Educación a futuro

Si hace un año hubiésemos dicho que volver a las aulas sería una fiesta, nos hubiesen tildado de locos. Por más que cada septiembre haya sido alegre para muchos, para otros las vacaciones siempre duraban un santiamén y regresaban a la rutina con caras largas o vestían por primera vez el uniforme con algún sollozo.

Sin embargo, para lo que vendría con la COVID-19 nadie estaba preparado, y fue necesario un año de encierro para resignificar todo lo que en algún momento pareció simple: tener a un profesor delante con la tiza en la mano, aclarar las dudas en la pizarra, estudiar en equipo, jugar en el recreo, graduarse con una ceremonia a teatro lleno y terminar el curso escolar sin más contratiempos que una revalorización o un extraordinario.

Es que el complejo escenario epidemiológico que hemos vivido ha obligado a períodos lectivos irregulares, y cambios en las dinámicas y escenarios docentes. La casa ha sido escuela, y al interior de cada familia alguien ha asumido el rol de maestro.

Ahora la nueva (otra) normalidad, que ha llevado a más de 3300 estudiantes avileños a las aulas en esta primera etapa, está determinada por el distanciamiento social, las mascarillas y las soluciones desinfectantes. Digamos que, después de meses de educación a distancia, esto supondrá el más grande desafío en muchísimo en tiempo para padres, docentes y alumnos.

Si hasta ahora pensamos que el virus ya nos puso contra la pared, lo que enfrentaremos en lo adelante, de seguro, tampoco será fácil. Habrá que mantener una permanente capacidad de adaptación, hacer malabares con tal de que no decaiga la motivación en medio de tanta incertidumbre, y saber gestionar las emociones de los estudiantes.

Primero, porque no todos sobrellevaron por igual el aislamiento y, probablemente, donde unos tuvieron un familiar pendiente al horario de cada teleclase, exigencia y repasos, otros hicieron lo que pudieron o quisieron. A lo que se suma las complejidades de enseñar a quienes cursaban los primeros grados en la enseñanza primaria.

De ahí que Ena Elsa Velázquez Cobiella, ministra de Educación, explicara en conferencia de prensa no sólo la necesidad de habilitar espacios suficientes para garantizar el distanciamiento físico, sino que la nueva realidad implica reajustar contenidos y prácticas docentes, lograr la nivelación académica, ponderar la evaluación sistemática y brindar atención psicológica.

De hecho, el Fondo de la Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) recomienda “programas de convivencia y habilidades para procurar el bienestar emocional y preparar a los docentes para el manejo del estrés en los niños”. Promueve, además, “aulas sensibles al trauma para ayudar a estudiantes vulnerables y a quienes vivan el duelo por la muerte de algún ser querido”.

Con la vista puesta en las buenas experiencias aplicadas en el mundo, desde acá deberá pensarse largo y tendido cómo combinar acertadamente educación y apoyo emocional, porque ni estudiantes ni docentes volverán siendo los mismos en el plano sicológico y desde esta dimensión se articula el resto.

En lo adelante no sólo será cuestión de detectar y suplir las deficiencias derivadas del aprendizaje a distancia y a través de herramientas digitales, sino de innovar en cada uno de los procesos y lidiar con los posibles trastornos de atención, estrés y depresión.

Sin embargo, ninguna de estas realidades excluye la responsabilidad individual con el estudio o el papel de las familias en el asesoramiento y la exigencia. Complementar desde casa el trabajo hecho en la escuela es una lógica que no ha variado, y tampoco el hecho de que en cualquier escenario la educación siempre decidirá futuros.

 

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Posted by Maria Victoria Miranda on Tuesday, October 5, 2021


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