Han pasado tres años desde que Radio Morón contaba esta historia. Yo he cambiado y Cuba también, pero el recuerdo a los ojos de mi abuela no ha variado ni una coma.
Yo miraba sus manos más grandes y ajadas que las mías, que se movían mucho cuando hablaba. Las veía abrir libros y desempolvar con celo sus fotos grises, con el mismo celo que algún día temió por sus hermanos o cuidó de su figura vanidosa.
Las historias que contaban las arrugas, historias comunes de abuela con añoranzas de otro tiempo, crecieron poco a poco conmigo. Hoy aprecio con curiosidad periodística la manera en que guarda sus medallas de la alfabetización, su cantar de boleros sentada junto a la radio, y su colección de libros entre los que distingo dos tendencias: o bien curiosidades y crónicas sobre los artistas de su época, o bien testimonios sobre la vida y el hacer de desafiantes hombres y mujeres de su tiempo.
Aún más curiosos me resultan los matices con que recuerda lo que ocurría en mi ciudad y mi país cuando ella apenas me sobrepasaba en edad. Admiro en los personajes de sus narraciones la gran contribución a las buenas causas que hacen quienes no figuran en los libros de texto.
Mi abuela, Miriam Morales, creció en familia conservadora y humilde, y sus hermanos y hermanas, como ella, comenzaron a apoyar poco a poco un cambio revolucionario que se gestaba en todas partes.
“Había muchos muchachos jóvenes que se unían al Movimiento 26 de Julio y luego regresaban muertos. Llegaban de todas partes, y mis hermanos y yo solíamos ir a velarlos al cementerio junto con la juventud revolucionaria. Los guardias, vestidos de amarillo rondaban los velorios, y preguntaban '¿Alguien lo conoce? No va a pasar nada, es para avisarle a la familia. Lo mataron los rebeldes' Figúrate, nadie podía hablar, por el miedo.
• Invasor ha contado otras historias sobre la clandestinidad
“Una vez trajeron muertos a dos muchachos. Nosotros tuvimos miedo porque al principio no se sabía nada y creíamos que alguno podía ser mi cuñado. Mis hermanas y yo fuimos a verlos y estaban destrozados por las torturas. No tenían uñas ni dientes. Traían la ropa desgarrada y se podían ver los huesos de los brazos fracturados. Llevamos velas y sábanas blancas, como siempre, y los velamos.
“Uno de los peores momentos fue cuando cogieron preso a mi hermano, una noche que llevaba propaganda denunciando las Pascuas Sangrientas y bonos del 26 de Julio. Nos avisó un guardia del cuartel que era amigo de mi familia, y mi papá logró sacarlo pronto. Llegó lleno de golpes y decía que a él y a los demás los habían torturado echándoles cubos de agua porque hacía mucho frío. Le habían prohibido hablar de eso o ir al hospital.”
Ella también sorteó las represiones y los regaños paternos por su apego a la Revolución. Escondida, escuchaba por radio las noticias del frente de combate. “Nosotros oíamos Radio Rebelde en el pasillo de la casa. ‘¡Aquí Radio Rebelde, transmitiendo desde el centro de la Sierra Maestra!’, decían. Siempre tenía que vigilar alguien, porque los guardias hacían rondas todo el tiempo. Cuando pasaba alguno por la calle, avisábamos disimuladamente para que lo apagaran. Mi papá estaba en contra de que hiciéramos esas cosas, así que también nos escondíamos de él.”
• Lea a otra abuela que ha conmovido la pluma de una nieta periodista.
El final de sus relatos se sitúa en 1959, con la alegría de un pueblo trabajador que había encontrado el triunfo sobre un régimen brutal, un pueblo que como ella, estuvo dispuesto desde entonces a salir a hacer la verdadera Revolución.
“Me acuerdo del primero de enero. Qué alegría. Todos salimos a las calles y fuimos vestidos de rojo y negro hasta el cuartel a sacar a los guardias. A ellos nadie los podía tocar sin hacerles juicio, porque este era un gobierno de paz, no un gobierno sangriento. Teníamos que demostrar que éramos mejores que ellos. Por eso yo apoyé siempre a la Revolución. Yo entiendo que todavía hay cosas que cambiar, pero yo sí vi la miseria y las necesidades, todas las torturas y la injusticia que había antes. A nosotros nadie nos puede hacer ningún cuento.”
• Entre lo que hay que cambiar, según Invasor, están las mentalidades