El crimen de Goicuría: madrugada inolvidable

Tres jóvenes entregan sus vidas a la Revolución en un edificio habanero de 1958

Nada podrá jamás igualarse a la realidad de las cuatro horas de aquella madrugada del 8 de noviembre de 1958, hace ya 65 años. Los cuatro jóvenes refugiados en el edificio de la calle Goicuría y O’Farril, en La Habana, no vacilaron ni temblaron al enfrentar a casi 500 policías batistianos, sedientos de sangre y muerte. El combate comenzó minutos antes de las dos de la madrugada y terminó a las seis de la mañana.

La dirección habanera del movimiento 26 de Julio había previsto reunirse el 8 de noviembre de 1958 en una vivienda del Cerro, casi detrás de la estación de policía de la calle Infanta, en dirección al estadio de pelota. El tema principal del encuentro era la angustiosa situación del compañero Ángel Ameijeiras, Machaco, jefe de acción y sabotaje, que cada día estaba más carente de un refugio que le diese un mínimo de protección, por ser el más buscado de los jóvenes habaneros por los esbirros de la tiranía.

A diario y en cualquier parte de la ciudad, aparecían los cuerpos destrozados de combatientes revolucionarios y también de otros jóvenes que, sin haber participado en ninguna acción, eran víctimas de la histeria represiva de un régimen que se sentía arrinconado y sentía que su fin era inminente. Machaco era incesantemente perseguido. El cerco sobre él se cerraba más y más.

Su compañera de lucha y de vida, Norma Porras en una ocasión:

“Ya yo conocía a Ángel Ameijeiras Delgado, Machaco, quien era jefe de acción del Movimiento en La Habana…, nos enamoramos, pero como yo era muy jovencita y de familia católica, mi madre exigió que pidiera mi mano y casarnos por la iglesia. Machaco aceptó sin problemas… Nos hicimos novios. Pero escondidos de casa en casa, salí embarazada aun antes de contraer matrimonio. Embarazada estaba aquella madrugada inolvidable.

“Estuvimos escondidos en el Barrio Obrero, Mantilla, San Francisco de Paula, Lawton y otros sitios. Efigenio le orientó a Machaco subir para la Sierra, pero él se negó con el argumento de que había que continuar la lucha en La Habana.

“Días antes, Pedrito Gutiérrez y Rogelio Perea, Rojito, habían tenido un encuentro a tiros contra la policía en la zona del antiguo Coney Island. Allí cayeron Arístides Viera y Elpidio Aguilar, a Rojito lo hirieron de cierta gravedad cerca de un pulmón. Rojito y Pedrito permanecieron toda aquella noche ocultos en un jardín. A la mañana siguiente se dirigieron al apartamento 5 del edificio de la calle Goicuría, número 523, esquina a O’Farrill, en la barriada de La Víbora”.

Ella y Machaco, por indisciplinas cometidas por algunos compañeros y por la indiscreción de una vecina, deseosa de conocer sobre aquella pareja de jóvenes, abandonaron la casa donde habían estado escondidos durante los últimos días, refugiándose en otra casa junto al revolucionario manzanillero Enidio Díaz Machado. Allí se ocultaba una planta de radio, explosivos, mechas y detonadores para enviar a la Sierra Maestra.

Goicuría y OfarrilLos jóvenes combatientes no sabían que la ubicación de este edificio había sido delatada por un traidor

“Yo estaba muy mal, pues el embarazo me provocaba constantes vómitos y fatigas, pero no podíamos detenernos, porque sabía bien que la vida de nosotros, sobre todo la de Machaco, estaba en extremo peligro. El 6 de noviembre dejamos el lugar donde estábamos y nos dirigimos hacia Goicuría y O’Farrill, apartamento que, sin saberlo nosotros, había sido delatado por un miserable traidor”.

Debido al estado de gestación de Norma y ante la disyuntiva de no tener otro lugar hacia dónde dirigirse, Machaco decidió quedarse en aquel peligroso sitio. Relata la combatiente de la clandestinidad: “Nos acostamos como a las 10 o las 11 de la noche. A la 1:58 minutos de la madrugada comenzaron los disparos, los rafagazos, los gritos amenazantes y las explosiones.

“Verdaderamente estábamos bien armados. Contábamos con una pistola 38 que tenía yo, dos ametralladoras Beretta, otra cuya marca no recuerdo, dos pistolas 38 de ráfagas con cargadores de 30 balas, una Lugger especial, tres libras de TNT, dos bombas de dinamita, algunas granadas y detonadores.

“La única posibilidad de escapar con vida era saltar hacia el edificio de atrás, algo más bajo. Machaco saltó para explorar y yo veía cómo las trazadoras lo iban siguiendo. Al regresar al apartamento, nos dijo que no había otra posibilidad que combatir hasta el final”.

Esteban Ventura Novo, Lutgardo Martín Pérez, Irenaldo García Báez y Conrado Carratalá Ugalde, los más “distinguidos” jefes de la policía de Fulgencio Batista, dirigieron la acción contra los cuatro jóvenes; ocuparon azoteas y terrazas aledañas, rodearon el edificio con varios carros de patrulla, dos de los cuales fueron volados por los explosivos empleados por los combatientes revolucionarios.

Al ver que se les agotaban las balas y en el intento de salvar sus vidas salieron hacia la azotea, empapados por el agua que brotaba de los tanques agujereados por las balas. Solo cuando ya nadie respondía al fuego enemigo desde el apartamento, los asesinos se atrevieron a avanzar. Los vecinos de la esquina de Goicuría y O’Farril fueron testigos de que Machaco, Norma, Pedro y Rojito estaban vivos cuando los sacaron del edificio.

Recordaba la valiente luchadora que cuando cesaron los disparos, pensó que ya había llegado el instante de la muerte. “Uno de los esbirros, el cabo Alfaro, me agarró por detrás, a la altura de los hombros, y me arrastró hasta introducirme en una perseguidora.

“Además de mi embarazo, tenía cuatro heridas de bala: en un hombro, las caderas y el pecho. Machaco estaba herido leve en un brazo; Rojito tenía su herida anterior en el pulmón y Pedrito salió ileso. A ellos los vi cuando los subían a golpes en otras perseguidoras”.

Los tres hombres fueron asesinados ya desarmados y presos. Tenía Ángel Ameijeiras Delgado, Machaco, 33 años; Norma Porras Reyes, Gina, acababa de cumplir 19; Pedro Gutiérrez, Pedrito, 30; y Rogelio Perea, Rojito, había cumplido 21, todos en la flor de la juventud, dando lo mejor de cada uno de ellos por cambiar el régimen batistiano que oprimía y masacraba al pueblo cubano. Fidel, en la Sierra Maestra, al conocer el crimen cometido decidió ascender póstumamente a Machaco al grado de comandante del Ejército Rebelde.

Dos de sus hermanos habían caído antes, Juan Manuel, en el Moncada, y Gustavo, en la clandestinidad habanera. Efigenio era ya un legendario Comandante en la Sierra y él se convirtió en héroe de una dura, triste e interminable madrugada de 1958.


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