El tiempo es, a no dudarlo, el recurso más importante del que disponemos, porque es finito e irrecuperable
Existen mil y una maneras de malgastar el tiempo; un pecado, dirían algunos, en la agitación de la vida moderna que nos lleva a ser conscientes de este recurso valioso en medio de tantas responsabilidades laborales y familiares. Si tan solo fuera por propósitos más elevados, como los de la princesa Sherezada en la famosa narración, valdría la pena con gusto.
Sin embargo, las circunstancias que, en ocasiones, nos toca vivir, lejos de conducirnos al reforzamiento de valores o el uso productivo de las horas, a la postre resultan todo lo contrario. De seguro usted se ha visto envuelto en una de esas reuniones que comienzan mucho después de lo convenido o de un turno para un trámite en que el servidor público no es cumplidor de su horario de entrada.
La puntualidad no parece ser una actitud demasiado ponderada por estos lares; unos incluso le atribuyen aires de chic, costumbres de otras latitudes, dicen. Pero se trata, ante todo, de respeto hacia los demás. En el ámbito personal y de las relaciones de flirteo, para hacerse desear, puede ser buena estrategia llegar minutos tarde; aunque dudo que tenga mejores efectos en otros contextos.
Lejos del rígido protocolo inglés, tan ajeno a nuestra idiosincrasia caribeña, no deberíamos confundir el acatamiento de ciertas normas de urbanidad y un elemental respeto al otro con una exigencia imposible de cumplir. La puntualidad es una cuestión ineludible para el funcionamiento correcto de cualquier sociedad.
Innumerables ejemplos nos sobran de cómo el carácter informal corroe la práctica cotidiana: el funcionario público que no va a trabajar, sin previo aviso, y deja “colgados” a quienes madrugaron o vinieron desde comunidades rurales apartadas; la tienda que hace arqueos de caja en horario de atención al cliente; las entidades cerradas por inventario o auditoría, fumigación o día del trabajador del sector. Hasta en el ámbito digital, cuando las webs o plataformas de servicios electrónicos están “en mantenimiento”. Tengamos en cuenta, además, que determinados servicios solo se prestan una vez al mes o en un solo lugar ¿se imagina entonces emplear su tiempo en vano, retrasar papeleos que requieren de urgencia?, ¿cómo se sentiría en tales casos?, ¿quién repone el tiempo perdido?
Sumemos a ese panorama la coyuntura energética actual y los problemas asociados, como la desconexión de sistemas informáticos remotos, sin que se extienda el horario de servicio a la población o se busquen alternativas…, y la vida sigue igual.
Pareciera, entonces, que se empeñaran en hacernos la existencia un poco más desagradable cada día. No todo depende de la disponibilidad de recursos materiales, a veces se trata tan solo de la voluntad de hacer las cosas bien y respetar al prójimo. Un fenómeno normalizado, lamentablemente, en muchos aspectos de la cotidianeidad, sustentado por el histórico paternalismo en el tratamiento a puestos de trabajo, más allá de los límites permisibles.
Entre las consecuencias negativas de un actuar impuntual o informal está el desánimo y la desmotivación, con la consecuente pérdida de interés.
Asimismo, la imagen de la entidad y la persona se ven dañadas ante tales irresponsabilidades; todo ello sin descontar las tensiones provocadas a quien espera, lo cual podría acarrear, incluso, exabruptos, porque hasta la paciencia budista tiene límites.
Hacer perder el tiempo a los demás tiene implicaciones a todos los niveles. Se puede encontrar sus efectos en la vida privada, en la laboral y hasta en cuestiones de país. Sería interesante conocer, por ejemplo, cuántos negocios de inversión extranjera se perdieron (o podrían perderse) por demorados trámites e incontable burocracia, dificultades previstas a dejar atrás con la instauración del servicio de ventanilla única que ojalá acabe de fraguar.
El tiempo es, a no dudarlo, el recurso más importante del que disponemos, porque es finito e irrecuperable. Evitemos, en consecuencia, perderlo o hacérselo perder a los demás.
Periodista: y no has estado alguna vez en una actividad que el horario de comenzar es cuando llegue el " cuadro " .
El otro día en la " feria " en La Turbina Parque de la Ciudad, la venta no comenzaba, por lo que el público preguntaba que pasaba , a lo que respondían " es que estamos esperando una visita " . Te imaginas las exclamaciones la gente .......
Brmh