Hacer en tiempos “normales” lo que podría necesitarse ante la inminencia de un evento meteorológico
Sucede que en ocasiones nos acordamos de la prevención de accidentes o desastres solo tras la ocurrencia de estos lamentables hechos. Cierto es que, a veces, el desarrollo de los acontecimientos se torna imparable pese a cualquier medida, pero no siempre es así y nos queda la sensación de que pudo hacerse más para evitarlo.
Aunque Cuba mantiene un sistema robusto de Defensa Civil, forjado durante seis décadas en el enfrentamiento a riesgos y amenazas de origen diverso (meteorológico, tecnológico, sanitario), que lo convierten en una fortaleza, desde los centros de trabajo y entidades es preciso tomar en cuenta estas acciones, no como un asunto menor o accesorio a la actividad principal.
Mal vamos si prevalece el descuido, voluntario o no, por aquello de que “nunca ha pasado nada”. ¡Ah!, pero cuando pasa solo quedan las lamentaciones. Bien diferente sería no dejar en manos del azar elementos en los que se deciden daños a vidas humanas o bienes materiales.
Los planes de reducción de riesgos y desastres constituyen esa guía preventiva, predictiva y reactiva, al presentar una estructura estratégica y operacional, encaminada a controlar una situación de emergencia y a minimizar sus consecuencias negativas.
El nivel metodológico de tales documentaciones resalta por la minuciosidad en la ejecución de las medidas, según sea el caso, pero ¿qué más podemos hacer, con una visión más a largo plazo en la disminución de potenciales riesgos?
Estoy pensando, por ejemplo, en todos esos grandes almacenes de cubiertas ligeras (planchas de zinc o fibrocemento) que protegen recursos ante las inclemencias de eventos meteorológicos extremos. Muchos de ellos de seguro permiten el cambio a una tipología superior de un material que ofrezca una solución para toda la vida.
Dirán algunos ¿para qué incurrir en gastos ante las estrecheces económicas por las que atraviesa el país, siendo más necesarios esos recursos en otras actividades de urgencia? Las excusas del costo aflorarán, mas, de no ser posible en ese momento, la nueva inversión puede programarse para años siguientes dentro del plan de la Economía.
Los costes en el cambio de esos techos de almacenes o bodegas, y la transportación de víveres y recursos hacia áreas protegidas, ante la inminencia de cualquier fenómeno extremo, rentabilizarán en el futuro el movimiento constructivo a favor de la reducción de vulnerabilidades.
Nuestro Héroe Nacional José Martí dijo que “dejar de prever es un delito público: y un delito mayor no obrar, por incapacidad o por miedo, en acuerdo con lo que se prevé”. Eventos como el huracán Irma y la tormenta subtropical Alberto, que afectaron en años recientes a la provincia de Ciego de Ávila, demostraron la validez de estar siempre preparados y alertas, aun si en el pasado no se han sufrido embates similares.
La realización cada año de los ejercicios Meteoro señala el camino de cómo la preparación para mitigar los posibles daños ante accidentes y desastres es una cuestión de Estado, en la que interviene la sociedad en su conjunto. Evitar que, desde una noción previsora y educativa, pérdidas de vidas humanas o bienes materiales se sumen al total de la afectación.
Insisto, las estructuras y estrategias para evitar accidentes y desastres están creadas para su funcionamiento oportuno, se trata entonces de minimizar riesgos allí donde sea posible, para estar un paso delante de los potenciales problemas.