Una vecinita ha llegado alarmada a casa porque una de sus compañeras de aula, en octavo grado, salió embarazada y, después de una interrupción, ha quedado con problemas de salud que le impiden asistir a clases y presentarse a los exámenes finales.
La adolescente, dice, es una buena chica, carismática, sociable, alegre y con el permiso casi permanente de los padres para reunirse con amigos, salir a fiestas y realizarse tatuajes, entre otras libertades.
Lamentablemente, casos como ese son más comunes de lo que algunos pueden pensar, y deben llamar a la reflexión a muchos padres, en exceso permisivos, que consideran que están acordes con los tiempos actuales al dejar a sus hijos salir solos hasta altas horas de la noche, sin conocer con quiénes se reúnen ni a qué se dedican.
En un trabajo publicado por Invasor en noviembre de 2023, la doctora Blanca Margarita Angulo Peraza, especialista de Segundo Grado en Ginecología y Obstetricia, explicaba que, anualmente, se realizan alrededor de 500 partos de madres adolescentes en el Hospital Provincial General Docente Doctor Antonio Luaces Iraola. “De hecho, cada semana nos llega un promedio de cinco nuevos casos de gestantes en edad pediátrica”, aseguraba.
Los riesgos del embarazo en la adolescencia son muy altos, tanto para la mamá como para el bebé, pues aumentan las posibilidades de eclampsia, endometritis puerperal e infecciones sistémicas en las madres, mientras que las criaturas son más propensas de padecer bajo peso al nacer, prematuridad y afección neonatal grave.
A ello hay que sumarle los cambios que genera el embarazo de una adolescente a nivel psicosocial, tanto para ella, que ve frustradas sus aspiraciones lógicas de la edad y tiene que encargarse de una tarea compleja como la crianza de un niño, para la cual no está preparada; como para la familia, que deberá asumir los gastos para la llegada de otro miembro, sin haberse planificado de antemano.
Por ello, tal vez, muchos optan por la interrupción sin conocer suficientemente las secuelas que el acto puede generar, tales como hemorragia grave, infecciones, infertilidad, lesiones en vagina y útero, además del desequilibrio emocional y la depresión de la gestante.
Pero los peligros de la inmadurez a la hora de conducirse no son relativos solo a las niñas, porque hay otras amenazas que no distinguen sexo, como pueden ser la ingestión de bebidas alcohólicas y las drogas.
Un informe sobre la situación regional, emitido por las organizaciones Panamericana y Mundial de la Salud, señala que, en Cuba, un 45,2 por ciento de la población consume bebidas alcohólicas, un fenómeno que tiende a agravarse cuando disminuyen, cada vez más, las edades en las que los jóvenes comienzan a ingerir ron o cerveza.
La familia no puede eludir el nivel de responsabilidad que tiene ante estos hechos y debe llamarse a la reflexión sobre qué le ha faltado a la hora de ejercer la función de control que le corresponde y poner límites de acuerdo con la edad de cada uno de sus hijos, pues, independientemente de la estrategia multisectorial de la sociedad para la educación de la juventud, es en el seno del hogar donde corresponde, en primer lugar, la prevención de males irreversibles para los menores.
Estar alertas ante cambios de comportamiento, rendimiento escolar, aspecto personal, motivaciones, o a quiénes escogen como compañía y dónde se reúnen nuestros hijos, es una obligación de los padres; pecar de permisivos y querer compensar determinadas carencias materiales con exceso de libertad, no nos hace mejores, por el contrario, puede acarrear consecuencias fatales para el futuro.
La protección integral de niños y adolescentes es una política priorizada en Cuba, refrendada en la Constitución de la República y ratificada por otras disposiciones como los códigos de las Familias, del Trabajo, y de la Niñez y la Juventud, que los colocan en el centro de atención y garantizan su supervivencia, desarrollo, protección y participación en la sociedad.
No obstante, todo este cuerpo legal reconoce la responsabilidad y obligación de los padres o tutores en la formación de niñas, niños y adolescentes, para su adecuada conducción hasta la edad adulta, cuando estén aptos para tomar decisiones por sí mismos.
No abandonemos a nuestros hijos a su suerte en ese difícil tránsito hacia la adultez, al creer que dándoles libertad prematura somos buenos. Corregir actitudes incorrectas, enseñarlos desde el ejemplo y orientarlos desde la comunicación y el razonamiento, con el control adecuado, les ahorrará tropiezos y los preparará mejor para, llegado el momento, elegir la opción más acertada.