fetidez, roedores, insectos y otros vectores muy peligrosos para la vida y para la salud humanas.

Conocido es que el primer muro de contención contra tales actitudes debe formarlo la propia comunidad, los vecinos. Y habrá que buscar el modo de que las estructuras del barrio funcionen en tal sentido.

No obstante, será preciso incorporar también al otro escalón: el de inspectores y autoridades, a quienes toca la responsabilidad de hacer cumplir lo dispuesto en leyes, decretos-leyes, reglamentos, códigos y otras figuras, aprobadas de alguna manera por muchas de las mismas personas que las violan con la mayor tranquilidad del universo.

Comitiva en el parqueEl Parque Pedro Martínez Brito ha dado un cambio favorable


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