Habría que ser mucho más recelosos con la imagen de nuestros niños, porque el ecosistema digital no es menos peligroso que “la vida real”.
Hace más de 15 días que me pasan por delante en Facebook las fotos de niños y niñas avileños, en publicaciones que piden votar por ellos en un concurso internacional de “modelitos”, nombrado Lima Kids. La curiosidad me picó y pensé encontrar premios que justificaran ese nivel de exposición al compartir imágenes de pequeños en ambientes diversos, no precisamente modelando.
Hice la tarea. Busqué el concurso organizado por Lima Kid, agencia de modelos peruana que pertenece, a su vez, a la Empresa Lima Teens S.A.C., fundada en 2003. Nada en la web sugiere que sea una gran organización empresarial; no hay reportes de prensa sobre los resultados de concursos anteriores; no hay resultados de búsqueda en los diarios más importantes de ese país: El Comercio, La República, Perú 21, El Peruano ni en el portal oficial de la marca Perú. Es decir, no pasa de ser un negocio bastante local.
Esto no es un problema en sí mismo ni demerita el concurso, pero es cuando menos interesante cómo se ha corrido la voz de una competencia en la que ni siquiera se da un premio en metálico o especie. Con un algoritmo en apariencia sencillo, Modelito Mundial Lima Kid se basa en la votación popular mediante su página oficial en Internet, también con una arquitectura web muy simple. Se supone que se va escalando por etapas a medida que reciba apoyo popular, pero pagando se puede pasar directamente a la última etapa. Si eso no es una “trampita” para monetizar, nada lo es.

Pero digo en apariencia, porque tanto para la inscripción de los concursantes como la emisión de los votos, la página solo ofrece iniciar sesión mediante Facebook o Gmail. Al conectarse a estos dos gigantes de la Internet, deberíamos recelar de la recolección de datos demostrada y denunciada, que tantos escándalos ha suscitado ya.
Claro que uno puede decirse, “si ya estoy en Facebook, qué más da”, sin embargo, aceptando políticas de privacidad sin leerlas y utilizando este tipo de autenticaciones no se puede estar seguro de adónde va a dar nuestra información personal.
Hablando de las condiciones de uso, una casillita casi imperceptible (mas obligatoria) escrita en letra pequeña al final del cuestionario de inscripción (en el que se pide nombre y apellidos, fecha de nacimiento, sexo, país y teléfono de contacto), “esconde” unos términos que no garantizan ni aseguran que el contenido publicado en el sitio no será visto por personas no autorizadas.
“No nos hacemos responsables de que algún usuario burle las configuraciones de privacidad o las medidas de seguridad del sitio. Entiendes y aceptas que, incluso después de la eliminación de contenido perteneciente a un usuario, copias del mismo pueden permanecer visibles en páginas en memoria caché o archivadas, o bien si otros usuarios lo han copiado o almacenado”, dicen bien claro.
No digo que sea una estafa y mucho menos que se dediquen a recopilar imágenes y datos con otros fines. Sin embargo, como padres y responsables legales de menores habría que ser mucho más recelosos con la imagen de nuestros niños, porque el ecosistema digital no es menos peligroso que “la vida real”.

Desde 2003 se utiliza el término inglés sharenting —share (compartir) + parenting (crianza)— para describir la tendencia a publicar en redes sociales las imágenes de los infantes, algo que se ha desbordado en la última década. Etiquetas en Instagram como #baby generan más de 208 millones de resultados; más de 15 millones para #babyfashion; dos millones para #bebé; 106 millones para #kids. Parece demasiado.
De acuerdo con el informe EU Kids Online 2019, que estudió la actividad de las familias de 19 naciones europeas en Internet, el 89 por ciento de los padres y madres comparte fotografías y videos de sus hijos una vez al mes, y solo el 24 por ciento les pregunta antes de hacerlo. Hay países como España que han regulado a partir de qué edad los menores pueden tomar decisiones sobre su propia imagen, por tanto, la responsabilidad está en el terreno de los padres.
También cuando ponemos en manos de niños y adolescentes teléfonos con acceso a Internet y no controlamos qué hacen con ella. Y los peligros son muchos, desde la suplantación de la identidad, la pedofilia y pederastia en la red, la publicidad, el acoso escolar, hasta el acoso sexual.
A estas alturas ya hemos comprobado que la información compartida en redes sociales permanece indefinidamente, porque no podemos controlar qué hace el resto de los usuarios con ella. Mi consejo: esperar a que nuestros hijos puedan decidir si quieren ser modelos, salir en revistas o ganar “like” en Facebook . Mientras, cuidarlos incluye no exponerlos.