En lugar de promover relaciones sanas y no violentas, la postura ante la infidelidad, últimamente, parece romantizar los celos y la desconfianza. De los extremos hablamos y de la alternativa
Hay una nueva moda en el amor y, como todas las modas, es la misma cosa de antes pintada de otra forma: los celos.
Ahora en lugar de celosos y celosas somos “tóxicos” y “tóxicas” y vamos repartiendo esas palabras entre frases de amor, pulovers a juego y pulseras artesanales. Andamos revisando los teléfonos sin consentimiento, “clonando” cuentas de WhatsApp y revisando los likes que deja “el ganado”. Pero es permitido porque es “por amor”. Es natural.
Para mis bisabuelas había un lema de resignación que rezaba: “cambiar de marido es cambiar de problemas”. Nunca pasó por sus cabezas hacer reclamos, exigir respeto o fidelidad, en una época en que se casaban y pasaban a ser casi una propiedad del esposo.
“En los barrios —recuerda la psicóloga avileña Katya Roldán Contreras—, muchas veces en la infancia vi a esposas pelear con la amante, en ocasiones con escándalos y otras físicamente. Eso era un chisme que divertía tristemente durante días a una comunidad o ciudad en dependencia de cuán popular fuera el dúo implicado. Lo curioso es que se culpa casi siempre a la amante de la infidelidad y no al infiel, a quien se justifica porque ‘lo provocaron y es tan débil que no pudo soportar y cedió’”.
Ese era el extremo opuesto. Los tiempos han cambiado. Hay “triejas”, relaciones abiertas, relaciones a distancia, prostitución en línea, swingers y todo un universo alternativo al matrimonio monógamo tradicional, que va desde lo sano hasta lo podrido. La dependencia absoluta hacia nuestros teléfonos “inteligentes” hace que todo eso se viva también a través de las redes sociales de Internet. El “chisme” ahora es encontrar un mensaje y el barrio bien puede ser Facebook.
Pero, ¿es el respeto por la promesa de fidelidad lo que queremos salvar con los comportamientos de control e invasión de la intimidad del otro? Difícilmente. Lo único que hacemos es reproducir machismo, violencia y la resignación de las abuelas.
Por un lado, la tóxica está convencida de que “él siempre está en algo”, o lo estará, porque es la naturaleza masculina. Pero el tóxico está convencido de que ella tiene “que respetarlo”, y no solo llegar a ser infiel está prohibido, sino también llamar la atención (entiéndase vestir escotes o sayas cortas), permitir que otros hombres “se fresqueen” o pasarse de amistosas.
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Los estragos que ella causa no pasan de peleas y gritos. Los de él entroncan con el machismo más estructura, y ya sabemos que en no pocas ocasiones acaba en violencia física. No son iguales.
Desde la psicología, Roldán Contreras explica las dinámicas de las relaciones tóxicas, en el sentido estricto de la palabra. “Nunca son capaces de equilibrar su relación; siempre una parte intenta beneficiarse de la otra. Hay alguien manipulable y un manipulador, se atraen, porque generalmente son personas que crecieron, a su vez, en medios tóxicos y las pautas de construcción de una relación son esas.
“Si tú vives en un hogar donde te dicen que tienes que soportar todo porque es lo que se espera de un matrimonio y viste a tu abuela, a tu mamá, a tu tía soportando vejaciones, alcoholismo, etc…, pues te vuelves (probablemente) alguien que construye relaciones inadecuadas; sumisa o bien manipuladora, porque crees que la relación es eso: una lucha de poder”.
El debate sobre la infidelidad deriva casi siempre en una disquisición biológico-cultural acerca de si es humano o no mantener la exclusividad sexual en la pareja. Eso es irrelevante. Todas las relaciones amorosas, incluso el poliamor, implican un pacto, una definición de lo que se considera infidelidad. Lo humano es, en todo caso, respetar el tipo de acuerdo que se adopte, o disolverlo.
La infidelidad es siempre dolorosa, más o menos “en dependencia de la amenaza de pérdida”, y tampoco existen manuales sobre el perdón y las reacciones de la parte agraviada, apunta la psicóloga.
Mas la alternativa no es ni será nunca controlar o limitar la libertad o el espacio de la pareja, no es violentar, no es resignarse a que vas “a salir perdiendo siempre”. La alternativa es construir relaciones honestas, equitativas, que dejen claros los límites y los acuerdos. Todo lo que una relación tóxica no podrá ser, aunque se regalen flores este 14 de febrero.