Además de la falta de fertilizantes e insumos, ilegalidades y demás inconvenientes económicos que gravitan sobre la producción agrícola en el país, uno de los problemas mayúsculos del campesinado avileño es el casi inexistente relevo generacional.
Los jóvenes miembros de la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (ANAP) en la provincia son 1458, cifra que revela longevidad y no constituye tan siquiera un 10 por ciento de la membresía. Lo cierto es que el tema no es nuevo, pues cada vez son menos los jóvenes pegados al surco y más los debates en torno a cómo sumarlos.
Desde el año 2012, cuando se efectuara en el país el último Censo de Población y Vivienda, los números evidenciaron una migración interna que se movía del campo a las ciudades. Para 2016, según datos de la Oficina Nacional de Estadística e Información, solo el municipio cabecera, Ciro Redondo y Morón presentaban una tasa migratoria interna positiva; o sea, las personas los preferían para vivir.
En cambio, territorios como Florencia, Chambas y Baraguá, por demás con potencialidades para la agricultura y la ganadería, eran los más afectados por el éxodo, y es de suponer que la tendencia se haya confirmado en los últimos años.
Dicho panorama no escapa del ojo atento de las autoridades del país; por ejemplo, Keisa Parada Quesada, funcionaria del Comité Nacional de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), en el más reciente activo de la juventud campesina, reconoció que es ínfima la cantidad de jóvenes en plantilla para reservas de cuadros y se refirió a la necesidad de otorgarles responsabilidades de dirección, más aquí, donde las cooperativas producen alrededor de un 80 por ciento de lo que sirven en sus mesas los avileños.
Lo otro sería que la tradición agrícola y los suelos fértiles que caracterizan al territorio imponen retos mayúsculos, pues no solo se trata de cumplir con el programa de autoabastecimiento municipal y las 30 libras per cápita de alimentos, sino de aportar al balance nacional de provincias con menos posibilidades para la siembra extensiva de cultivos como la papa o el frijol.
Entonces, garantizar la formación en los niveles técnico-profesional y universitario de especialidades como la agronomía o afines podría ser un plus con impacto directo en el surco.
No obstante, que esta ingeniería haya sido tres veces acreditada y resulte una carrera de larga data en la Universidad de Ciego de Ávila Máximo Gómez Báez no ha sido suficiente para garantizar un récord constante de ingreso y expectativas satisfechas.
La lógica indica la necesidad de potenciar la formación vocacional y, en correspondencia, garantizar cada año un número ascendente de plazas para continuar estudios vinculados a dicho sector. Por suerte, según publicara con anterioridad Invasor, la carrera está viviendo un renacer gracias al Colegio Universitario, alternativa que posibilita a alumnos del duodécimo grado optar por ella y realizar su último año de bachiller en el entorno universitario, y en este cambio se cifran las mejores esperanzas.
Tampoco podemos perder de vista cuánto puede hacerse desde la comunidad con el apoyo de las organizaciones políticas y de masas y, en especial, el necesario empuje y activismo de la ANAP para transformar y dar salida a las preocupaciones y demandas del campesinado.
También sobre la UJC descansa otra tremenda responsabilidad: la de garantizar la militancia, una vez identificadas las potencialidades del joven; indicador que no anda del todo bien; y las valoraciones de María Elena Palmero García, miembro del Buró Provincial de la ANAP en la esfera Educación y Trabajo Político-ideológico, describen desmotivaciones y cooperativas en las que ni siquiera existen comités de base.
A la larga, lograr más jóvenes que trabajen la tierra no será un empeño alcanzable de un día a otro y son varios los factores que determinan la decisión de permanecer allí o emplearse en otra esfera; mas, lo que no debe suceder es que “tiremos la toalla” antes de tiempo y, de paso, hipotequemos el futuro.