La edad del “estoy aburrido”

A pocos meses de que llegue el verano, Invasor pone la mirada en un grupo etario que merece atención y esparcimiento: la adolescencia temprana

La pregunta se la puede hacer una muchacha de secundaria a la amiga que siempre va de su brazo al aula, un muchacho de preuniversitario a su pareja, medio grupo de WhatsApp a la otra mitad. Da igual si tienen 12 o 16. Si viven en Ciego de Ávila, Morón o Baraguá. Si es viernes por la noche o domingo por la tarde.

Cada vez que un adolescente avileño se pregunta a dónde ir para divertirse, sus opciones son menos que las de las preguntas “de marcar” en las pruebas. Se resumen a: reunirse en casa de alguien, una fiesta en piscinas particulares, intentar colarse en un bar o discoteca para adultos (con los peligros que conlleva) o irse a sentar al parque a hacer un poco de bulla.

Así les vemos en motorinas y bicicletas parqueadas cada noche en el parque Martí de Morón, o sentados detrás de sus “bafles” en el parque Martí de Ciego. Así les ven sus madres, la cara de aburrimiento con el teléfono en la mano todas las tardes y los fines de semana, tratando de consolarles con un “en mi tiempo…” que no les sirve de nada.

Nos queda claro: como Estado y como sociedad les hacemos pocas ofertas. Y eso es visible en la cantidad de líneas que Invasor le ha dedicado al tema. Cada año, cuando llega el verano, la preocupación es por partida doble. ¿A dónde los lleva la familia, si a esas edades quieren salir más con los amigos que con los padres? ¿Cómo evitar que quieran entrar a lugares donde no deben consumir alcohol, o que no pueden pagar?

Cada etapa de la vida merece atenciones y espacios. Está demostrando que socialmente nos preocupamos menos por esa “etapa de paso” que es la adolescencia temprana, pensando que sus necesidades quedan cubiertas con lo mismo que los niños o los jóvenes.

No hace mucho, una de nuestras colegas y madre, además, se preocupaba al respecto: “Coincidiremos en que opciones, lo que se dice opciones, no hay, más que el socorrido parque Martí y sus alrededores, y los nuevos bares nacidos al calor de las iniciativas privadas donde, creo yo, debería haber límites de edad para entrar. Como en otros tiempos, el segmento etario que comprende la adolescencia y la primera juventud está desprovisto de alternativas para el esparcimiento que no sean la práctica de deportes y alguna otra actividad recreativa organizada por ellos mismos”.

Coincidiremos ahora, también, en que para generar ofertas recreativas para los adultos, desde el gobierno, hay que dejar “sangre, sudor y lágrimas”, y ya este año con el Piña Colada al menos hemos tenido “despeje”. Es caro asegurar gastronomía, propuestas culturales y demás logística, sí. Pero, si de todas formas nuestros muchachos y muchachas frecuentan parques en los que la oferta es nula y terminan gastando ahorros familiares en bebidas de establecimientos privados, ¿no se puede pensar en actividades así de sencillas?

Las respuestas las hemos tenido siempre en la programación que se hace para públicos segmentados: peñas de rock, anime, Kpop, por ejemplo, siempre llenas a tope. Espacios, en primer lugar, seguros.

Y podríamos volver la memoria sobre las “discofiñes” (cuyo nombre a estos muchachos no les debe gustar nada, habría que pensar uno mejor) con alguna oferta de refrescos o piña colada virgen, y algún que otro caramelo combinados con música grabada. O quizás organizar competencias de videojuegos en algún Joven Club, que de seguro tendrán público.

¿Cómo no sabremos jamás que hacer? Si no les preguntamos. Pero, para nuestra suerte, en cada escuela hay una organización estudiantil o juvenil. Basta una encuesta en la que les mostremos todo lo que sería posible.

Como cada año, dejamos el pie forzado, pero esta vez no a modo de diagnóstico o conclusión, sino como propuesta. Queda un par de meses para el verano, y tras los cursos escolares atropellados y estresantes que llevan nuestros retoños, merecen, más que nunca, diversión sana.


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