A consecuencia del aislamiento social impuesto para la inmensa mayoría de la población ante el riesgo de contagio del nuevo coronavirus, vuelve a ganar preponderancia mediática y económica, que la tuvo siempre, el ahorro de electricidad, sobre todo, en los hogares.
Las cargas al sistema eléctrico se comportaron en abril y la parte final de marzo, similares a las de meses de verano, situación para nada extraña al considerar las elevadas temperaturas registradas en la etapa, la cocción de los alimentos, los estudiantes con sus teleclases, el “abre y cierra” del refrigerador…
El llamado al ahorro gana mayor relevancia en el actual contexto, signado por el recrudecimiento del bloqueo norteamericano al acceso a combustibles desde septiembre último y las restricciones en las finanzas, ahora agravadas por la paralización de buena parte de la actividad económica a causa de la COVID-19.
No obstante que la política de la dirección del país ha sido no afectar a la población, los apagones pudieran ocurrir si los clientes residenciales no toman conciencia de la necesidad del ahorro, pues cubrir la alta demanda de la generación requerirá de un sobreconsumo de combustible, fundamentalmente diésel, el más caro, y que pudiera destinarse a otras actividades como el transporte o la producción agroalimentaria.
Pero, ¿realmente ahorramos en nuestras casas? En ocasiones quedan resquicios por los cuales escapan recursos. A veces, es solo cuestión de tomar cartas en el asunto y convertir pequeñas acciones en hábitos.
El aprovechamiento de la luz natural y apagar las luminarias innecesarias resultan de las indicaciones más comunes y de menor complejidad; si en cada una de las más de cuatro millones de casas conectadas a la red eléctrica nacional apagamos una lámpara de 20 watts la demanda disminuye en 80 mega watts, los que representan 26 toneladas de diésel.
En cuanto a los refrigeradores, para evitar abrirlos de manera frecuente durante estos calurosos días, las recomendaciones son congelar pomos de agua y sacarlos desde horas tempranas, además, descongelar la comida en su interior previo a su cocción.
Dejar prendido el ventilador cuando salimos de una habitación pasa desapercibido y después son pesos extras a pagar; se recomienda el encendido del aire acondicionado después de las 10:00 de la noche y ajustar su temperatura en los 24 grados Celsius y, si es posible, aprovechar la ventilación natural.
La cocina representa un porcentaje elevado del gasto eléctrico, pero con determinadas prácticas cotidianas las cifras pueden bajar: al elegir el recipiente y aprovechar el calor final o residual de hornillas eléctricas y fogones de inducción, al apagarlos minutos antes de concluir el tiempo de cocción.
Muchos electrodomésticos, aunque no estén funcionando, de mantenerse conectados, se encuentran en stand-by, un consumo “fantasma o silencioso” que puede llegar a representar la décima parte del total de la factura eléctrica. No olvide entonces sacarlos del tomacorriente.
También, obviamos en los análisis energéticos el derroche de agua, pues su bombeo es a partir de electricidad. Irresponsabilidad doble.