Dicen que a la tercera va la vencida. Al menos así lo fue esta vez, mientras veía pasar aquella acepción del manojo de infancias.
La primera vez lo sentí de lejos, pero aquella voz tierna, con mucho camino por delante para madurar o hacerse grave, llamó mi atención. Pensé que el pregón: ¡El dulce de cocoooo! podía salir de la voz de un niño. Entonces tuve que conformarme con el beneficio de la duda.
La segunda vez creí padecer algún dejavú. Nuevamente aquel pregón me estremeció. En esta ocasión pude apreciar la silueta del pregonero —cual perfecto refilón— que ya doblaba la esquina, pregón a cuestas y corroboré mi hipótesis: era, tristemente, un niño.
Pero la tercera vez, sí fue la vencida. Había bajado el sol y arremetí terraplén abajo, por el atajo más corto, luego de visitar a mi abuela convaleciente de una de las arbovirosis que circulan hoy por doquier. Para mi sorpresa me alcanzó un compañero de viaje. Sí, era el pequeño, el pregonero. Me acerqué, no sé su nombre, pero guardo su rostro.
Me concentré en hablarle sin que pensara mal. Me confesó, con una sonrisa a medias, que tenía que ayudar en su casa. El parecía contento con su oficio precoz; yo, triste por ver presa su niñez. De camino saludó a unos amigos. Conversó con ellos y les dió la mano. Luego siguió por los barrios, cubeta también a cuestas, con ansias de bonificar la jornada. Siempre encontró el momento para mirar atrás y ver cómo un par de niños jugaban al “pegao”, síntoma —creo yo— de esa niñez revuelta que rebota en las tardes jugando a la pelota, contando cuentos o asumiendo travesuras. Múltiples lecturas y lecciones de vida desprendía aquel niño en su andar. Yo, aún detrás, las percibía.
Me puse a su lado, le hablé de mis niños, para que no temiera de esta desconocida que sufría en silencio verlo vender para sobrevivir o sobre llevar, vaya usted a saber, algún contexto hogareño de esos que aprietan las almas y humedecen la vista. Le compré los dulces que le quedaban, para terminar aquella agonía sentimental que me oprimía y alertaba.
El avanzaba y yo también, a su lado, con esa sensación extraña que muchos definen como el nudo cada vez más apretado en la garganta. Algunas personas lo miraban al pasar e intercambiaban alarmados, por las cosas que llegan a hacer hoy nuestros niños.
Tiene 12 años y le urge ser complemento económico en su hogar. Las circunstancias aprietan cada vez. Sin embargo, deben preservarse los límites: la infancia y la adolescencia hay que cuidarla. Sin ánimos de enjuiciar, porque cada persona es un planeta y cada familia, un universo.
Tampoco puedo afirmar que los padres o tutores legales de los menores de edad los arrojan al mundo de las ventas y los negocios de manera consciente. Quizás, el razonamiento apenas roce la visión del apoyo necesario, con desconocimiento total de la repercusión social e intrapersonal que dicho acto puede llegar a provocar en niñas, niños y adolescentes, incluídos el choteo y la burla. Además, porque enseñar a ganarse la vida de manera honrada y no ilícita está correcta, pero debe ser a su tiempo.
Sentí una especie de alivio cuando, como parte del oficio, asistí a una sesión de intercambio en el Consejo Popular Primero de Enero, con presencia de funcionarios del Partido y del Gobierno en la provincia, en aras de conocer sobre las luces y manchas de los programas sociales en el municipio. Todo ello en aras de asegurar las visiones y posturas sobre el tema en los debates desde el Pleno del Comité Provincial del PCC y la rendición de cuenta de la provincia a la Asamblea Nacional del Poder Popular.
La política de atención a la niñez, la adolescencia y la juventud vislumbró señales de alerta, entre ellas las de los pequeños que venden dulces, pero también viandas y otros productos, incluso hasta en horario escolar. La preocupación desde la Dirección General de Educación se hizo latente, respaldada por un sistema de visitas, ayudas a las niños y familias por parte de los maestros y otras acciones que quedan como una simple apelación a la conciencia pues, desde la praxis, la decisión final queda en manos del seno familiar.
