Desatino e hipocresía en la guerra contra “narco-terroristas” de Trump

pantallaPeoplesForum En más de 60 ciudades de Estados Unidos se manifestaron el sábado 6 de diciembre contra la agresión trumpiana a VenezuelaComencemos por una aclaración de carácter legal: un indulto no excluye ni la sentencia ni los antecedentes delictivos de quien recibe la gracia de no cumplir una condena. A Donald Trump le encantan los indultos.

En los días finales de noviembre, como parte de la tradición del que Estados Unidos llama Día de Acción de Gracias, le concedió clemencia a Waddle y Gobble y no se comieron en Mar a Lago a ninguno de esos dos pavos. Pero esto no es un asunto de mofa. El presidente se lo toma muy en serio y desde que inició este segundo mandato el 20 de enero pasado ya ha otorgado indultos y conmutaciones a más de 1 600 personas.

En esa lista de beneficiados, bajo el alegato de que repara “injusticia y da continuidad al proceso de reconciliación nacional” están quienes instigaron o ejecutaron el asalto al Capitolio de Estados Unidos el 6 de enero de 2021 para tratar de impedir que el Congreso ratificara que el demócrata Joe Biden le había ganado las elecciones presidenciales, lo que incluye entre decenas de otros participantes de alguna u otra forma en la insurrección a su exabogado y exalcalde de la ciudad de Nueva York, Rudy Giuliani, la abogada Sidney Powell; y el exjefe de gabinete de la Casa Blanca, Mark Meadows.

También han sido favorecidos con su perdón presidencial millonarios condenados indistintamente por cargos como fraudes y estafas financieras, evasión fiscal, lavado de dinero, y hasta operaciones en el mercado de drogas. Algunos de esa lista son Changpeng Zhao, el de las criptomonedas; Paul Walczak, director ejecutivo de una residencia de ancianos en la Florida; Lawrence Duran, ejecutivo de clínicas de salud en Florida; la inversionista Marian Morgan —¡vaya, también de la Florida!—; y Riss Ulbricht, quien operaba un mercado de drogas en la dark web.

En esos controvertidos perdones presidenciales, uno bien reciente es prototipo de la falsedad del mandatario estadounidense y desmiente su justificación para la escalada contra Venezuela y todos los países de América Latina y el Caribe que no son incondicionales a los designios políticos de Estados Unidos. Ha indultado y dejado en libertad al ex presidente de Honduras, Juan Orlando Herández, quien cumplía 45 años de prisión en Estados Unidos, por los cargos de conspiración para traficar drogas —más de 400 toneladas de cocaína—, armas y dispositivos destructivos hacia EE.UU. 

Ese indulto total e incondicional otorgado por Trump a Hernández forma parte de las maniobras del jefe de la Casa Blanca en abierta e insolente injerencia en las recientes elecciones presidenciales de Honduras a favor de su candidato Nasry Asfura, del conservador Partido Nacional, organización política que durante sus períodos de poder presidencial, entre 2010 y 2022, enfrentó acusaciones relacionadas con corrupción y vínculos con actividades ilícitas, precisamente cuando Hernández era Presidente. 

Con Honduras, Donald Trump quiere incrementar un tinglado de naciones adictas —como la Argentina de Milei, y el Ecuador de Noboa, por citar las más notables—, para enfrentar desde la desvergüenza a la Venezuela Bolivariana, a México, Colombia, Nicaragua, Cuba y hasta a Brasil y algunos pequeños estados del Caribe, defensores de su derecho soberano a no ser apéndices de Washington.

En realidad, el Trump que dice no tolerará a los narco-terroristas para arremeter contra Venezuela, a la que quiere sin Nicolás Maduro ni bolivarianos chavistas, porque considera que otros caeremos como fichas de dominó, acaba de dejar explícito las verdaderas intenciones. Le ha llamado “Corolario Trump a la Doctrina Monroe” y forma parte de la Estrategia de Seguridad Nacional dada a conocer tanto por el ostentoso mandatario estadounidense como por su Secretario de Guerra, Pete Hegseth.

En 33 páginas del documento, con una retórica sin tapujos, Trump pretende consolidar la hegemonía de Estados Unidos sobre el que siempre han considerado “su patio trasero”, dejar claro que es el dueño y señor de los inmensos recursos y las ubicaciones estratégicas de América Latina y el Caribe y, a la vez, mediante gobiernos sumisos cerrar “la migración masiva” hacia territorio estadounidense. 

Si Monroe en el siglo 19, para encubrir las apetencias imperiales de su naciente república, usó como pretexto la presencia económica de Europa en el continente, definiendo “América para los americanos” —con el concepto de que “americanos” son solo ellos—; Trump, buscando mantener la supremacía y la apetencia neocolonial aplicada de manera sistemática en nuestra región, alude ahora a la competencia de China y Rusia, fundamentalmente, y también involucra una supuesta influencia de Corea del Norte e Irán, en el entorno del Continente Americano. 

La Doctrina Monroe siempre ha sido una espada de Damocles enarbolada desde Washington durante 200 años. Ahora, describiendo los tiempos de este pretensioso presidente, ya le llaman “TrumpRoe” o “DonRoe” y tiene igual propósito, por lo que acudimos a Bolívar. quien precisó acertadamente: “(…) los Estados Unidos que parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias a nombre de la Libertad”, y a su más fiel seguidor, nuestro José Martí, para en pocas palabras definir el peligro actual que se cierne sobre nuestros pueblos.

“Jamás hubo en América, de la independencia acá —nos advirtió Martí—, asunto que requiera más sensatez, ni obligue a más vigilancia, ni pida examen más claro y minucioso, que el convite que los Estados Unidos potentes (…)” para “(…) extender sus dominios en América, hacen a las naciones americanas de menos poder (…)”.
Y el señor Trump ni siquiera “convida”, pretende obligar por la fuerza militar.


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