¿Las limitantes económicas imperantes hasta dónde condicionan actitudes? ¿Cuántas? ¿Acaso son cegadoras del sentido común, de la comprensión y del compromiso? ¿Son directamente proporcionales a las miserias humanas?
Multiplique el precio de 2018, mínimo, por 10, y “actualice” la caricaturaLas seis acepciones de “justificar” en el Diccionario de la Real Academia Española parecen irrompibles. Refieren a convencimiento, justicia y hasta exactitud. Sin sesgos. Pero la realidad, a veces, le impone otros significados.
Sin exigencias de cambios en el léxico ni la intención de teorizar, hay que interrogarse si las justificaciones siempre están bien justificadas ―permítanme dar por válida esta redundancia―, o si acaso se han vuelto comunes a partir de conveniencias, absurdos o, insolentemente, abusos.
Que los precios de los cócteles y las pizzas en un bar sean el triple de caros por el alto costo de la materia prima de calidad; por la remuneración significativa a bármanes, cocineros, dependientes; o por la necesidad de recuperar gastos constructivos, es entendible, sobre todo, porque puede ser prescindible. No hace falta, para vivir, gastarse lo que uno no tiene en una michelada.
El viaje hasta ese mismo bar en bicitaxi, valga lo que valga, quizás no encuentre refutaciones, sino lo contrario. La verdad es que quien pedalea tiene que cobrar así porque la “cosa está mala para todos y el dinero no alcanza”, diría cualquiera que no sentiría casi afectaciones en la billetera o que decidió ese día “botarse”.
Ambas situaciones cambian de perspectiva, digamos, frente al hospital, donde en tantísimas ocasiones los comestibles y las bebidas no hacen concesiones e intentan competir con el local farandulero. Y los alaridos de los infantes, heridos o ancianos tampoco son suficientes para que el bicitaxista baje su tarifa. ¿Será que las excepcionalidades no son reglas hoy?
• Este no es un tema del presente:
Ir a las playas de los cayos Coco y Guillermo a untarse cremas bronceadoras, tomar cerveza, hacerse selfies y lanzar algunas brazadas contra las olas, más que una necesidad veraniega, es un gustazo. Por merecido que sea, un gustazo, al menos en el contexto actual. Pero no lo es volver a las universidades sin garantías de transporte, con precios acordes a los bolsillos de estudiantes, ni asistir a turnos médicos en otras provincias y que en el ómnibus designado haya asientos que no ocupen pacientes, por ejemplo.
A veces, el dinero simula no mediar; sin embargo, que “el salario no dé” determina que el trato en puestos de servicios diste tantísimo del que debería ser, del que se merece quien eligió esas ofertas sobre otras. Claro, en ocasiones, no hay alternativas.
Los apagones, que molestan a cualquiera, ciertamente, también otorgan algunas licencias consideradas lícitas: irse del trabajo antes de terminar el horario laboral, y escudarse en el corte eléctrico y burocratizar procesos en vez de buscar soluciones.
¿Las limitantes económicas imperantes hasta dónde condicionan actitudes? ¿Cuántas? ¿Acaso son cegadoras del sentido común, de la comprensión y del compromiso? ¿Son directamente proporcionales a las miserias humanas?
Nada, a pesar de las crisis, debería servir de excusa para que las atenciones médicas, por cuestiones éticas y por las responsabilidades implicadas, no sean lo mejor posible; o para que la calidad de la educación decaiga, siempre sin olvidar que ese par de pilares merecen, junto al mayor reconocimiento, mayor remuneración.
Si jamás se tratará de aceptar malas condiciones, tampoco se tratará de adoptar una posición pusilánime o indolente. Corresponde saltar esos obstáculos para seguir adelante y, más allá de la obviedad, por el bien, incluso de sí…, de todos.