No obstante, el fenómeno abarca otros matices, que requieren del quehacer multisectorial para lograr la caracterizacion del hogar donde proliferan estas conductas. Desde la Dirección Municipal de Trabajo y Seguridad Social —en el caso que realmente lo amerite— se pueden aprobar prestaciones monetarias temporales bien argumentadas, siempre que se demuestre que el pequeño acude al trabajo informal porque en realidad los recursos resultan insuficientes en su entorno más cercano.
Antes de juzgar debe predominar la opción de analizar las condiciones (precarias, de violencia u otra índole) que convierten en víctimas sociales a los menores de edad y los arroja a una situación de vulnerabilidad. En este panorama se inserta, además, el respaldo del área de atención a menores en el Ministerio del Interior (MININT) y la Fiscalía, toda vez que estudiar es un deber y una obligación para el niño, al menos hasta noveno grado. Vale aclarar que también se valora la responsabilidad de los representantes legales en los hechos acontecidos, accionando en el orden administrativo o penal, según corresponda.
La cifra de infantes que ponen en práctica estas modalidades de empleo aún no es alarmante, al menos en el municipio avileño de Primero de Enero. El análisis bien puede fluir en el nivel casuístico; de ahí la urgencia de caminar con prisa por la ruta de la prevención.
La manifestación del fenómeno (que no debe multiplicarse), contempla actividades que se describen en el plano informal, porque ningún empleador, en cualquier forma de gestión, formaliza un contrato de trabajo para un menor de edad, tal y como lo estipulan los especialistas de Recursos Humanos.
El consenso queda claro. Desde el sistema educacional se requiere del apoyo de especialistas jurídicos que contextualicen, desde el marco legal, las consecuencias de que un menor prescinda de sus materias en la escuela por vender o, en el caso de los adolescentes, trabaje con los campesinos.
Para ilustrar el impacto, por ejemplo, vale conocer que en el artículo 329 de la Ley 151 Código penal cubano se regula el empleo ilegal del trabajo de personas menores de edad, en el que puede resultar sancionado, con penas que pueden llegar hasta la privación de libertad, quien emplee a una persona menor de 17 años en la realización de un trabajo o la prestación de un servicio, con independencia de que la propia víctima o su representante legal o quien que lo tenga bajo su guarda o cuidado haya prestado su consentimiento para realizarlo o prestarlo.
Un poco más adelante, el artículo 369 del propio Código sanciona penalmente, con similar contenido, a quien exija a otra persona la ejecución de un trabajo o la prestación de un servicio en contra de su voluntad para realizarlo o bajo la amenaza de provocarle a ella o a un familiar o persona allegada una pena como consecuencia de su negativa para ejecutarlo, la que se agrava en su marco sancionador cuando la víctima es una persona menor de 18 años de edad.
No hay nada más triste que leer historias complejas en la mirada de un niño. La última vez que ví al pequeño “del dulce de coco” iba acompañado por otro infante, que expendía ajo. Aquella única ristra que traía colgando del hombro contenía cabezas del tubérculo tan grandes como la propia inocencia de ese diminuto vendedor.
Por primera vez, alguien me llamó “seño”. Solo quería preguntarme si yo creía que en 80 pesos la cabeza estaba bien. Tuve que decir que sí, estuviera o no de acuerdo con el exorbitante precio, cuyo decisor no da la cara. Lo hace el niño. O ambos esta vez. En un bolsillo de su pantalón venía una parte del dinero (quizás con lo concerniente a las ventas), en el otro, traía más (seguro para el vuelto).
En ese momento percibí otro gran temor. Al parecer, los padres de esos niños ignoran la maldad humana, no piensan en los procederes de los aprovechados, en lo que puede pasarle a un infante tan solo porque alguien vea en él una blanco fácil para obtener dinero. Y digo más. Para enfrentar este fenómeno social que duele, coincido en apelar a la profilaxis primero y luego, si se ausentan las respuestas, pasar a la causa penal. !Que un niño trabaje no es normal! Cuidemos y protejamos (para bien) nuestro manojo de infancias.